Jugar no es, para nada, un juego

EVA PERUGA

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El ejercicio solo es válido si se realiza de forma simultánea: abrirse al mundo es abrirse al mundo propio. Cuando pasamos de descubrir con el Domund que existían niños y niñas negros, a los que había que ayudar porque eran pobres, a la fase democrática de la solidaridad con las personas en países en apuros, no dimos el salto de la diversidad en profundidad. Se amadrinó el concepto de igualdad entre las personas del globo sin darnos cuenta, o dándonosla, de que la brecha entre hombres y mujeres era más honda que la existente entre países. De hecho, es la brecha madre.

Las niñas siguieron jugando con muñecas sin asumir que ellas no lo eran. Un año más los Reyes Magos nos dan la oportunidad de abrir los ojos de la infancia a otras realidades, de romper la uniformidad para conjugar la diversidad. Y en ella, con apremio, la representada por los niños y por las niñas, para que la diferencia sea un factor de suma y no de resta para la igualdad. Solo desde ese respeto sus ojos podrán ver una sociedad igualitaria. La infancia y sus juguetes deben representar toda la ambición que esta sociedad pueda llegar a tener en su futuro. No resulta ya de recibo que en un repaso de los catálogos de juguetes para pedir a los Reyes, las niñas y las actividades a las que se las incita queden aún constreñidas al espacio privado. Que no tengan la posibilidad de soñar con ser las heroínas que rescaten a sus hermanos y amigos. Que su incorporación a los videojuegos vaya acompañada de una hipersexualización. Todo esto mientras los niños ocupan el espacio público, con distracciones al aire libre, de competición, de coches, de naves espaciales, de salvadores de débiles.

Si hace unas décadas las niñas descubrieron que también podían pedir en la carta muñecas de pelo afro u ojos rasgados, el reloj ya ha corrido lo suficiente como para pedirse un traje de india, que no sea el de esposa del indio, sino el de las plumas, y también unas cuantas chapas relucientes de sheriff. Porque tu juguete y mi juguete resta posiblidades. Mejor nuestro juguete, para compartir y descubrir aquello que permanecía encerrado en los regalos de los otros y las otras. Cambiar ya los disfraces de enfermeras porque hoy ya puedes encontrarte con muchos enfermeros. Tejer esos disfraces para que ellas y ellos se encuentren a gusto dentro y no se sientan usurpadores. Jugar con la ilusión de aspirar a más para no tener nunca que vivir en un mundo que pueda asimilar la violación múltiple de una estudiante en un autobús de línea, como ocurrió hace un año en Nueva Delhi.

Estar al caso para que en los juegos no se den los comportamientos que más tarde llegan a cristalizar en ese tipo de ataques. Porque los juguetes tienen vida y los padres y las madres deben prestarles atención y emplear tiempo en la máxima ocupación de sus hijos e hijas. Y jugar con ellos a forjar el avance. Si papá no cocina, será complicado que el nene juegue a cocinar. Si mamá, a solas, cuida del peque, la nena jugará sola a muñecas. Se menosprecia la capacidad infantil para modificar los roles. Debemos conducir sus expectativas hacia una sociedad con igualdad de oportunidades, con perspectiva de pluralidad, que no significa uniformidad ni conformidad.

Es tiempo de crisis. Una oportunidad para recuperar el deseo, las cosas simples, esenciales. Una lección de vida que nos dan los pequeños cuando se distraen entusiasmados con varios tuppers. Hacer la carta a las Reyes es importante, requiere su tiempo, y es una responsabilidad. Jugar no es solo un juego. Hagamos la lista imaginando un mundo de iguales.