Opinión | Análisis
Periodista
Axel Torres
Periodista
Axel Torres
El United de ayer y hoy
El rival del Barça en la Champions ha pasado de ser el gran ogro de Inglaterra a ocupar un papel secundario en su propia ciudad
El primer videojuego que tuve se llamaba 'Manchester United'. Solo se podía jugar, claro, con el Manchester United. Te enfrentabas al resto de rivales de la liga inglesa y te aprendías la alineación del equipo por pura obligación. Eran los primeros tiempos de Alex Ferguson y los jugadores que mejor rendían en mi computadora se llamaban Lee Sharpe y Andrei Kanchelskis. Desde muy pronto, en Old Trafford dominaron la mercadotecnia para llegar a todos los públicos del planeta.
La primera final europea que recuerdo es la de la Recopa de 1991. Nos encontrábamos de colonias con el colegio en una antigua masía en el campo. Había un salón con televisor, pero nuestra profesora no nos dejó, a los de la clase A, acceder a ella para ver el partido entre el Manchester United y el Barcelona que se estaba disputando en Rotterdam. Los del B sí pudieron verlo, porque su profesora siguió un criterio distinto. Quizá fue el primer momento en el que entendimos que a veces las normas siguen lógicas extrañas que parecen muy injustas si se observan desde el sentido común. Con unos compañeros, nos escapamos tras la cena y vimos, desde fuera y por un cristal, la segunda parte. Recuerdo cómo pudimos observar desde la distancia que Carlos Busquets llegaba tarde a un balón largo en su salida desesperada y que Mark Hughes le regateaba para marcar el gol decisivo sin oposición. Desde mis ocho años, el Manchester United era un gigante bárbaro europeo que ganaba títulos y al que siempre había que temer y admirar en los partidos decisivos.
Los de mi generación nos acostumbramos a utilizar a los diablos rojos como ejemplo de grandeza
En mi post-adolescencia, cuando la Premier empezaba a televisarse todos los fines de semana y yo asomaba la cabeza en el periodismo informando sobre fútbol internacional, cualquier partido que no ganaba el Manchester United era una gesta. Me hice del Arsenal por combatir el aburrimiento de lo previsible. Había que apoyar al único que parecía capaz de amenazar con aportarle algo de intriga a ese campeonato tan bello y tan de verdad. Crecimos entendiendo que cualquier visitante que llegaba al minuto 89 sin perder en Old Trafford no tenía aún ningún botín en el bolsillo: más bien se acercaba su momento de frustración. Y que Sir Alex Ferguson, al que nadie ha analizado jamás como un genio táctico especialmente sofisticado en lo metodológico, simplemente ganaba. Como si fuera algo sencillo. Los de mi generación, igual que los de la anterior usaban "el Brasil del 70" como referente de belleza extrema, nos acostumbramos a utilizar a los diablos rojos como ejemplo de grandeza cuando se trataba exagerar o despreciar la magnitud de un oponente: "el Matadepera no sería precisamente el Manchester United".
Sí: los que solemos apoyar a los débiles no simpatizábamos demasiado con el Manchester United. Y hoy, en cambio, nos da hasta pena. En una de las historias más extraordinarias e inverosímiles del fútbol mundial en los últimos tiempos, los diablos rojos nos parecen ahora el vecino pobre de la ciudad. Les cuesta meterse en la Champions mientras el City arrasa. Apoyarles a ellos, el antiguo gigante de la globalización, significa decantarse por el débil. Qué cosas.
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