La historia de un centro de enseñanza de referencia

Los 25 años de 'la Fabra'

La creación de la UPF supuso un elemento dinamizador para el sistema universitario de nuestro país

JAUME GARCÍA VILLAR

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El pasado jueves 8 de octubre se cumplían 25 años del inicio de la actividad docente en la Universitat Pompeu Fabra (UPF). Ese lunes de 1990 a las 9 de la mañana, mientras aún el personal de limpieza acababa de retirar el serrín en el suelo de las instalaciones de Balmes-Rosselló, 316 estudiantes de las licenciaturas de Ciencias Económicas y Empresariales y de Derecho de la UPF ponían sus pies por primera vez en un edificio que en su momento fue la sede del Fórum Vergés.

Ha llovido mucho desde entonces, pero 25 años de vida para una universidad son muy pocos. Pese a ello, desde los primeros pasos en una oficina en la calle Galileu al momento actual con tres campus urbanos, la UPF no solo ha pasado de aquellos 316 estudiantes a cerca de 11.000 en el curso actual, o ha ampliado su presencia en campos como las humanidades, la comunicación, las ciencias o la tecnología, sino que también ha aportado su grano de arena a la consolidación y al prestigio del sistema universitario catalán, de acuerdo a los últimos ránkings de universidades aparecidos recientemente.

La creación de la UPF, a pesar de las reticencias y el comportamiento proteccionista de algunos de los responsables de las universidades catalanas existentes en aquel momento, supuso un elemento dinamizador para la universidad de nuestro país. Se trataba de un proyecto nuevo, no continuista, que, como se suele decir, no era mejor ni peor que los existentes, pero sí diferente. Detalles concretos como la estructura trimestral, la informatización de la biblioteca, los horarios de apertura o el tamaño de los grupos de clase, no eran más que singularidades de un proyecto que se basó en unos principios no escritos, aunque sí bautizados como principios del polvorín, en referencia a la sala donde tuvo lugar la reunión conjunta del personal docente y de administración en Tortosa, poco antes del inicio de las actividades académicas en 1990. Al no estar escritos, todos los presentes en aquel encuentro pueden hacer su lectura de dichos principios, pero uno los resumiría de la siguiente manera: la UPF es una universidad pública con una decidida apuesta por la calidad y comprometida con la formación de ciudadanos.

Esa síntesis de los principios del polvorín debería continuar teniendo vigencia en el panorama universitario catalán. En momentos como los actuales, en donde todo lo que funciona en el sector público parece que ha de privatizarse, las universidades públicas deben escapar a esa tentación fácil y aparentemente rentable, aunque no para ellas. En el marco público de servicio y rendimiento de cuentas a la sociedad es posible reestructurar y reorganizar el sistema universitario, su gobierno y financiación, para que pueda atender las necesidades que se le plantean sin renunciar a la calidad.

Por otra parte, la decidida y necesaria apuesta que se ha hecho por la mejora de la investigación en el sistema universitario no debe hacernos olvidar, como a veces ocurre, que la docencia es un pilar básico de la función que debe cumplir la universidad. En ambos ámbitos, tanto en investigación como en docencia, se debe apostar por hacer las cosas bien, habiendo margen para gestionar los recursos tanto físicos como humanos para atender ambas responsabilidades, si no se tiene una visión miópica e interesada.

Es bien sabido que las condiciones iniciales juegan un papel crucial en la mayoría de procesos y esto se aplica también a la vida de una universidad. Si una palabra puede definir el común denominador de los que participan en los inicios de todo proyecto, esta es entusiasmo. Pero ese entusiasmo debe ser alimentado por un liderazgo sólido que lo haga inteligente. Es decir, que se traduzca en actuaciones que sean beneficiosas para terceros, en este caso la sociedad, y también para quienes las realizan. Esta es la definición de actuación inteligente de Carlo Cipolla en un ensayo de su libro Allegro ma non troppo, que precisamente Enric Argullol, primer rector de la UPF, recomendó a los miembros de la comisión gestora en los primeros años de la universidad y que me ha sido de gran utilidad para poder calificar actuaciones como las que comentaba. Él fue quien ejerció ese liderazgo sólido e inteligente en la primera etapa en la que se sentaron las bases que han permitido, con la aportación de muchos otros, que la UPF tenga el actual reconocimiento.

Curiosamente, si en alguna apuesta no tuvo éxito Argullol fue en consolidar la Fabra como forma coloquial de referirnos a la Universitat Pompeu Fabra, en lugar de la Pompeu o la Pompeu Fabra, como solemos hacer quienes de una u otra manera estamos vinculados a esta universidad. Por ello, en fechas tan señaladas y por un día, se justifica y es obligado hablar de «los 25 años de la Fabra».

Catedrático de Economía Aplicada de la Universitat Pompeu Fabra.