Mentiras orgullosas
Jaume Subirana
Profesor de la UPF y escritor.
JAUME SUBIRANA
La editora Michi Strausfeld, residente en Barcelona, firmó hace unos días un artículo en el 'Neue Zürcher Zeitung' en el que sostiene que "cualquier autor catalán de tercera clase tiene cada palabra subsidiada, cada viaje, cada actuación". El rey Felipe VI prometió hace poco en Estrasburgo, en el Parlamento Europeo, "una España unida y orgullosa de su diversidad". Y el último fin de semana uno de los diarios de referencia de Madrid (a estas alturas ya podría haber sido cualquiera de ellos) publicaba a doble página una infografía sumando el dinero gastado por el presidente Artur Mas en la “causa identitaria” y contabilizaba, para que el paquete salga bien lucido, el presupuesto de TV3 o los cursos de catalán para inmigrantes.
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Sucede que no es cierto que los escritores catalanes tengan nada subvencionado, y los recursos y el apoyo público al que tienen acceso, comparados con los escritores en francés, en danés o en castellano, son de risa: la editora lo sabe o lo debería saber, por lo que debemos deducir que difama y menosprecia desde una forma sofisticada del cinismo. Sucede que el rey de España es el máximo representante del Estado, que es justo el principal opositor al hecho de que la diversidad que evoca tenga presencia, lingüísticamente por ejemplo, en Europa; pero un monarca habla siempre 'ex cathedra' y allí quedó la idea, más allá de los hechos. Sucede que enseñar catalán a los inmigrantes para que se integren mejor y tener una buena televisión pública en nuestra lengua es lo que queremos la mayoría de los catalanes, y por esto votamos a los partidos que lo sostienen en el Parlament; descalificar ideológicamente estas políticas es negar la democracia y vetarnos el derecho de participar.
Pero hay negaciones y mentiras más fuertes que la realidad. Si uno habla desde el poder y el orgullo combinados, las mentiras, tornasoladas, parecen verdades, y sobre todo actúan como tales. Hoy opina y decide sobre el catalán y los catalanes todo el mundo menos ellos mismos, abducidos e indignos de confianza: ahora lo que es democrático es que los protagonistas no tengan voz. Y así van silbando, tan contentos, hacia el punto cero de la convivencia en Sepharad.
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