Análisis
La corrupción siempre vuelve
Los partidos y las instituciones son culpables, principalmente, de amparar la impunidad
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
Albert Sáez
La corrupción forma parte de la condición humana. Imaginar un mundo sin ella es imaginar un mundo inhumano. Identificar unas siglas, una ideología o una institución con la corrupción es, siempre, un sinsentido que solo sirve para la disputa política, pero no soluciona el problema de fondo. Solventar este debate con la apelación a las manzanas podridas, también es un sinsentido. Manzanas podridas las hay, pero también hay ambientes en los partidos y en las instituciones que tienden a pudrir manzanas o que solo funcionan si las manzanas que les llegan lo están. Los partidos empezaron mal financiados la transición política. En aquellos años, no se quiso transmitir la idea de que la democracia constaba dinero, la podía hacer menos competitiva entre el franquismo sociológico. Pero los partidos, incluso bien administrados, cuestan dinero. Y tener más recursos puede ser un elemento que los hace más competitivos en las campañas electorales. Dicen los más viejos del lugar que la corrupción se disparó en España tras el referéndum de la OTAN, en 1986, que no contempló ningún tipo de subvención pública para los partidos. Y alguien en el PSOE si inventó Filesa, parece que a imitación de los socialdemócratas alemanes. Una empresa pantalla cobraba por informes fantasmas y con los ingresos pagaba los gastos electorales inconfesables. La cosa proliferó. Los casos ERE, Gürtel, Lezo, el 3% de los Pujol y de Convergència no se han hecho con técnicas muy diferentes a los de Filesa, copiados del 'caso Flick' en la portentosa Alemania. Este tipo de prácticas tiene tres consecuencias nefastas: altera la competición electoral de manera que gana más elecciones el que más roba; coloca en puestos clave de los partidos y de las administraciones a personas no aptas para esas responsabilidades sino confabuladas con las tramas de corrupción; y, finalmente, crea la figura de los "conseguidores" (el Bigotes, Jordi Pujol junior o Oriol Carbó, entre otros) que acaban convirtiéndose en poderes fácticos de los partidos conectados con todo tipo de organizaciones criminales.
Las declaraciones pomposas contra la corrupción no sirven de nada. La investigación abierta contra Esperanza Aguirre es una buena muestra de ello. Nadie fue nunca más contundente que la lideresa y ahora el juez de instrucción la considera ni más ni menos que la X de la Gürtel. Las declaraciones de principios, el negacionismo a voz en grito o las armas arrojadizas no solucionan ni solucionarán jamás el problema de la corrupción. Y, menos aún, el factor quizás diferencial que tiene en España como son las estructuras de impunidad. Y ese es el mal radical. Los ciudadanos lo pueden entender casi todo, menos eso. El uso del poder para ocultar la corrupción con todo tipo de artimañas, desde las legislativas hasta las judiciales pasando por las policiales. Lo pero de lo peor es el 'caso Villarejo', el uso de la policía para alentar, promover y ocultar todo tipo de corruptelas en la frontera difusa entre los negocios y la política. Sería el momento que los corruptores también pagaran lo suyo y que les exijamos el mismo compromiso contra la impunidad que les demandamos a los corruptos.
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