El conflicto catalán
Necesitamos coraje político
Hay que enfrentarse al miedo de ser acusados de traidores para lograr un mayor y mejor autogobierno
Antón Costas
Presidente del Consejo Económico y Social de España (CES)
A Catalunya parece sentarle mal el autogobierno. Lo estamos viendo con los efectos que ha tenido el procés en las salidas de sedes empresariales y en la división social. No es la primera vez. Sucedió ya en 1934 con la proclamación del Estado Catalán por el presidente republicano Lluís Companys. Por el contrario, el dinamismo empresarial, la convivencia y el progreso social han sido mayores en aquellas etapas en las que se dejó la gestión de la política al Estado y los catalanes dedicaron todas sus energías a hacer empresa y a crear riqueza. Parece como si existiese un dilema catalán consistente en tener que elegir entre el autogobierno o crear riqueza. Hasta ahora ha sido así. Pero no tiene por qué en el futuro. Pero antes de ver cómo reconciliar la aspiración a un mayor y mejor autogobierno con el progreso económico y la convivencia social, vale la pena pararse a buscar alguna explicación al dilema.
El profesor Fabián Estapé, mi maestro en la Universitat de Barcelona, usando su proverbial ironía, me comentó en una ocasión que tenía pensado escribir un pequeño libro sobre los catalanes y ya tenía título: Pocs i mal avinguts. No sé cómo argumentaría hoy su idea. Pero posiblemente haría referencia al hecho de que, en momentos cruciales para el autogobierno, el nacionalismo catalán democrático se ha dejado secuestrar por sus grupos más radicales y populistas. Populistas ya que niegan el pluralismo y tienden a dividir a la sociedad en dos grupos irreconciliables: el pueblo y las élites corruptas; o, buenos y malos patriotas.
Hostigamiento a los no nacionalistas
Con esta visión maniquea, esos grupos minoritarios han acusado de tibios a los nacionalistas democráticos y han señalado y hostigado a los no nacionalistas. El propio profesor Estapé lo sufrió en carne propia, así como otros economistas y políticos catalanes (Laureano Figuerola, Francesc Cambó, Joan Sardá Dexeus, Laureano López Rodó, Ernest Lluch, Miquel Roca, entre muchos otros) que desde distintas opciones políticas asumieron el compromiso de contribuir a modernizar España desde, y en beneficio de Catalunya. Por eso fueron hostigados, tanto desde las filas conservadoras de tradición carlista como desde las izquierdas antisistema.
En los últimos meses los dirigentes nacionalistas críticos con la deriva del independentismo unilateral no tuvieron el coraje político de romper con esos grupos intransigentes. Les frenó el miedo a ser acusados de «traidores», «'botiflers'» o «antipatriotas». Además del cálculo electoral, posiblemente al expresident Puigdemont le faltó ese coraje en la madrugada del 26 de octubre cuando comunicó a su Govern que convocaría elecciones y luego se dejó intimidar por ese tipo de acusaciones. Se habría evitado la aplicación del 155, la pérdida de las instituciones de autogobierno y la quiebra de la convivencia.
El nacionalismo democrático catalán se ha dejado secuestrar por sus grupos más populistas
en momentos cruciales
No soy jurista y tengo dudas de que pueda acusarse a los dirigentes independentistas del delito de rebelión, manteniéndolos en prisión preventiva. Pero pienso que a los dirigentes demócratas de ERC y del PDECat les ha fallado el coraje moral y político necesario para enfrentarse al miedo a ser acusados de traidores. Si no lo vencen no tendremos gobierno y, entre otros daños, la sanidad, la educación y otros servicios públicos fundamentales se deteriorarán de forma irreversible. Nos veremos, además, abocados a nuevas elecciones, que probablemente tampoco serán útiles si sigue faltando ese coraje para ser moderado en vez de intransigente.
No se trata de renunciar a un mayor y mejor autogobierno. Es una aspiración compartida por catalanes de toda la vida y por nouvinguts. De lo que se trata es de hacerla posible en el marco de las reglas del Estado de derecho, definidas por el Estatut, la Constitución y los tratados europeos. Sin que haya que renunciar a cambios legales que permitan abrir cauces para las aspiraciones democráticas.
El inmovilismo de los Gobiernos y partidos
Pero hay que reconocer que esos cauces para un mejor autogobierno no han sido posibles no solo por el maximalismo independentista sino también, y en buena medida, por el inmovilismo político de los Gobiernos españoles y los partidos estatales. Ahora bien, ese inmovilismo no se romperá con la violencia política, el hostigamiento a los no independentistas y las algaradas en calles y carreteras sino con el acuerdo político entre independentistas y no independentistas sobre qué autogobierno queremos. Por lo tanto, dotémonos del coraje moral necesario para vencer los miedos y acordemos primero entre nosotros cuáles son los objetivos compartidos para lograr un mayor y mejor autogobierno.
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