tú y yo somos tres
Romántico para el gris de la existencia
Ferran Monegal
Crítico de televisión
Ferran Monegal
ferran Monegal
Y Ana llegó a su boda con los ojos cubiertos con una venda. O sea, el amor es ciego. Pero hermoso. Luego se la quitó, naturalmente. Y se casó con Alberto para cerrar la historia de 'Velvet' (A-3 TV), con el romántico broche típico de las novelas rosa. Hombre, les ha salido redondo, estamos de acuerdo. Es verdad que el final podía haber sido otro. Dado que la perversa Cristina Otegui lo único que logra es quedarse tuerta con un parche en el ojo -como aquel pirata de la canción de Sabina-, podía haber aparecido en la boda con una escopeta disparando perdigonadas a los novios. Pero eso no habría sido 'Velvet', hubiera sido Puerto Urraco, que es otro género. El gran mérito de esta teleserie ha sido haberse transformado en un fenómeno social. Eso se consigue muy raramente. Por más potencia que tenga un imperio multimedia, por más sinergias y redobles de tambor que ejecuten todas sus multipantallas en plan orquesta, por más que 'seduzcan' a algún experto en redes sociales para que las vaya moviendo, creando tendencia, si no hay una base con un peso específico enorme que enganche por ella misma, no se consigue un éxito tan clamoroso En 'El hormiguero', previo al capítulo final, le decía Pablo Motos a Paula Echevarria, que la tenía de invitada: «Tendríamos que remontarnos a 'Verano azul', a la muerte de Chanquete, para encontrar un suceso televisivo similar al que habéis conseguido con Velvet». Estoy de acuerdo. Los creadores de Velvet -Ramón Campos y <b>Teresa Fernandez Valdés</b>-, no solo han construido un sonrosado culebrón entre Ana y Alberto. Han creado también una orfebrería de historias paralelas muy potentes. El tándem conformado por Pepe Sacristán y Aitana Sánchez Gijón, por ejemplo. El 'duetto' Marta Hazas y Javier Rey, de una simpatía y frescura prodigiosas. La conmovedora pareja Cecilia Freire y Adrián Lastra, con ese punto melindroso, cursi a veces, y también trágico, de superación y de lucha contra la sombra de un cáncer que acecha. Y sobre todo, ese torbellino de chispa, de ingenio, de explosión, con recursos escénicos de alta escuela, que ha sido Asier Etcheandía en su papel como Raúl de la Riva. ¡Ahh! Ha habido capítulos que los ha resuelto prácticamente él solo.
Quizá no se merecía Alberto un final feliz. El resto de personajes, sí. Y los cuatro millones de espectadores devotos, también. Náufragos buscando en la tele ese toque romántico para el gris de nuestra existencia.
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