Juan Carlos Ortega
Juan Carlos Ortega
Los límites del humor
A los que nos dedicamos al humor, suelen preguntarnos de vez en cuando cuáles son sus límites. Casi siempre, el interlocutor desea obtener una respuesta combativa, un manifiesto en defensa de nuestra profesión y una crítica durísima a cualquier tipo de censura. Ya saben, todo ese rollo pesadísimo que a uno le permite ir de víctima y de valiente a partes iguales. Por eso, siempre que me interrogan sobre este asunto, me da una pereza tremenda.
Sin embargo, son tantas las veces en las que surge la cuestión, que inevitablemente uno termina pensando acerca de ello. Así que he ido elaborando, poco a poco, una teoría pequeña, probablemente tonta, pero en la que creo absolutamente.
Podría resumirla del siguiente modo: el límite del humor es la verdad. Y ya está. Así, sin más. La verdad es la línea que separa aquello de lo que hay que reírse de lo que jamás puede tocarse. Para que me entiendan, piensen ustedes en la música de Bach.
Cuando uno escucha los 'Conciertos de Brandenburgo' o las sonatas para violín, o cualquier cantata elegida al azar, resulta imposible reírse de esa música, porque expresa una verdad indiscutible. Puedes, claro que sí, hacer humor con su música, utilizar a Bach en un gag, pero no hay modo de señalar una de sus composiciones, sin alterarla, y convertirla en algo cómico. Y no es posible porque revela una verdad, y solo podemos –y debemos– reírnos de lo que es manifiestamente falso.
"Solo podemos –y debemos– reírnos de lo que es manifiestamente falso"
Les he puesto el ejemplo de Bach, pero también sería igualmente válido hablar de sus hijos. No de los de Bach; me refiero a los de usted, lector, si es que los tiene. Piense en algo cariñoso que le haya dicho alguna vez un hijo. Hay algo de verdad también en esa inocencia, y de nuevo resulta imposible reírse de algo así. Siguiendo el ejemplo anterior, también aquí les digo que es posible hacer humor con los niños, utilizarlos en gags, pero de esas cosas que usted ha oído de sus hijos, de eso en concreto que usted experimentó, de esa verdad inocente y sagrada, es imposible reírse.
La verdad es un límite, pero no un límite moral. Se trata de una limitación física. Antes, cuando les hablaba de esa línea que divide las cosas, les dije que separaba aquello de lo que hay que reírse de aquello de lo que no podemos reírnos. No dije "de aquello de lo que no debemos reírnos". Utilicé el verbo 'poder', porque de eso se trata: de una imposibilidad, escrita casi en las leyes de la naturaleza, como esa que nos dice que jamás podremos superar la velocidad de la luz.
Bach, los hijos, en resumen esas cosas luminosas que nos colocan delante de algo fundamental y verdadero. El humor nació –y sigue viviendo– para desenmascarar la falsedad. Y desenmascarar la verdad es imposible, porque no tiene máscara.
Resulta inevitable que alguien pregunte ahora: "¿Y quién decide qué es la verdad y qué no lo es?". Y aquí es donde hay que responder: "Si usted no ve verdad en Bach o en esas frases amorosas de los hijos, tenga por seguro que me voy a reír de usted, y mucho. Porque la esencia de mi profesión es reírme de usted".
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