ANÁLISIS
¿Cuáles deben ser los límites en la economía digital?
El caso de Facebook y Cambridge Analytica es un claro ejemplo del múltiple impacto que puede tener un comportamiento inadecuado en la economía digital
Carmina Crusafon
Profesora de la Universitat Autònoma de Barcelona.
Carmina Crusafon
Facebook se encuentra en el ojo del huracán informativo. El escándalo del uso fraudulento de datos de 50 millones de sus usuarios por parte de la empresa británica Cambridge Analytica pone de relieve los efectos múltiples de cualquier acción en la red. Se trata de un caso complejo, en el que se deben identificar tres dimensiones: la económica, la política y la social.
El comportamiento de los gigantes digitales está siendo examinado por inversores, políticos y usuarios. Este último episodio de Facebook ha tenido un impacto económico sobre su valor bursátil con un descenso considerable, afectando también a otras empresas digitales y al conjunto de la bolsa estadounidense. Es una muestra clara de esta economía conectada, donde una política informativa transparente debería ser la norma habitual. Ha sorprendido el silencio de sus máximos ejecutivos, Mark Zuckerberg y Sheryl Sandberg, que no ha respondido a los criterios esperados en el líder de las redes sociales.
Cuestión de confianza
El valor central de la economía digital es la confianza que depositan los usuarios en las plataformas. De ahí que lo que está en cuestión es cómo estas se comportan en los acuerdos con terceras compañías. El caso que analizamos demuestra la necesidad de definir muy bien los límites en el acceso a los datos de los usuarios y de garantizar su privacidad, así como asegurar un seguimiento y comprobación de que se están cumpliendo los términos. Han aparecido varios testimonios en la prensa estadounidense que evidencian la falta de este rigor.
La dimensión política también es relevante en este caso. El uso engañoso de estos datos para las campañas electorales de Donald Trump y del 'brexit' ha puesto en alerta al Congreso estadounidense y al Parlamento británico. El primero ya lleva algunos meses analizando el tema del impacto de las noticias falsas en las últimas elecciones. El segundo empieza a ponerse en marcha a raíz de este asunto. La cuestión central es cómo delimitar las acciones de la propaganda digital y de esta forma evitar la manipulación de los electores.
El impacto social de Facebook es evidente porque cuenta con 2.100 millones de usuarios. La cifra de 50 millones puede ser solo la punta de un iceberg. Ningún usuario es ajeno a este tipo de actuaciones. De ahí que sea obligatorio reclamar cierto activismo de su parte. Se hace inevitable poner en el centro del debate la necesidad de que estas grandes compañías rindan cuentas al conjunto de la sociedad y no únicamente a sus accionistas. Sus acciones tienen impacto en nuestras vidas diarias, de ahí que se debe poder identificar las posibles responsabilidades. Delimitar las actuaciones en la economía digital no es un asunto que deba preocupar únicamente a los especialistas en ética empresarial, sino al conjunto de la ciudadanía.
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