El papel de la Unión
La integración europea y la seguridad
Una efectiva política de defensa común permitiría a la UE dedicar más recursos al bienestar de los ciudadanos
Max Vives-Fierro
Director de la Fundació Catalunya Europa
MAX VIVES-FIERRO
Los efectos devastadores de la guerra han estado muy presentes en los últimos tiempos, y en algunos casos en realidades muy cercanas a nuestra zona de confort europeo. Los casos de Siria, Libia y Mali son buenos ejemplos de este hecho, y aún más la actual crisis de Ucrania. La información que nos llega hoy es más cruenta que nunca. La ciudadanía de la Unión Europea vive esta situación con dolor e impotencia. Buena parte de estas sensaciones se explican porque la UE no responde como debería a retos globales como el de la seguridad internacional.
Como dice Xavier Ferrer en su libro Vivir seguros en Europa. Necesitamos un ejército común, el incremento de la capacidad de defensa no debe estar directamente orientado a tener más capacidad para hacer la guerra sino a ser más influyentes, y de esta manera tener fuerza para generar escenarios de desarme y poder aplicar los valores de la UE: el multilateralismo, la solución pacífica de los conflictos y la paz.
Seguramente, una política de seguridad y defensa común, a pesar de su complejidad, podría jugar hoy un papel similar al que jugó el euro en su día, como desatascador en el proceso de integración europea. Para aquellos que desean una UE cada vez más federal y menos intergubernamental, la política exterior es uno de los retos más ambiciosos. Ya se intentó en 1949, después de la segunda guerra mundial, cuando se presentó el plan Pleven, que dibujaba las líneas estratégicas para crear un ejército europeo bajo un mando común. En ese momento, los seis países que conformaban la Unión terminaron firmando el tratado constitutivo de la Comunidad Europea de Defensa. Se trataba de un proyecto ambicioso que requería ceder soberanía en un aspecto tan importante para los estados como es la seguridad y defensa. Este proyecto fracasó, y los europeos nunca más hemos podido ponernos de acuerdo en esta cuestión.
Hoy tenemos el Tratado de la Unión Europea, vigente y con un montón de artículos donde se fijan las claves para desarrollar una política de defensa común de la Unión. Son el Consejo y la Comisión quienes tienen el deber de impulsarla. En concreto, el título quinto del tratado le dedica 25 artículos, y cinco de ellos fijan explícitamente las directrices para la política común de seguridad y defensa. Además, tanto el Tratado de la Unión Europea como el Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea están llenos de referencias a esta cuestión.
De momento, sin embargo, este impulso normativo no se ha hecho tangible ni visible entre los ciudadanos, que percibimos que los estados miembros continúan priorizando las actuaciones unilaterales en lugar de lo que firmaron en el momento de aprobar el tratado. La ambigüedad de la posición alemana en la gestión del conflicto en Ucrania es un buen ejemplo. Es cierto que política y jurídicamente se ha avanzado bastante en el proceso de la integración, pero muchos pensamos que necesitamos más unidad, menos duplicidades de gasto público y más ambición federalizante.
El estudio premiado en el marco del Premi Catalunya Europa Siglo XXI, otorgado por la Fundació Catalunya Europa, trata esta cuestión. Europe and the Petersberg Task: Nation State Behavior through the prisma of Strategic Culture, de Florian Lang, muestra empíricamente -a partir de la actuación de Francia, Alemania y el Reino Unido en las crisis de Libia y Mali- que los últimos movimientos militares de los estados miembros de la UE están muy lejos de cumplir con lo previsto en el tratado.
Este hecho se agrava por los ingentes gastos que la defensa y la seguridad suponen para los estados miembros de la UE, en detrimento de inversiones en otras políticas que mejorarían, sin duda, el nivel de bienestar de muchos de sus ciudadanos. Solo hay que recordar que algunos países europeos se dedican a vender armas a diestro y siniestro, incluso a países de la Unión que tienen las cuentas en rojo y que están asfixiados por la deuda. El caso de Grecia es bien conocido y ha sido denunciado en la propia sede del Parlamento Europeo.
¿Cuándo cambiarán estas políticas y actitudes? ¿Por qué no se aprovecharán las elecciones al Parlamento Europeo para debatir estas cuestiones? Seguramente porque hay demasiados intereses creados e inercias muy difíciles de revertir. Desafortunadamente, hay poco espacio político para las reformas aunque algunos partidos lo prometen en sus programas. Sin embargo, no debemos dejar de reivindicar la necesidad de transitar del discurso normativo a la coherencia en la acción si queremos que Europa siga jugando un papel decisivo como actor global.
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