CONTRAPUNTO
El prestigio alemán en la picota
Salvador Sabrià
Periodista
SALVADOR SABRIÀ
A medida que van apareciendo nuevos datos del engaño realizado por Volkswagen con las emisiones de NOx de muchos de sus vehículos con motor diésel, el prestigio de la marca queda cada vez más tocado. Y no solo por la constatación de que era una estafa hecha a conciencia, que no es un fallo mecánico, sino que incluso cuando empezó a detectarse el engaño por parte de las autoridades estadounidenses, los responsables del grupo automovilístico intentaron taparlo en lugar de rectificar. Así lo reconoció el máximo responsable de VW en Estados Unidos ante la comisión que investiga el caso en el Congreso norteamericano. Eso sí, como en otros escándalos de grandes corporaciones también con millones de afectados, la culpa se intenta derivar hacia un pequeño grupo de ingenieros que actuaron por su cuenta y sin el conocimiento de los máximos directivos del grupo. Es muy difícil de creer. Alguien debió dar la orden de encargar un software que pudiese engañar a los sistemas de inspección; alguien debe haber mantenido el contrato durante años para pagar la colocación de este sistema a una decena de millones de coches; y alguien debió dar la orden de intentar tapar la estafa durante casi dos años pensando que lograrían un pacto o una solución que evitaría el escándalo monumental. Y este o estos alguien no pueden ser un grupito de ingenieros.
El dieselgate está perjudicando también la imagen de marca y de país de Alemania. A este caso que afecta a uno de los ejemplos de la industria germana se le deben sumar, al menos, otros dos grandes escándalos que tocan dos pilares de su economía: la banca y la obra pública. Este mismo año, el principal banco del país y cuyos dirigentes intentan marcar la política monetaria europea, el Deutsche Bank, ha sido multado con 2.340 millones de euros por manipular el euríbor y el líbor, los índices de referencia para millones de créditos en el mundo. También en esta ocasión la entidad intentó frenar primero la investigación y al final derivar la responsabilidad a unas docenas de empleados.
El mito de la eficacia y el control del gasto en la obra pública alemana en contraposición con los desmanes de los países europeos del sur ha caído también por los suelos con la infraestructura en construcción más emblemática en marcha en Alemania en estos momentos: el nuevo aeropuerto de Berlín, pendiente de inauguración desde hace casi tres años, con un coste que duplicará los 2.500 millones de euros iniciales y que sigue acumulando problemas.
Visto lo visto, mejor que durante un tiempo los dirigentes alemanes se abstengan de dar según qué tipo de lecciones de eficacia y honestidad.
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