Editoriales
La dimisión de Esperanza Aguirre
La dirigente popular anuncia de forma sorprendente su dimisón en un PP madrileño acosado por la corrupción
De forma sorprendente, aprovechando la calma de una tarde dominical, Esperanza Aguirre protagonizó otro de los golpes de efecto que han caracterizado sus dilatados 30 años de dedicación política. Acosada cada día más por los flagrantes escándalos de corrupción que fagocitan al PP, anunció ayer su determinación de dimitir como presidenta del partido conservador en Madrid. «La corrupción nos está matando a todos», había avisado en un tuit y, ya en la inesperada rueda de prensa, se reconoció «responsable política 'in eligendo e in vigilando'» de los episodios de corrupción que han afectado a numerosos cargos de la organización madrileña y muy especialmente a Francisco Granados, cabeza de la trama Púnica que se encuentra en prisión y en el que ella depositó toda su confianza aunque al final le salió «rana», en expresión popular utilizada recientemente por la dirigente conservadora.
No es política Aguirre que dé puntada sin hilo en sus intervenciones públicas y de ahí que esa apelación a la «responsabilidad política» tampoco pueda descartarse como un aviso de lo que debieran hacer otros. «Él sabe muy bien lo que debe hacer», señaló la dimisionaria refiriéndose a Mariano Rajoy, quien, en una conversación previa entre ambos, dijo «entender» a la hasta ayer presidenta del partido madrileño.
Por otro lado, y muy en la línea en la que se han desarrollado algunas últimas dimisiones, Aguirre no abandona la escena política sino que da un paso atrá, o al lado, y mantiene estratégicamente la portavocía en el Ayuntamiento de Madrid, plaza que, conociendo sus anteriores espantadas y posteriores reapariciones, podría servirle de plataforma idónea para reconquistar el terreno que la corrupción está calcinando en las filas populares. Saltando del barco a tiempo, su regreso futuro podría encaminarla a tareas muy principales en el partido.
Sea como sea de arriesgado el gesto de Aguirre, lo que es cierto es que la formidable ola de irregularidades en la gestión del dinero público de dirigentes populares es un enorme descrédito para un partido que necesita una profunda renovación. A nadie puede extrañar que en estas circunstancias, Mariano Rajoy encuentre serias dificultades para hallar interlocutores con los que coser alianzas cara a la formación del nuevo Gobierno de España.
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