Hacia el 1-O
¿El 15-M y el independentismo pueden confluir?
Lograr un punto de encuentro entre ambos horizontes es el gran desafío para quienes aspiran a un cambio real
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Esther Vivas
Periodista. Autora de 'Mamá desobediente'.
ESTHER VIVAS
Vuelven a ocuparse universidades, la gente sale a la calle y retumban las cacerolas. Huele a indignación, y regresan a la memoria los ecos del 15-M. No son los mismos pero tanto los indignados entonces como el movimiento independentista catalán ahora han sido los únicos capaces de sacudir el anquilosado sistema político surgido de la Transición.
Cuando el movimiento del 15-M ocupó las plazas, en el 2011, al grito de «democracia real ya», muchos de los partidarios de la independencia, aunque no todos, tacharon a quienes llenaban las plazas de «españolistas». Desde las filas indignadas tampoco se entendió bien 'eso' del derecho a la autodeterminación. Aunque para ser justos, hay que recordar que el 15-M en la plaza Catalunya dio finalmente apoyo al derecho a decidir.
Hay grandes diferencias entre ambos espacios y sus bases sociales. El 15-M significó la impugnación democrática a la élite financiera y al poder político, cuestionando desde abajo las medidas de austeridad. El independentismo abarca desde sectores anticapitalistas hasta partidarios del rodillo neoliberal, unidos por el anhelo de un Estado propio al que lo fían prácticamente todo. Hemos visto episodios de animadversión mutua, pero tanto el 15-M, y su legado posterior, como el movimiento independentista, a pesar de sus diferencias, comparten algo entre ellos: una aspiración democrática que choca con el mismo enemigo, el régimen del 78.
En Catalunya, una de las grandes debilidades del ciclo político actual reside en las dificultades de entendimiento entre estos mundos. Aquellos que aspiran a políticas económicas y sociales más justas no pueden dar la espalda al derecho a decidir. Hoy, querer votar el 1 de octubre es una demanda democrática básica. Quienes anhelan una República Catalana no deberían olvidar que el reto vale la pena siempre y cuando se rompa con las inercias políticas y la subordinación de la democracia a las finanzas, que tan bien denunció el 15-M.
Lograr un punto de encuentro entre ambos horizontes es el gran desafío para quienes aspiran a un cambio real.
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