Análisis
Hay que frenar en seco los argumentos racistas
Ponemos todo el peso en los educadores de los menas sin escuchar qué necesitan para hacer su trabajo y dárselo
Sonia Andolz
Profesora asociada de la Universitat de Barcelona.
Sonia Andolz
Esta semana ciudadanos antiacogida de refugiados y grupos de ultraderecha se manifestaban en El Masnou frente a un Centre Residencial d'Acció Educativa (CRAE) como respuesta al intento de un menor tutelado de agredir sexualmente a otra menor. Este incidente xenófobo, que obedece en este caso concreto a la desinformación, no es algo aislado ni excepcional y debe subir las alarmas a nivel de emergencia.
Hay parte de la ciudadanía que desconoce que en los CRAE hay menores internados por distintos motivos. Los hay extranjeros y también nacionales. Algunos están ahí temporalmente por mandato judicial puesto que sus progenitores no pueden responsabilizarse de ellos. Otros están de forma más definitiva hasta su mayoría de edad y otros, los menos, son extranjeros llegados recientemente y de los que o bien no se conoce familia o bien la familia ya no está. Todos ellos llegan a unos centros que deben suplir no solo el refugio físico que supone un hogar sino también el apoyo, acompañamiento, la guía y el entorno socioafectivo que son las familias.
Todos estos elementos deben proveerlos unos centros masificados, con una ratio ínfima de educadores por menor (hay que tener en mente que estas figuras al final son lo más cercano a una madre o un padre que tienen muchos de estos menores) y sin recursos suficientes para ofrecer formación, entretenimiento u opciones de futuro. Urge diferenciar problemáticas y ofrecer soluciones.
Por un lado, hay que aumentar y mejorar la gestión que hacen los CRAE. Los profesionales que trabajan en ellos necesitan refuerzos y crecer en capacidad. Las recién aprobadas nuevas ayudas serán un alivio necesario pero insuficiente.
Por otro lado, los menores extranjeros responden a problemáticas distintas aunque no únicas y deben recibir una acogida formada y preparada para ello. De igual forma que muchos menores tutelados por la Generalitat de Catalunya han sufrido anteriormente violencias y traumas, los menores extranjeros suman a ello la dificultad de adaptarse a un nuevo entorno cultural, social y lingüístico. Hace falta capacitar a más adultos que pertenezcan a las comunidades o nacionalidades más presentes en el colectivo para hacer de puente con las instituciones. Además, los menas más mayores o que llevan más tiempo aquí son interlocutores muy válidos que deben ser escuchados y formar parte de la solución.
Las reacciones contra estos centros y contra los menores racializados están creciendo y es urgente frenarlas en seco yendo a las causas del problema. Queremos que los menores tutelados desaparezcan, se vuelvan invisibles ante nosotros y no molesten. Ponemos todo el peso en los educadores, en su gran mayoría vocacionales y que siguen adelante movidos por esa responsabilidad social más que por rédito laboral sin escuchar qué necesitan para hacer bien su trabajo y dárselo. Llegan problemas y buscamos responsables a los que culpar o, peor aún, dejamos que los argumentos racistas se extiendan como una mancha de aceite.
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