Interferencias
Un antes y un después
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Juan Manuel Freire
Periodista
Periodista y crítico cultural.
JUAN MANUEL FREIRE
Hace unos años tuve oportunidad de conversar con Stephen Hillenburg, creador de Bob Esponja, y en lugar de extenderse sobre su propia criatura prefería cantar las lindezas de Hora de aventuras, serie entonces bastante nueva.
Hillenburg hablaba de ella como si fuera lo nunca visto, pero probablemente de no haber existido Bob Esponja nunca habríamos pisado la Tierra de Ooo, ni conocido a Finn y el perro mágico multiforme Jake, ni alucinado con la serie como hemos alucinado.
Bob Esponja no es la primera teleserie animada que atrapa por igual a los niños y sus padres o tíos; ya en los 60, por ejemplo, las aventuras de Rocky y Bullwinkle atrapaban a público de todas las edades por sus capas múltiples. Pero existe un antes y después del fenómeno SpongeBob: rara es ahora la nueva serie animada «para niños» que no atrapa al público adulto por sus sutiles dobles sentidos o sus bien introducidas referencias a la cultura pop o su alto nivel de locura.
El explosivo criterio imaginativo impuesto por Bob Esponja Bob Esponjacondiciona Hora de aventuras -cuyo principal villano, Rey Hielo, cuenta en inglés con la voz de Tom Kenny, quien encarna también a Bob Esponja- pero también otras series capitales de la animación infantil reciente: Tito Yayo, Historias corrientes, Gravity Falls, Steven Universe… Las ideas que antes un guionista podía descartar por demasiado retorcidas (en un buen sentido) son ahora las que pueden estructurar todo un episodio.
Si Los Soprano se considera la piedra capital de la tercera edad dorada de la televisión, Bob Esponja sería algo así como el equivalente en cuanto a series de dibujos para niños (por alguna extraña casualidad ambas nacieron en 1999): una nueva esperanza marcada por el respeto a los clásicos (Chuck Jones, Tex Avery, Bob Clampett) pero en busca también de horizontes originales, en este caso debajo del mar.
Allí vive una esponja, dentro de una piña. Y esa esponja trabaja en la parrilla de una hamburguesería. Piénsenlo bien. O mejor, no piensen y déjense llevar por otro episodio loco al azar.
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