A PIE DE CALLE

(Poli)Amor

El fenómeno tiene una larga historia, pero en la actualidad implica sopesar un cambio de mentalidad

MIQUEL SEGURÓ

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'Soplando hacia el sur, y girando hacia el norte, girando y girando va el viento; y sobre sus giros el viento regresa'. Lo mismo podría decirse, a partir de este conocido versículo del libro veterotestamento de Qohéleth, del amor. Para unos, la promesa de dicha en esta vida; para otros, una de las vías para experimentar el placer. Y para todos, un misterio que nos interpela.

De un tiempo para aquí viene hablándose del poliamor, es decir, de la capacidad o voluntad de mantener varias relaciones de tipo amoroso. Tendemos a relacionar el poliamor con las relaciones de pareja, pero conviene apuntar que “amor” no tiene un solo sentido. Sabido es que para los antiguos griegos no era lo mismo la philia (amistad), que el eros (deseo), la storge (filialidad) o el agape (incondicionalidad universal). Así que el poliamor forma parte, de facto, de toda vida, porque no es lo mismo amar al familiar que a la amiga, al hijo o a la humanidad.   

Centrados en lo que entendemos por relaciones de pareja, el poliamor invita a otra perspectiva sobre la esfera sexo-afectiva. Es verdad que el fenómeno tiene una larga historia, pero en la actualidad implica sopesar un cambio de mentalidad: dado que se asume que no hay una centralidad natural, ya que tal centralidad es, si acaso, un constructo cultural, lo diferente deja de ser una excentricidad. Es decir, que la opción monógama no es el centro rector y obvio de las relaciones sexo-afectivas, sino que es una opción más. Y conviene destacar esto: es una opción más, así que tampoco sería pertinente catalogarla de excentricidad retrógrada. 

El debate, pues, no debería ser si lo uno o lo otro son algo bueno en sí, si no si lo son para las personas implicadas. Porque cualquier cosa que tenga que ver con lo amoroso pasa indefectiblemente por la amistad. Amor y amistad, de hecho, comparten etimología, al remitir a amma, madre. Poco importa el modelo de relación sexo-afectiva preferida y efectiva, ya que lo determinante es el sentido con el que se hace y que rija lo que decía Kant en torno al imperativo categórico: debemos tratarnos unos a otros como fines en si mismo y no atropellar los intereses del otro.

Disparidad de expectativas

Lejos de ser algo dado, lo afectivo comporta una exigencia y una audacia. De honestidad, de sinceridad, de respeto y de autonomía. Nada tiene que ver, se sea poliamoroso o monógamo, con el engaño, la hipocresía o el egoísmo premeditado. Estamos llamados a preguntarnos por lo que nos hace sentir coherentes, en este momento y en esta situación, y a ser capaces de formularlo, integrarlo y comunicarlo a las personas implicadas. Asumiendo que en cualquier relación hay disparidad de expectativas y pareceres, por eso todas deben pasar por el pacto ético y de confianza de explicitar el marco de acción.

Así que, adaptando a Agustín de Hipona y su “ama y haz lo que quieras”, hoy podríamos decir: atrévete a amar, a tu manera, y responsabilízate de tus actos. Lo uno y lo otro, a la vez. Si no, es que no es amor.