Convictos y confesos

JOAN BARRIL

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De lo que vemos nos llegan los pensamientos. Pensar es una manera de intentar comprendernos. Una frase escrita en la pared, la mirada de un desconocido, una conversación cazada al vuelo: esos son los materiales de los que nos alimentamos. Ayer, en este periódico, veo una frase deJordi Pujol. La transcribeArturo San Agustín. Y yo, que entre la amistad y la razón hace tiempo que opté por la amistad, sigo y admiro aArturo aunque hable dePujol. Todo queda en familia. Me siento un hijo no querido dePujol y un hermano cercano deArturo. Pero lo importante es la frase, cazada con precisión de entomólogo en el bosque pujoliano: "Lo que más ha pesado en mi trayectoria son las convicciones", dice el que ha sido mi presidente durante 23 años. Y de pronto le envidio y le compadezco. Le envidio por haber vivido tantos años con las ideas tan claras. Una convicción es un seguro de vida mental. Una convicción es una fuente de energía inagotable, una caldera blindada, una piedra preciosa entre la arena que queda tras la erosión de las ideologías. Le compadezco también porque cuando las convicciones pesan tanto ya no sabemos si son nuestras o más bien son las convicciones las que nos aprisionan. De pronto, comparándome --¡que osadía!-- conPujol, me doy cuenta de que no soy nada o casi nada. Porque llegado el caso de que, en la intimidad,Arturo me preguntara algo parecido, yo solo podría responder: "Mira,Arturo, lo que más ha pesado en mi trayectoria ha sido la duda permanente".

Y en esa duda estoy instalado todavía. Porque la convicción solo sirve como excusa a los que ejercen el poder. Una convicción es el ennoblecimiento de una actitud vital que antepone la idea a las ideas, una visión del mundo en la que se prima un futuro histórico a un presente memorable. Chapoteando en la ciénaga de la duda vamos pasando por la vida. Ni convicciones ni admiraciones. Ahora que la edad convierte en gloriosos a los oportunistas, no creo en elPujol que fue. Pero tampoco creo en mí, simple y miope observador de un mundo que sigue sin gustarme. Ni siquiera creo en ese concepto abstracto que es Catalunya a condición que nadie me la toque. Los nuevos gobernantes me imponen ahora una velocidad límite, una prohibición de fumar, una intervención permanente en mi vida privada. Son las nuevas convicciones que se enfrentan y penalizan mis humanísimas dudas. Lo confieso.

En el medio del camino me gusta ver a los gobernantes que, poco a poco, se acercan al vestuario para quitarse la ropa patriótica e irse mostrando como lo que todos somos. Al fin y al cabo, un conjunto de células que lo tienen mucho más claro que sus dueños. Viven, crecen, se reproducen, mueren y nos arrastran al olvido. Entonces las convicciones quedan huérfanas y otros, afortunadamente, las recogerán. No estaré ahí, porque sé que las convicciones siempre son antorchas en lo oscuro y nos acaban quemando los dedos. Vivir, gozar, probar, tentar al enemigo. Dejarnos seducir también por la belleza de la palabra, del silencio, de la contradicción, de la disidencia. Cuando nada es claro, la vida no es una epopeya, pero la piel es suave.

No hay escondite

Cambio de carril en la carretera. Cambio de mesa en el restaurante. Cambio de pareja en la discoteca. Y sin embargo, somos el del carril izquierda, el de la mesa dos o el de la rubia imponente. No hay escondite para nadie.