La clave
La historia a retales
Peor que mistificar glorias pretéritas es, por intereses políticos, manipular el presente hasta el punto de desfigurar la realidad
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Enric Hernàndez
Director
Director de EL PERIÓDICO desde el 2010 y licenciado en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona. En 1998 se incorporó al diario como redactor jefe de Política en Madrid. Un año más tarde, asumió la jefatura de la delegación y, en el 2006, fue nombrado subdirector. También trabajó en 'El País' como director adjunto y en el diario 'Avui', donde inició su carrera profesional.
ENRIC HERNÀNDEZ
Fiesta en el cole. Marchas fúnebres en la radio. «Españoles, Franco ha muerto». Semblantes de congoja en televisión. Euforia contenida en la familia y en la calle. Esperanza en el futuro. Miedo al regreso del sangriento pasado. Vértigo.
Contados son los recuerdos que del 20 de noviembre de 1975 puede conservar quien en aquella fecha contaba solo 6 años, más allá de las imágenes que con el tiempo se adhieren a nuestra memoria hasta convencernos de que las presenciamos en directo. Porque luego llegó la histórica Diada de Sant Boi, las primeras elecciones con sus sopas de siglas, el «Puedo prometer y prometo», el «'Catalans, ja sóc aquí!'», el «¡Quieto todo el mundo!»...
La muerte del dictador en su lecho privó a la Transición de cualquier épica revolucionaria, acaso porque la posguerra y el desarrollismo enseñaron a los españoles que nada había más revolucionario que comer dos veces al día. Bajo la amenaza militar y de la barbarie terrorista, las élites franquistas compraron su particular impunidad a cambio de derechos y libertades para todos. Con la mirada del siglo XXI aquel trato puede parecernos humillante, pero por entonces ni la desarborlada oposición tenía grandes gestas que reivindicar, ni los españoles ánimo alguno de ajustar cuentas. Solo de pasar página y mirar al futuro.
El 'candado del 78' que algunos se proponen descerrajar sirvió para precintar no solo cuatro décadas de dictadura, sino siglo y medio de guerras civiles, represión política y torturas, violencia de clase, hambre, desolación. Es justo, si así lo desea la mayoría, que tanto las personas como los territorios actualicen y renueven sus pactos de convivencia. Pero sin despreciar a quienes sellaron los vigentes, ni tampoco los frutos que estos nos procuraron.
¿FOBIA A LA DEMOCRACIA?
Solo desde la ignorancia histórica o la mala fe cabe sostener que la España actual profesa fobia a la democracia, o que Catalunya padece hoy un yugo tanto o más opresor que 40 años atrás. Aun peor que mistificar glorias pretéritas es manipular, por intereses políticos, el presente hasta el punto de desfigurar la realidad. La historia no puede escribirse a retales.
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