Ideas

La industria del tebeo

RAMÓN DE ESPAÑA

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Coincidiendo con el Salón del Comic, un servidor solía publicar una vibrante jeremiada sobre la industria española del tebeo: que si solo se venden porquerías, que si la historieta de autor no le interesa a nadie, que si para captar la atención del público en general hay que tratar temas sociales (como Paco Roca con la tercera edad o Miguel Gallardo con el autismo), que si los que defendíamos el tebeo como arte narrativo en los 80 nos caímos con todo el equipo... En fin, una tabarra moralista de la que hasta yo he acabado hartándome.

A fin de cuentas, el cómic no está ni mejor que peor que el cine, la literatura o la música pop y ha adquirido esa respetabilidad a la que aspirábamos los fundadores de 'Cairo' y 'El Víbora'... Aunque tal vez no de la forma anhelada. Vale, sí, los autores interesantes pasan hambre, las editoriales independientes se hunden, los tebeos más vendidos siguen siendo los peores mangas (¡que le zurzan, señor Maruo!) y los de superhéroes simplones o, aún peor, con preocupaciones psicológicas (¡el daño que han hecho Frank Miller y Alan Moore!), pero… ¿Qué tiene eso de raro en una sociedad que opta mayoritariamente por los libros más infames, los discos más banales y las películas más estúpidas? La unión de arte y comercio es una quimera de la segunda mitad del siglo XX, cuando talento y recaudación iban de la mano, como comprobó gente tan afortunada como David Bowie, Francis Coppola, Vargas Llosa o Art Spiegelman. Ahora, salvo excepciones, cada cosa va por su lado y casi todo lo que vale la pena tiene tanta incidencia social como la poesía o la danza.

Se siguen grabando discos soberbios, escribiendo libros maravillosos, rodando filmes estupendos y dibujando tebeos interesantísimos... Pero igual no los consume nadie. El exceso de información conduce paradójicamente a la ignorancia y al gregarismo: nadie se entera de nada y todos compran lo mismo. El cómic ya es como lo demás. ¡Dios sea loado!