tú y yo somos tres
Un día le exigirán que se mate
Ferran Monegal
Crítico de televisión
Ferran Monegal
FERRAN MONEGAL
Para el arranque de su nueva temporada, Jesús Calleja (Desafío extremo, Cuatro) ha elegido descender por la cueva más profunda del planeta, una sima de más de dos mil metros que se encuentra en la república de Abjasia, junto al Mar Negro. Ha sido un descenso tremendo. En compañía de un grupo espeleólogos que llevan años analizando esta fosa -el equipo CAVEX-, le hemos visto sufrir enormemente. Varios días allí metido, descendiendo y descendiendo por espeluznantes angosturas, a un grado de temperatura, y con el peligro de quedar atrapado y morir ahogado por inundación, nos ha sobrecogido. O sea, vaya de entrada mi admiración por esta criatura que se desvive por ofrecernos gestas cada vez más aterradoras. Por ese motivo, le exhorto al sosiego. No hacía falta su constante invocación a la muerte. Cada dos por tres, mientras bajaba a tan terrible fosa, nos decía jadeando, con gran desesperación: «Si sube el agua, ¡estoy muerto! (...) Si viene una riada ¡muerto! (...) Si me equivoco en la más mínima cosita, ¡muerto!», y así día tras día, durante todo el descenso. Hombre, comprendo que tiene que transmitir pavor, porque le han dicho que, si no acollona, no sube la audiencia. No obstante, nos han tranquilizado mucho los momentos en que se olvidaba de la muerte, como ese instante que ocurrió a 400 metros de profundidad, cuando de pronto, inopinadamente, hizo abstracción del peligro que le envolvía, de la muerte que le acechaba en cada piedra de la caverna, y mirando a cámara, simulando estar relajado, exclamó: «Aquí no se puede venir sin ningún seguro, y yo estoy tranquilo porque si me pasa cualquier cosa, me sacan los del seguro del león». ¡Ahh! Fue un golpe muy hermoso. En casa nos entró una paz, una distensión, francamente tranquilizadoras. Toda mi familia deseamos de corazón que Calleja siga con su fantástico espíritu aventurero. Pero debería protegerse de ese patrocinador que tiene, esa casa de los seguros del león. Si le han obligado, a 400 metros de profundidad, cuando estaba casi sin aliento, a sacar fuerzas de flaqueza y poner buena cara para lanzar el espot publicitario correspondiente, temo el día que le pidan que se mate, que se inmole, que se autosacrifique en mitad de una aventura, y que antes de expirar, antes del último suspiro, le hagan recitar este texto: «Me muero, ¡ay!, me muero. Pero no os preocupéis, porque gracias al seguro del león ¡me van a llevar al cielo!».
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