Aniversario del derrocamiento de Allende

11 de septiembre también en Chile

La situación en América Latina ha cambiado porque ya no hay golpes de Estado ni injerencia exterior

JESÚS LÓPEZ-MEDEL

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Hay acontecimientos trágicos que convierten hechos luctuosos en fechas históricas relevantes. A veces eso se traduce, paradójicamente, en efemérides de celebración de algo que se perdió. Es el caso de la Diada en Catalunya, donde el 11 de septiembre de 1714, con el fin de la guerra de sucesión española, supuso el fin del cerco de Barcelona y la pérdida de su sistema propio de gobierno. Ese mismo Borbón, Felipe V, en pleno asedio de la ciudad, firmaría el Tratado de Utrecht, de actualidad ahora pues entregó a los ingleses, a cambio de que no apoyasen a Catalunya, Gibraltar (y también Menorca).

En esa misma fecha, el 11-S pero del 2001, tuvieron lugar los atentados terroristas en EEUU, cuyas imágenes veríamos sin cesar entre el asombro y la pregunta de qué pasaría después. Guerras en Afganistán e Irak han sido algunos de los resultados. Son hechos muy vivos en la memoria colectiva.

Yo quiero referirme a otro 11 de septiembre que no debe quedar nunca oculto. Los 40 años (como repetíamos sobre el dictador de aquí) del golpe de Estado contra un presidente constitucional en América Latina es algo a recordar y no olvidar. Para mí es algo especial, pues entonces, en 1973, yo tenía 14 años e iba tomando conciencia de hechos históricos relevantes. Solo era un joven con inquietud por aprender y con unas ideas en las que las libertades y la democracia se iban asentando pero sin planteamientos de izquierdas.

En esa mentalidad, me impactaría el golpe en Chile. Un presidente elegido democráticamente tres años antes sería derrocado de forma cruenta. Sobre todo, porque no se aceptaba que se experimentase una vía democrática al socialismo. Y, especialmente, por la absoluta injerencia de una nación como EEUU, cuyos dirigentes no admitían que otros países soberanos de su patio trasero buscasen su propio destino. Desde la capital del imperio se combatía cualquier planteamiento divergente. Incluso el de los movimientos cristianos comprometidos con la justicia y el pueblo.

Hoy, con diversa fortuna, son varios los rumbos políticos que se siguen en América del sur y central, pero no hay apenas golpes de Estado (el último fue en el 2009 contra el presidente Zelaya en Honduras, donde el próximo 24 de noviembre habrá elecciones) y, sobre todo, no hay intervenciones directas de Washington.

En Chile, la actuación de los militares golpistas recibiría aliento de todo tipo desde EEUU, y entre eso y los propios errores del Gobierno de Unidad Popular el país se polarizó de forma muy grave. La tensión y la crisis económica (con un gran boicot desde el exterior y de las mayores empresas) crearían el caldo de cultivo para que en un clima de violencia, en el que los militares tenían reservado el destino para sí, en 1973 se acabase con una larga tradición de medio siglo de democracia en el país andino.

Estos hechos me llevarían entonces a bucear en el Confieso que he vivido, el poemario de Neruda, tan recomendable siempre y más en etapa de fiebres juveniles. También a un mayor interés por manifestaciones culturales como la música, donde pronto adquiriría un carácter mítico la figura de Víctor Jara, al que cantaba en mis veranos catalanes. Él fue uno de tantos que en el Estadio Nacional serían torturados y ejecutados. Años después, en 1982, Costa Gavras haría la emotiva película Missing (Desaparecido), que vería tantas veces. Inolvidables las escenas de un perplejo Jack Lemon como ciudadano norteamericano ejemplar que no quiere comprender (hasta que se da de bruces con la verdad) que su hijo fue asesinado por tener información precisa sobre la implicación de sus compatriotas en el golpe militar gestado en Valparaíso.

Diecisiete años se mantuvo el dictador. Derrotado en su propio plebiscito, un siempre y simultáneamente valiente y temerario Baltasar Garzón ordenaría su detención en una estancia médica en Londres en 1998 basada en la justicia universal. Visitado por personajes como Margaret Thatcher, volvería a Chile, donde se le levantaría la inmunidad como senador vitalicio, aunque moriría sin haber respondido ante su pueblo y la humanidad de su crueldad tanto de crímenes como de torturas y por el asesinato de la libertad. Hace diez años visité el país a nivel institucional, y un no izquierdista como yo se emocionó en el palacio de la Moneda y con la conversación con la viuda de Salvador Allende.

 

Ahora Guatemala, con un más brutal genocida como Ríos Montt, debería velar para que la barbarie no quede impune. Pero en todo caso, como decía Neruda, «no es hacia abajo ni hacia atrás la vida». O  el vecino porteño Borges: «Solo una cosa no hay: es el olvido».