Tragedia geriátrica
Coronavirus y nuestros mayores: de fatalidades, discriminaciones y bioética
Lo que ha sucedido en las residencias es fruto de la ausencia de previsión, la concepción liberal del sector público, los recortes en sanidad y de que no hemos estado a la altura con nuestros mayores
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Josep Oliver Alonso
Catedrático de Economía Aplicada (UAB) y codirector de EuropeG.
Josep Oliver Alonso
Y, finalmente, ocurrió: mayores de cierta edad no aceptados en los hospitales; internos en residencias, o en sus casas, muriendo sin atención; y, finalmente, espantoso peaje: <strong>más del 50% de las defunciones del covid-19 corresponden a ellos.</strong> Este terrible aspecto, y la forma en que se ha tratado, muestran un decepcionante tono moral de nuestra sociedad. Porque, en el principio de la pandemia, ¿no se trataba de proteger a los más débiles, a los mayores? Dejando totalmente al margen a los sanitarios, que no merecen más que elogios, permítanme cuatro reflexiones.
Primera, acerca de las decisiones que nos han conducido a esta catástrofe. Como en las crisis económicas, también la magnitud de la epidemia refleja severos problemas previos, en este caso en la sanidad. En Catalunya y España, el triunfo de la lógica neoliberal la pasada década, según la cual cuanto más reducido el papel del Estado mejor, la ha jibarizado provocando, ahora es evidente, efectos devastadores. Son conocidos los resultados de la austeridad en Catalunya y otras comunidades autónomas, como en la de Madrid: más privatizaciones, menos médicos, menos camas y menos gasto. Para el conjunto de España, el 'State of Health in the EU. Spain Country Health Profile 2019', de la OCDE, muestra que el gasto sanitario per cápita es un 15% inferior a la media de la UE. Con ello, no es extraño que más de 30.000 sanitarios, cumpliendo con su deber y muchas veces superando lo humanamente exigible, se hayan infectado.
Segunda, respecto a la ceguera de los poderes públicos. La OMS, 15 años atrás, y el Banco Mundial, en el 2016, alertaron que una pandemia parecida iba a emerger. No se trataba de si la habría, sino de cuando aparecería. Como afirmaba el profesor de Harvard Dani Rodrik hace unos días ('Will COVID 19 Remake the World?'), al igual que con el cambio climático, el coronavirus era una crisis a la espera de su irrupción. Pero, ¿acaso no tenemos sistemas de prevención epidemiológica, en la administración catalana y en el resto de comunidades autónomas, que pagamos entre todos? ¿Nos preparamos para una eventualidad parecida? Lo hecho, a la vista está.
Tercera, en lo tocante al papel de los comités de bioética. Sus responsables, en Barcelona o Madrid, han querido tranquilizarnos: con cada paciente, independientemente de su edad, se ha hecho lo mismo que siempre. Es decir, evaluarlo, decidir si la intensidad terapéutica era pertinente y, en caso contrario, optar por la sedación. Una media verdad que, como siempre, es también una mentira. Porque hoy este argumento, simplemente, no se sostiene: el covid-19 no permite tratar a todos como hubiéramos hecho hace poco. Por ello han aparecido inevitables baremos para apoyar la decisión a tomar. Algunos tan inmorales como el de ‘la utilidad social del paciente’ (¡sic!). En ausencia de la epidemia, ¿se recomendaría la uci a ciertos pacientes que ahora son rechazados? Esa es la pregunta a la que no responden los comités de bioética. Porque, en una parte no menor, las decisiones que se han adoptado, continúan y continuarán adoptándose si hay otra ola, tienen poco que ver con la bioética, y mucho con la escasez de medios. ¿Resultado de esa incapacidad?: el inevitable cribaje.
Cuarta, sobre el desapego hacia los mayores que ha mostrado la crisis. Que no es nuevo y que se traduce, por ejemplo, en una legislación que les obliga a abandonar el mercado de trabajo; en el desprecio a los que ya no son productivos; en <strong>el aparcamiento en residencias que no merecen ese nombre;</strong> y en tantos otros aspectos que la crisis ha puesto de relieve. Y aunque quisiera creer que los dramáticos sucesos en relación a su trato sanitario no tienen nada que ver con esta concepción, se me hace difícil imaginar que estén desvinculados.
¿Fatalidades cósmicas? En absoluto. En una medida no menor, la extensión de la enfermedad, la contaminación del personal sanitario, las muertes de mayores en las residencias, o su exclusión de ciertos tratamientos, no tienen nada de fatales. Son el resultado, parcial pero muy real, de la ausencia de previsión de nuestras autoridades, de la concepción liberal del sector público, de los recortes en sanidad y de un país que, en relación a sus mayores, no estaba, y no ha estado, a la altura.
En todo caso, ni cataclismos cósmicos ni tratamiento igualitario. Nuestra sanidad y nuestra sociedad es el reflejo de anteriores decisiones. Y lo que el covid-19 ha puesto al desnudo no es lo que desearíamos. Por lo menos, algunos de nosotros.
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