La responsabilidad democrática

Picaresca

La corrupción muestra que la supervivencia a base de astucia sigue muy presente en la psique española

IAN GIBSON

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Se acaba de morir en Escocia, demasiado joven, un gran hispanista y amigo de este país. Profundo conocedor de la llamada Generación del 27,Nigel Dennisse especializó enJosé Bergamíny llevó a cabo una extraordinaria labor de recuperación y análisis de la obra de aquel fascinante, enigmático y contradictorio personaje que, a menudo acompañado deRafael Alberti,animaba las tertulias del vibrante Madrid deTierno Galvány nos contaba incansable, y siempre ocurrente, sus mil andanzas por esos mundos de Dios.

En una nota necrológica sobreDennis, Andrés Trapiello, al señalar la hombría de bien, hondura y bondad del estudioso, que pude constatar personalmente, añade un comentario que me ha llamado fuertemente la atención: «A diferencia de tantos colegas hispanistas, convencidos de saber de los españoles más y mejor que los propios aborígenes,Nigel Dennisjamás quiso sentar cátedra de nada, cosa rarísima en un catedrático...» ¿En qué «colegas hispanistas» del finado, pagados de sí mismos, presuntuosos, perdonavidas y se conoce que numerosos, estaba pensandoTrapielloal hablar así? No lo sé, pero sospecho que entre ellos, por lo que ha estampado el autor en alguna nota de su importante libroLas armas y las letras, incluye a quien esto escribe, aunque la verdad es que yo nunca he estado convencido de ser aprendiz.

Lo de los hispanistas me ha recordado aRichard Ford, no el actual novelista norteamericano sino el homónimo compilador de la más fabulosa guía de España jamás editada, publicada en Londres en 1845 y todavía hoy, bajo múltiples aspectos, vigente.Fordpuso en circulación el término «curiosos impertinentes» para describir a los extranjeros, mayormente franceses y británicos, que viajaban entonces por la piel de toro y que, como él mismo, querían saberlo todo, lo cuestionaban todo y se metían en todo, a menudo enfadando o alarmando con ello, sin pretenderlo, a las autoridades locales.

No está nada mal lo decuriosos impertinentes. España ha solido provocar una intensa fascinación en quienes llegan con la intención de conocerla. Y también, a veces, ha merecido alguna crítica de los mismos. Sobre todo al tratarse no ya de breves visitas teñidas de cierto romanticismo preconcebido, sino de vivir y trabajar en ella como uno más, pagar sus impuestos y hasta recibir su nacionalidad, que es mi caso desde hace más de tres décadas. Creo tener derecho a ser un poco impertinente cuando toca.

Y toca ahora, porque ¿quién se puede callar observando cómo se viene abajo una vez más el sueño de una España solidaria, culta y más justa, atenta a la recuperación de la memoria histórica y al avance de la cosa pública? No dudo en declarar mi profunda decepción ante el espectáculo.

De todos los que han venido comentando últimamente la situación imperante, con casos de corrupción ocupando casi cada día los titulares, pocos han acertado tanto en el diagnóstico del mal como, a mi juicio, Ignacio Sotelo.En un artículo reciente, el ilustre catedrático de Sociología aísla, como rasgo definitorio de la actitud vital que nos ha llevado hasta aquí, una tendencia a la picaresca tan instalada en la psique nacional que hace muy difícil que funcione aquí como en otros países la responsabilidad democrática.

Creación exclusiva de la literatura española, el pícaro se dedica en cuerpo y alma al arte de sobrevivir, a fuerza de astucia, lisonjas y embustes, en una sociedad caracterizada por su desconfianza absoluta hacia el Estado y sus instituciones. El pícaro da por descontado que el único empeño de los políticos, de todos ellos sin excepción, es, una vez alcanzado el poder, utilizarlo para asegurar cuanto antes -porque el tiempo apremia- el porvenir propio y el de sus allegados. El libro deFordestá lleno de comentarios sobre tal actitud, cristalizada en innumerables dichos y refranes que el curioso impertinente va apuntando en su cuaderno:Quien el aceite mesura, las manos unta; Donde quieren reyes, allí van leyes; Más ablanda dinero que palabra de caballero. Fordcreía haber encontrado en la raíz de tal actitud un fatalismo oriental ante la inevitabilidad de la corrupción. Así las cosas solo valía, le repetían, «paciencia y barajar».

Los ruines y cínicos comportamientos que hoy se están revelando por doquier provocan una desesperación que lo está invadiendo todo y le dan la razón al pícaro. ¿Cómo rehacer un país donde nadie dimite nunca y el partido en el poder no reconoce haber tenido la más mínima culpa de nada?