intangibles
Mujer y empresa
Jordi Alberich
Economista
Jordi Alberich
Cuando de trata de modificar políticas públicas o comportamientos privados que afectan al interés general, se argumenta que un buen debate público es la clave para alcanzar esos avances que se pretenden. Un razonamiento sensato y que, observando lo que sucede alrededor, a menudo resulta certero, aunque no siempre. Una de dichas excepciones es el caso de la incorporación de la mujer a la empresa, especialmente a la dirección de la misma. Es difícil debatir más y avanzar menos.
Lo pensaba al dialogar con las responsables del Women 360º Congress y escuchar lo que se pretende con ésta y otras iniciativas similares: el favorecer un mundo del trabajo, especialmente en la empresa, en que se pueda compatibilizar una carrera profesional ambiciosa con una vida personal digna y, por qué no, placentera. Para alcanzar este objetivo, se requiere de mecanismos concretos, como aquéllos que permitan adecuar dicha carrera a lo que conlleva la maternidad pero, principalmente, de lo que se trata es de desvincular la eficiencia de la presencia física en el puesto de trabajo. Una pretensión que resulta más plausible en la medida que las nuevas tecnologías aminoran la necesidad de esa presencia.
Ésta es una ya antigua reclamación de la mujer que le ha permitido alcanzar avances notables en diversos ámbitos como, entre otros, la sanidad, la educación, la política o la justicia. Es decir, dejamos en manos de la mujer nuestra salud, la educación de nuestros hijos, los asuntos públicos y la aplicación de la ley. Casi nada. Pero se le resiste la empresa.
En este sentido, incluso es habitual que ante el plan de vida que la mujer percibe le espera caso de asumir mayores responsabilidades en la empresa, no son pocas las que prefieren quedarse como estaban. No les subyuga entrar en una dinámica, a menudo innecesaria, de interminables jornadas y de plena fidelidad a las exigencias del superior jerárquico. Quizás esto explique cómo siendo la mujer mayoría en las facultades de economía, y obteniendo los mejores expedientes, resulte tan raro que alcance la cúpula empresarial.
Para salir de esta dinámica, creo que resultarán determinantes las actitudes que se perciben en un buen número de jóvenes, hombres, que muestran su incomodidad ante unas dinámicas empresariales que, curiosamente, vienen a coincidir con las que, tradicionalmente, señalan las mujeres. Y no se trata de personas de baja capacidad o escasa ambición. Ocurre que, sencillamente, aspiran a lo máximo en la empresa pero de manera que no les comporte el renunciar a otros ámbitos de su vida. Y, seguramente, un equilibrio entre esos intereses múltiples y propios de cualquier persona civilizada, puede facilitarles entender mejor ese mundo tan complejo de nuestros días, lejos de lecturas unidimensionales. Que tanto abundan.
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