Informar sobre epidemias
Covid-19: ante todo, mucha calma
Algo que deberían tener siempre en cuenta las autoridades es el poder de la estupidez humana, una respuesta habitual y natural que exhibimos prácticamente todos cuando nos dejamos llevar por la 'sabiduría' de la masa
Salvador Macip
Director de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC y catedrático de medicina molecular de la Universidad de Leicester.
Dudaba de si hablar del Covid-19, porque la situación me causa cierto 'déjà vu': podría aprovechar textos que escribí sobre la pandemia de gripe porcina del 2009 y no se notaría mucho, porque a pesar de que se trata de virus diferentes, nos han afectado y hemos respondido de forma similar. Pero no haré trampas y me centraré en algunos aspectos de la situación actual que encuentro relevantes, con el conocimiento que me da haber trabajado con virus y haber escrito un par de libros de divulgación sobre microbios y epidemias.
Todavía no conocemos bien el SARS-CoV-2 (el virus que causa la enfermedad similar a la gripe llamada Covid-19). Sabemos que se extiende rápidamente (en parte porque los enfermos son contagiosos durante una larga fase sin síntomas) y que tiene una mortalidad media relativamente baja, seguramente menor del 2% (para tener perspectiva: 20 veces más que el 0,1% de la gripe estacional pero mucho menos que el 50% del ébola). Además, podría ser que se quedara escondido en algún lugar del organismo, como hace el VIH, y rebrotara cuando el paciente ya se ha curado. Si sumamos estos factores, más las numerosas incertidumbres, hay motivos de sobra para ser cautelosos. Pero no para vivir con el miedo en el cuerpo.
Si cada vez que comienza la temporada de gripe estacional las autoridades publicaran el número de contagios detallados y los diarios prepararan gráficos que siguieran cómo se extiende la infección y cuántas muertes causa, los momentos de pánico que se están viviendo ahora se repetirían cada invierno. Estos datos son muy importantes, sobre todo cuando ha aparecido un microbio desconocido, pero desde el punto de vista del control sanitario, no del del usuario. La transparencia es esencial (incluso los chinos lo han aprendido, después de que el SARS se magnificara por culpa de los intentos de ocultarla), pero también lo es cómo se transmite la información. Hay datos que, si se dan al público, amplificados por unos medios ávidos de noticias que atraigan lectores, no aportan ningún beneficio y, en cambio, pueden hacer daño. Un ejemplo: el afán por acaparar mascarillas (que, recordémoslo una vez más, no sirven para evitar que te contagies) ha hecho que se agoten en muchos lugares. La gente que realmente la necesita para otro motivos (personal sanitario, inmunodeprimidos...) ahora no tiene suficientes y deberá correr unos riesgos innecesarios.
Respuesta rápida y coordinada
Algo que deberían tener siempre en cuenta las autoridades es el poder de la estupidez humana, una respuesta habitual y natural (y más contagiosa que un virus) que exhibimos prácticamente todos cuando nos dejamos llevar por la 'sabiduría' de la masa en momentos de crisis. En la universidad he visto más de una vez cómo los estudiantes confían más en rumores que en la información que les pasamos los profesores. Si una población altamente educada y acostumbrada a contrastar fuentes de información se deja llevar fácilmente por la irracionalidad cuando está bajo presión, es fácil entender qué pasa en entornos menos preparados. Comunicar con mucho cuidado los temas de salud son deberes que tenemos todavía pendientes tanto los científicos como los políticos y los medios.
Las conclusiones que podemos sacar en el 2020 son las mismas que en el 2009. La más importante: cuando aparece un virus nuevo hace falta una respuesta rápida y coordinada hasta que entendamos el alcance de la enfermedad que causa. Lo que han hecho las autoridades, desde las chinas a la OMS, no es exagerado, sino adecuado. Algunas cosas se podrían pulir, sin duda, pero me ha parecido que se han evitado algunos errores antiguos y se ha actuado con más firmeza. Lo que no ha mejorado ha sido la gestión pública de la crisis, que ha vuelto a crear desconcierto, desconfianza y paranoia. Siempre habrá alguna persona que creerá que todo es un complot, pero lo que tenemos que conseguir es que este punto de vista se mantenga marginal y la gente haga caso a los que saben. Para ello tiene que haber una estrategia de comunicación coordinada y razonada, a ser posible con una sola fuente de información (tal vez la OMS misma) secundada y amplificada por todas las autoridades y medios.
No creo que nadie dude de que, hoy en día, las enfermedades infecciosas son un problema global. Empiezan en un rincón del planeta, pero nuestro estilo de vida hace que se extiendan como la pólvora. Las pandemias seguirán siendo frecuentes, los entendidos lo dicen, y debemos aprender de cada incidente para que la próxima vez las cosas nos salgan mejor. Porque tal vez un día aparecerá el virus perfecto, altamente mortal y fácil de extender, y entonces no tendremos tiempo de pensárnoslo mucho. De momento, mantengamos la calma y escuchemos solo a los expertos.
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