ANÁLISIS
Carta de un niño de extrarradio a Javier Pérez Andújar
¿Dónde están hoy todos aquellos Pérez Andújar ahora que llegan, por fin, aquellos tiempos que tanto esperaron?
Gabriel Rufián
Diputado de ERC en el Congreso
GABRIEL RUFIÁN
Las jeringuillas de la calle Liszt. Los bloques de colores y el frío de Singuerlín. La estatua desnuda de la plaza Reloj. Los libros de Herman Hesse y Lenin en el comedor. Las historias de 'Bandera Roja' de mi padre y las octavillas del Lluís Millet de mi madre. La espuma y peces muertos del río Besòs. Los niños jugándose los cromos y la vida en las vías del metro. Las tres torres humeantes del Besòs. Los vagones de la línea amarilla y los minutos interminables en Verneda. Los charcos y tripas de sardinas del mercado de Fondo. Los ratos en el R-11 de mi padre «esperando a que caliente». Las collejas y patadas jugando a 'mosca'. La loncha de salami gratis de la charcutera del Grupo 80 de Doctor Pagès.
Mi abuelo hablando de Felipe González en la plaza la Vila. Los billares y el Todo a 100 de la Rambla de Fondo. Los domingos por la tarde en la puerta del Titus esperando poder entrar algún día. La luz e inmensidad del parque de Lloreda. Los columpios de hierro oxidado. La inauguración de la Rondas. La flecha de Rebollo. Las llaves de mi madre volviendo de la escuela de adultos. La casa, los conejos, el Seat Panda, los gorriones y las gallinas de la "tita María" de Barberà. Las ventanas rotas de coches sin casetes. Los libros de texto escritos de mi prima mayor. Los bocatas de jamón york, 'Arale' y 'Bola de Drac'. La carretera de Despeñaperros y Venta de Pantalones. Las astillas de metal en las manos de mi padre y las ojeras de madre. La memoria de una generación que vio fracasar un mundo nuevo pero galvanizó a sus hijos frente al dolor.
Las excursiones a Barcelona ahora ya no son solo un recuerdo, sino una rutina. Y en días como hoy conviene recordarlo todo. Fui un niño más del área metropolitana. Nadie excepcional. Como cientos de miles en Catalunya, millones en España. Un niño al que revolucionarios que se dejaron la piel por cambiar el mundo y que acabaron frente a una fresadora de una nave industrial grasienta de Montcada y a una máquina de coser de un local infestado de ratas de La Balsa le enseñaron que no había nada más revolucionario que un proceso de autodeterminación.
Un chico que creció leyendo y escuchando a gente como tú. Un chico que estudiaba, se despertaba y dormía con Iñaki Gabilondo y Carlos Llamas. Un chico que sigue creyendo que algún día todos aquellos a los que admiraba por sus diagnósticos se acabarán encontrando en una solución compartida.
Un niño que ahora, ya convertido en hombre, tiene en la memoria su tesoro más preciado. Un hombre que no es nacionalista, que es republicano, que es de izquierdas. Como tú. Un hombre que valora la discrepancia porque, como tú, tiene alergia a la uniformidad. Un hombre que celebra la crítica: la posibilidad de hacerla pero, sobre todo, el privilegio de recibirla. Un hombre que se precia de poder discrepar contigo sobre el futuro de Catalunya. Y solo sobre eso. Porque aquel país por el que has luchado, Javier, ya existe. Y existe gracias a gente como tú, como tantos. Ese futuro que has vislumbrado tantas y tantas veces, ese futuro que imaginan los que te han aupado hoy al balcón, está ya solo en nuestras manos.
Quizá la pregunta que deberíamos hacernos es dónde están hoy todos aquellos Pérez Andújar ahora que llegan, por fin, aquellos tiempos que tanto esperaron. Que tanto merecieron. Por ellos, hagámoslo posible, desde el balcón, desde la calle, desde donde haga falta. Buen pregón.
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