La señorita Arendt

La pensadora judía logró no pertenecer nunca del todo a nada que exigiera obediencia ciega o dogma tribal

SALVADOR GINER

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Solemos recordar lo que hacíamos y dónde estábamos cuando sucedió algo fundamental para nuestra vida. El día que asesinaron al presidente de Estados Unidos, o el que por fin murió el dictador español. Más prosaicamente, estaba yo sentado en un sillón de barbero en la Universidad de Chicago, con un ejemplar de la revistaThe New Yorker en la mano, cuando topé con un artículo de mi maestra,Hannah Arendt,que me llamó la atención por su contundencia. Sus palabras parecían desentrañar un enigma, el de la inexplicable maldad humana. Tuve la impresión de que se me había revelado algo muy significativo, pero no pude imaginar la tempestad ni el escándalo que desencadenaría aquel escrito.

Desconozco si he saldado o no mi deuda con la señoritaArendtmissArendt» para sus alumnos, no la llamábamos nunca «profesora»- con los escritos que he ido publicando sobre ella en lugares diversos. Ahora algo tan trivial, o no tanto, como una película me empuja a escribir estos renglones. Al fin y al cabo, suele dársenos mejor ir al cine que leer un libro filosófico, aunque se trate de algo tan raro como un filme filosófico. Su directora,Margarethe von Trotta, intenta heroicamente rizar el rizo -casi lo logra- de mostrar en la pantalla cómo piensa un ser independiente, autónomo, ante el mundo, la condición humana (el título del mejor libro deHannah Arendt), la maldad y el libre albedrío. Para hacerlo ignora tácticamente el grueso de la obra de la escritora y se centra en un solo episodio, el que le dio inesperada notoriedad internacional y desató iras a diestro y siniestro: su opinión sobre el secuestro y posterior juicio del asesino y genocida naziAdolf Eichmann por parte de las autoridades israelís.

Su razonamiento de que en un sentido muy profundoEichmannera un irresponsable, un mero ejecutor deobediencia debida a sus superiores, un burócrata de lo sanguinario, incapaz de un juicio moral autónomo, sacó de quicio a tirios y troyanos, y en especial a muchos miembros de la comunidad judía, pero no solamente a ellos. También a quienes, sin ser hebreos, sienten igual horror ante un criminal comoEichmanno ante todos los que, como él, torturan, matan, escarnecen o persiguen a quienes pertenecen a otra ideología, raza o religión.

La señoritaArendtlogró siempre no pertenecer nunca del todo, en cuerpo y alma, a nada que exigiera obediencia ciega o dogma tribal. Judía alemana plenamente secularizada, no acudía a la sinagoga; alumna y amante del más eminente pensador de su tiempo,Martin Heidegger -quien en un vergonzoso momento rendiría pleitesía al mismoHitler-,

supo reconciliarse con él; prácticamente sionista en su juventud, se distanció plenamente de ese movimiento, y mostró serias prevenciones contra los desaguisados de un Estado de Israel mucho menos secular, pluralista y respetuoso con los palestinos de lo que era justo; admiradora del anarquismo (más precisamente del anarcosindicalismo catalán, autogestionario y cooperativista), se identificaba más con la libertad inicial americana que con el jacobinismo de la Revolución francesa; defensora de los derechos de las mujeres, no militó nunca en el movimiento feminista. Y así sucesivamente. Un profesor nuestro en Chicago decía exasperado quemissArendtmisma no sabía si era de izquierdas o de derechas. Era, como decía aquel, todo lo contrario. Lo cierto, sin embargo, es que ella -y sus atentos lectores lo saben muy bien- era una mujer justa, tan fiel a sus criterios republicanos de progreso, igualdad y sobre todo fraternidad -sobre los que escribió páginas definitivas- como atenta al matiz, a la salvedad y a la complejidad moral de cada situación.

Hoy, los escépticos -sobre todo los que lindan con los cínicos- sostienen que la independencia intelectual es una quimera, y te lo dicen a la cara, como una obviedad. Seguro que conocen ustedes a alguno que es poco menos que comunista para los conservadores, y al revés. O españolista en Catalunya y catalanista en Madrid, o al revés. O peligroso proisraelí para los abundantes amigos que la llamada causa palestina tiene por estos lares, o su contrario. O tolerante con los siniestros dictadores sudamericanos al no preocuparle la cobardeobediencia debidamostrada por los ejecutores del terror en la Argentina o en Chile durante recientes tiempos tenebrosos. Aunque no sean pensadores del calibre demissArendt.

Sería hermoso que la película sirviera como acicate para que alguien, aunque solo fuera uno de ustedes, se adentrase en la obra demissArendtmás allá de su ensayo sobre el juicio y condena del rutinario ejecutor de la maldad, sino también sobre sus consideraciones sobre la naturaleza de la revolución, sobre el origen del totalitarismo, sobre el racismo, los prejuicios y el civismo. Están en las librerías. Estos renglones quedarían entonces plenamente justificados.