TRIBUNA
Una Europa solidaria y descentralizada
No podemos dejar atrás ningún derecho si deseamos evitar tics autoritarios en la construcción del mundo post-covid
Bernat Solé
'Conseller' de Acció Exterior, Relacions Institucionals i Transparència.
Bernat Solé
Que el futuro no está escrito lo certifica la pandemia del covid-19, que ha trastornado nuestra manera de vivir y nos obliga a reflexionar sobre uno de los momentos más excepcionales que hayamos vivido nunca. La del coronavirus era una crisis anunciada por organismos como la OMS y el Banco Mundial. Por desgracia, otros lugares del mundo hace tiempo que las sufren y nosotros las sufriremos en el futuro. Pero esta es una prueba de fuego para el proyecto europeo cuando conmemoramos el Día de Europa, que recuerda la Declaración de Schuman.
Si siete décadas atrás aquella fue la primera piedra para que Europa se convirtiese en un referente de la defensa de la paz, los derechos y las libertades, la Europa actual, que antes de la pandemia ya cargaba con el 'brexit', la extrema derecha y el euroescepticismo, debe ahora repensarse de pies a cabeza. Ante la vulnerabilidad global, necesitamos respuestas más locales.
Cuando apaguemos la luz de emergencia, tendremos que llegar a un acuerdo mínimo para reconstruir la Unión Europea desde la cohesión social, con políticas sanitarias y educativas integradoras; y desde una economía circular, que contemple dimensiones nuevas y devenga esférica. Todo ello sin olvidar que la toma de decisiones por parte de la administración más cercana a la ciudadanía (principio de subsidiariedad) es clave para la descentralización, tal como algunos líderes europeos han reflejado estos días.
La crisis enfatizará las desigualdades y tendremos que destinar recursos a amortiguar sus efectos en las personas y en las empresas, en las regiones y en las naciones. Debemos impulsar una recuperación diferente a la aplicada en el 2008, definir un modelo de crecimiento centrado en políticas expansivas -no en los recortes- y promover acciones de desarrollo basado en las singularidades.
Hace semanas que el Govern catalán lidera alianzas europeas para trazar estrategias comunes adaptadas a cada territorio. Compartimos buenas prácticas con la región francesa de Nueva Aquitania y las Azores portuguesas, la Euroregión ha reformulado su plan de acción y los cuatro 'motores de Europa' (Lombardia, Baden-Wurtemberg, Auvernia-Ródano-Alpes y Catalunya) hemos elaborado un posicionamiento sobre la importancia del intercambio de conocimientos y de políticas de gestión de crisis. Esta receta es mucho mejor que la recentralización de visión única impulsada por el Gobierno español, al que ya hemos visto, más de una y dos veces, cómo ha tenido que rectificar.
La vocación europeísta catalana nos guía para avanzar con mayor democracia y libertad. No podemos dejar atrás ningún derecho (ni de manifestación, ni de información, ni tantos otros) si deseamos evitar los tics autoritarios en la construcción del mundo post-covid. Las políticas tendrán que estar menos jerarquizadas. Ser más transversales y sostenibles, en línea con el Pacto Verde Europeo. Nadie saldrá de esta solo. Y deberíamos meditar a fondo cómo deseamos vivir en una sociedad más sensibilizada y cooperativa.
Habrá que cambiar la mirada. Las crisis muestran el alma, y Europa tiene que decidir cuál es la suya en este siglo XXI.
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