Abusos sexuales en la Iglesia
Llevamos un tesoro en vasijas de barro
La actuación de unos pocos, o de unos muchos, no puede echar a perder los valores de justicia y fraternidad con los que tantas personas han crecido
Núria Iceta
Editora de 'L'Avenç'
Núria Iceta
Creo que no me equivoco mucho si digo que muchos católicos hemos estado aguantando la respiración desde que se conocieron los primeros casos de abusos sexuales en Irlanda... ¿Era una cuestión de tiempo que nos tocara a nosotros o es que nosotros habíamos sido inmunes a esta lacra? Está claro, era cuestión de tiempo. En el editorial que publicamos desde la Fundació Catalunya Religió 'Por una reacción eclesial y social ante los abusos a menores' desde el dolor y la consternación dejábamos clara nuestra postura sobre dónde ha fallado la Iglesia en la prevención y la solución del problema, y qué medidas habría que emprender para lograr el cambio de mentalidad necesario que debe impedir que unos hechos como estos se puedan repetir. Es como un miembro más de la comunidad eclesial, grande y diversa, que querría decir algunas cosas.
MEA CULPA. Es horroroso que en el seno de una comunidad que solo tiene que regirse por el amor al prójimo, se produzca un abuso de poder de estas características y ejemplificado en lo más íntimo y personal. No pediremos nunca suficientemente perdón por no haber sabido detener esta realidad que teníamos ante los ojos o detrás de la puerta, ni por la vergüenza que hemos pasado cuando hemos recibido ciertas denuncias sin demasiada sorpresa. Por mucho que los abusos sean un grave problema social, en la Iglesia hay un compromiso moral y ético añadidos, una autoexigencia de responsabilidad, una estructura institucional en la que la sociedad había confiado y que hemos traicionado. A partir de ahora, tolerancia cero, compasión la que haga falta, apartar a los abusadores del ejercicio de sus funciones (¡no trasladarlos!), y pedir perdón. Y ponerse en manos de profesionales, trabajar para la reparación y facilitar la acción de la justicia. Respetemos la presunción de inocencia, pero pongamos a las víctimas en lo alto de las prioridades.
Gestión de la sexualidad
Hay una cuestión pendiente en todo esto. Gravísima. La gestión de la sexualidad, la aceptación del cuerpo humano como parte inseparable de su alma. La culpabilización del hombre por el hecho de ser hombre, la imposición del celibato, la persecución de la homosexualidad, la concepción de la sexualidad prácticamente como técnica reproductiva sin ningún fundamento teológico, todo esto se ha ido pudriendo y estoy segura de que si no es la causa sí que ha sido un agravante en determinadas conductas. Tenemos que abrir ventanas, aceptar a las personas tal como son, porque así es como Dios nos ama.
LA INSTITUCIÓN. Es probable que cuando estalló el escándalo de los Maristas nadie estuviera suficientemente preparado para afrontarlo. Afortunadamente hemos avanzado desde entonces, pero no estoy segura de que hayamos tocado fondo entre la jerarquía eclesiástica, que la conciencia de la inevitabilidad de cambios profundos esté suficientemente asumida. La conclusión de la cumbre que convocó el Papa en Roma fue muy tajante: "Ningún abuso debe ser nunca encubierto ni infravalorado" y habrá que ver cómo se desarrolla en medidas concretas que por capilaridad lleguen a todos los rincones del planeta con la misma contundencia.
También me hubiera gustado no ver solo a tantos obispos, porque es del conjunto de la Iglesia que estamos hablando, de las parroquias, de las comunidades educativas, los centros de 'esplai' ... Mientras haya foros exclusivamente masculinos no podremos dirigirnos al conjunto de la sociedad. A pesar de la iniciativa que el mismo Papa encabeza (y que su predecesor no supo afrontar) ¿aún tenemos que escuchar cosas como que el feminismo puede convertirse en un machismo con falda?
Recuperar la credibilidad perdida
Estoy segura de que este estallido contra el escándalo de los abusos, este cambio de mentalidad que reclamamos, también tiene que ver precisamente con la fuerza del movimiento feminista, con la crisis de la masculinidad. Las mujeres de la Iglesia, que son su motor, tanto o más que los hombres, a pesar de una lacerante e injustificada discriminación en tantos aspectos, hemos tolerado demasiado tiempo esta situación. Al contrario, deberíamos ponernos al frente de esta lucha, que es estar al lado de los oprimidos.
REIVINDICACIÓN. No lo merecemos, la actuación de unos pocos, o de unos muchos, no puede echar a perder la tarea secular en el acompañamiento de personas, social y educativa que ha hecho que tantas personas hayamos crecido a nivel personal, nos hayamos sentido realizadas, hayamos aprendido a convivir, a compartir, a poner el otro en el centro de nuestras vidas. Son estos valores de justicia y fraternidad los que están en juego. Debemos recuperar la credibilidad perdida que el laicismo del siglo XX también ha contribuido a ocultar. Llevamos un tesoro en vasijas de barro, ya lo dice el Evangelio.
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