"Hasta hace poco me sentía avergonzada"

NÚRIA NAVARRO

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La revista satírica El Papus sacó punta al primer aniversario de la muerte de Franco. A algunos miembros de la Juventud Española en Pie (JEP) nostálgicos del régimen, aquello les envenenó la sangre. El 20 de septiembre de 1977 entregaron un paquete bomba al conserje del edificio de la redacción, Joan Peñalver. Iba destinado al director, Xavier de Echarri, pero mató al ordenanza y mudó la vida de Rosa Lores, la telefonista.

--Aquel día, pudo no estar allí.

--Quería cambiarme el turno para llevar a mi suegra al médico, pero no pudo ser. Sobre las doce del mediodía estaba haciendo el vaciado de las revistas. Mi mesa estaba situada frente a la puerta de entrada, de espaldas a una cristalera. No recuerdo nada. Salí disparada hacia atrás, pegada a la silla. Atravesé el ventanal, volé algo más de un piso, me frenó un toldo, choqué contra el techo de un Seiscientos y caí al suelo. Me dieron por muerta.

--Estaba viva.

--Me desperté cuando me estaban curando en Pere Camps. Me pusieron 62 puntos en la cabeza, que es donde recibí el golpe más fuerte. ¡Me dolía horriblemente! Pero también tenía cicatrices en las manos, en las piernas, en la cara. Mi primer pensamiento fue para Christian, mi hijo, que tenía 6 años. Los sábados por la mañana solía llevármelo al trabajo. Vi que no era sábado y me tranquilicé. Pero tardaron en traérmelo porque yo parecía un monstruo. De hecho, mi madre estuvo 14 días sin poder hablar de la impresión.

--¿Supo entonces por qué estaba en el centro de urgencias?

--Al principio mi madre me habló de un petardo, pero no tardé en darme cuenta de todo. Un año antes, el ultra Alberto Royuela había venido a la redacción a decirle al director que no respondía de sus seguidores. Hicieron una pintada en la puerta. Durante un mes trabajé con dos policías a mi lado.

--¿Notó pronto el daño psicológico?

--Sí. Pero soy cristiana evangélica y eso me ha ayudado a superar mis miedos. ¡El Señor hizo un milagro en mi vida! Yo estaba embarazada de mi hija, Eunice, y no lo sabía...

--¿Embarazada, dice?

--Sí. Gracias a Dios, la niña vino bien. Pero llevé aquel embarazo como pude, sin poder tomar nada. A partir del atentado he tenido vértigos, ¿sabe? Los primeros 10 años tuve que dormir sentada. Mi corteza cerebral está dañada. He necesitado ayuda neuropsicológica. Aún tomo antidepresivos y pastillas para dormir.

--¿Se sintió protegida?

--Al principio no tuve ningún apoyo. Lo mío pasó como accidente laboral.

--¡Accidente laboral!

--Sí. El Estado me dio 715.000 pesetas. Y me pagaron 7.000 al mes. La única persona que se interesó por mí fue la esposa del gobernador civil de Barcelona, José María Belloch. Le conté que no encontraba plaza escolar para mi hijo cerca de casa --algo importante, dado mi estado--, y ella me explicó que el motivo era el miedo de los centros a las represalias.

--El franquismo no murió con el general Franco.

--No. Aquello seguía. Ellos nos ha- bían vigilado. Sabían cuándo tenían que entregar el paquete. Ese día estaba el consejo de redacción en pleno. El director, los dibujantes...

--¿Tenía usted simpatías políticas?

--¡Ni siquiera me sentía identificada con la ideología de la revista! Yo solo tenía ilusión por trabajar. Con una vida laboral distinta, quizá habría tenido más hijos...

--Pudo ver crecer a la que llevaba en el vientre.

--Con ella tengo una conexión muy fuerte. Su nombre, Eunice, significa Victoria... Había días que no podía levantarme de la cama y la niña me necesitaba. Pero cada día doy gracias al Señor por habernos librado de morir. Sin embargo, tras el atentado se instaló una tristeza muy grande en mi alma y nunca se ha ido.

--¿Esa tristeza es hija del espanto?

--Es producto de haber visto la maldad. Me resulta incomprensible que se pretenda imponer una ideología con violencia. No se puede justificar la muerte de una persona. Hay que dialogar... Tratas de olvidar, pero no puedes. Eso está ahí. Siempre estás asustada.

--Mientras, a los terroristas les cayeron penas menores.

--Eso tengo entendido. Juan José Bosch fue condenado a 13 años; Ángel Blanco Ferriz, a tres, y José María Rico, a seis años.

--¿Les ha perdonado?

--Yo no soy quién para perdonar. Ellos tendrán que presentarse delante del Señor y responder de sus actos... Yo, en estos 30 años, he aprendido a ser fuerte, pero me duele por mi familia. A lo largo de más de 10 he estado muy limitada y ellos han pagado las consecuencias. Todavía me despierto de noche llorando y mi marido me abraza, porque entiende...

--Eso debe de ser un consuelo.

--Lo es. Él aguantó que no pudiera entrar en un metro o en un cine durante mucho tiempo. No soportaba los sitios cerrados. Y hasta hace cinco años me sentía avergonzada...

--¿Avergonzada de qué?

--Antes la gente me miraba mal. "¿Víctima de atentado? Algo habrás hecho". ¡Este tipo de cosas he tenido que oír! Otras veces me he sentido como teniendo que pedir perdón por haberme salvado de aquella bomba. Es muy triste, ¿eh?

--Sí que lo es.

--La gente debe entender que el atentado es a la sociedad. ¡Nadie está libre de un atentado! Ahora parece que la percepción ha cambiado. Las víctimas sentimos que se nos tiene un poco más en cuenta.

--Entre ustedes hay una cierta hermandad, ¿verdad?

--Tenemos la misma tristeza. Siempre va con nosotros.