ANÁLISIS
Sin hipermotivación
Estoy seguro, vaya, segurísimo, de que el año que viene volveré a encontrarme barcelonistas indignados que me insisten en que "el Espanyol solo juega bien contra el Barça", con un cierto rictus de reproche, inasequibles a la realidad, a las estadísticas y a la mínima memoria. Por Dios que este sábado me habría ofrecido entusiasmado a darles la razón, pero aquellos primeros 45 minutos de calvario no me daban ni una micra de motivo.
Llegó el minuto 27 y se produjo el primer chut del Espanyol medio a puerta. Ya había encajado dos goles, y nadie entendía por qué los blanquiazules habían salido con aquel miedo atenazador, con aquella pasividad del que solo espera que lo destrocen con el menor dolor posible.
Con este panorama, sonaban a rabieta infantil, más de lo habitual, los improperios contra el Barça de un sector de la grada, que tardó demasiado en olvidarse de su penúltimo cabreo con la directiva y en decidirse a ponerse a la faena que le corresponde, animar al equipo. Aunque es cierto que lo que ocurría en el campo en esos instantes era cualquier cosa menos motivador.
En realidad, el público, en su mayor parte, deseaba gritar a favor. Fue fácil comprobarlo: apenas dos jugadas de ataque en el arranque de la segunda parte y el ambiente en el estadio parecía otro. El equipo también parecía otro, claro. Se confirmó un día más que el Espanyol solo reacciona con la desesperación, que no se motiva en positivo sino cuando tiene delante una pared por saltar. Lo que ocurre es que no siempre ese muro es salvable. En ocasiones, por ejemplo este sábado, el despertar es demasiado tardío, y entonces esa aceleración infructuosa puede llegar a provocar, una vez terminado el encuentro, un comprensible enfado en el aficionado, que se pregunta por qué unos jugadores capaces de, cuando menos, inquietar al líder incluso con dos goles de diferencia, dieron la imagen de tristeza desasosegante cuando todo en el guion estaba aún por escribir.
Total, ha pasado otro derbi y la realidad sigue tozudamente incapaz de alterar el paisaje, incapaz de repartir papeles distintos. Escuchaba ayer en la radio que desde la inauguración del Estadio, el Espanyol, no es que no haya ganado nunca al Barça, es que en este tiempo solo le ha marcado dos goles. Aún hay que remontarse a aquel puñetazo de Rijkaard contra el banquillo de Montjuïc para recordar una victoria en el campo blanquiazul. Un triste balance, que lamentablemente no nos permite aplaudir, como quisiéramos, la pericia del aficionado del Barça que sigue temiendo la hipermotivación periquita.
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