LA CLAVE
¿Mediar con los rebeldes?
La intercesión de Urkullu durante el 1-O, instada por Puigdemont y aceptada por Rajoy, no casa con el clima de violencia que denuncia la fiscalía para sustentar el cargo de rebelión
Enric Hernàndez
Director
Director de EL PERIÓDICO desde el 2010 y licenciado en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona. En 1998 se incorporó al diario como redactor jefe de Política en Madrid. Un año más tarde, asumió la jefatura de la delegación y, en el 2006, fue nombrado subdirector. También trabajó en 'El País' como director adjunto y en el diario 'Avui', donde inició su carrera profesional.
ENRIC HERNÀNDEZ
A primera vista, el turno de los testigos en el juicio del 'procés', por su perfil eminentemente político, ha arrojado escasa luz sobre las graves imputaciones penales contra los acusados. Identificar al cerebro del operativo policial del 1-O, por ejemplo, servirá para reforzar o destruir relatos prefabricados, no para que el tribunal discierna si los acusados delinquieron o no. Solo Íñigo Urkullu ha roto esta tónica, pues los detalles que brindó sobre su mediación entre el Gobierno y la Generalitat siembra todavía más dudas sobre las acusaciones formuladas por la fiscalía.
Como relató el lendakari en el Tribunal Supremo, el canal de comunicación se instituyó en verano del 2017 a petición de Carles Puigdemont y con la expresa aceptación de Mariano Rajoy, se activó tras el episodio del 20-S y funcionó a pleno rendimiento entre el 1-O y la declaración de independencia del 27 de octubre. Justo las fechas en las que, según la instrucción, Catalunya vivía el clima de violencia en que fundamenta los cargos de rebelión.
Si el miércoles sorprendieron las evasivas con que Rajoy esquivó las preguntas sobre esta intermediación, el jueves, al interrogar a Urkullu, el fiscal descolocó a la audiencia al desviar la atención blandiendo la correspondencia entre Puigdemont y Ana Pastor, presidenta del Congreso. Los silencios del expresidente y la maniobra de distracción del ministerio público obedecían a idéntico fin: descafeinar un diálogo que contradice el cargo de rebelión.
UNA FÁBULA
Porque resulta inconcebible que Rajoy aceptara mediación política alguna si en verdad Catalunya hubiera vivido en aquellos días el violento alzamiento sobre el que más tarde fabuló el fiscal general del Estado para sustentar sus querellas. Ni entonces ni al aprobar el 155 aludió el presidente a la existencia de episodios violentos155; solo a algunas "coacciones" y a la necesidad de preservar la "convivencia".
Y, bien mirado, es lógico que así fuera: si Rajoy hubiera pensado entonces que en Catalunya se había desencadenado un rebelión, ¿habría mantenido abierta una vía de diálogo, lendakari mediante, con el líder de los rebeldes?
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