Análisis

No somos chinos (todavía)

Los gobiernos han de tomar decisiones considerando en toda su complejidad el triángulo que conforman la salud, la actividad económica y las libertades individuales

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Josep Martí Blanch

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En el periodo 2008-2014 se publicaron numerosos estudios que vinculaban la crisis económica a la disminución de la esperanza de vida de los ciudadanos e incluso al aumento de fallecimientos entre quienes más la sufrían. Quienes daban credibilidad a esas informaciones deben seguir creyendo que no es razonable dirigir un país, pensando en la salud pública, sin tener un ojo puesto en el impacto económico de cualquier decisión.

Saltando a otro ámbito, y aunque cada vez son más los que manifiestan admiración por regímenes autoritarios amparándose en su eficacia, lo cierto es que en nuestro debate público siguen siendo infinitamente mayoritarias las posiciones favorables a los valores de una sociedad abierta, dispuesta a seguir considerando las libertades y derechos individuales como elementos principales del modelo de civilización que consideramos mejor (apunte para los relativistas: sí, he escrito mejor. No diferente).

Todo lo anterior viene a cuento por la ligereza con que se afronta el debate en torno a <strong>las medidas que los gobiernos van tomando</strong> para frenar primero, y acabar después, con el coronavirus y sus consecuencias. No parece que seamos muchos, pero créanme que me atemoriza la facilidad con la que el miedo nos hace desertar de la complejidad para abrazar, de la noche a la mañana, y sin apenas voces discordantes, que al coronavirus solo se le puede vencer a martillazos, cuanto más fuertes mejor, encaminados a destruir la actividad económica y sin respetar los mínimos de libertad de los individuos.

Ahora es cuando algún lector puede pensar que me importan un comino las personas de edad avanzada o lo que le pase al prójimo. Pues va a ser que no. Yo también tengo padres mayores y yo mismo no soy ningún jovenzuelo. Tengo el mismo interés que todos ustedes en llorar lo menos posible durante las próximas semanas.

Pero sí considero, no solo razonable, sino también exigible, que los gobiernos tomen decisiones considerando en toda su complejidad el triángulo que conforman la salud, la actividad económica y las libertades individuales. Desde el absolutismo moral se considera esta exigencia un crimen, y se acusa a quien la defiende de practicar unos valores incompatibles con la vida en sociedad. ¿Las libertades y la economía al mismo nivel que la vida?

Planteado así uno siempre va a perder, claro. Pero que quieren que les diga, prefiero un gobierno que calibra bien la importancia y las consecuencias futuras que tiene una décima de más o de menos en una recesión que uno que ni tan siquiera se haga esta pregunta. Como escojo también un gobierno que actúe razonablemente en el capítulo de las restricciones de libertades individuales. Son muchos los que pretenden decirle al gobierno lo que debe y lo que no. Mi ignorancia me impide hacerlo. Pero sí me atrevo a pedirle que no se olvide de este triángulo para que que evitemos llorar a los muertos sin tener que llorar por los vivos. Nadie dijo que gobernar fuera sencillo. Si es fácil, o no está pensado o no es democrático. Ninguna de las dos cosas es la que nos conviene. Aún no somos chinos (todavía).