Opinión | Quemar después de leer

Laura Fernández

Laura Fernández

Escritora y periodista

¿Inventó William Faulkner otra dimensión?

Existe una novela del Nobel norteamericano que ha cambiado la vida de cineastas de todo tipo. Se titula 'Palmeras salvajes', y construyó la primera película de Agnès Varda, y contiene el alma de la última de Wim Wenders: es un alma huidiza, que existe al margen

¿Inventó William Faulkner otra dimensión?

¿Inventó William Faulkner otra dimensión? / Sara Martínez

William Faulkner publicó en 1939, diez años antes de ganar el Nobel, y diez después de editar 'El ruido y la furia', una novela frondosamente experimental ´-como todo aquello que escribió- titulada 'Palmeras salvajes'. No podía imaginar, entonces, Faulkner, a quien supuestamente un tipógrafo torpe rebautizó al publicar su primer libro -su apellido era Falkner, y la u se coló en la portada de su primera novela como errata, o eso cuenta la leyenda, y él consideró que aquello sólo podía ser una señal, y una buena, y jamás lo corrigió-, que esa novela, formada por dos curiosísimas historias de huida, la de una pareja adúltera y la de un preso viejo durante una inundación, acabaría por convertirse, misteriosamente, en un amuleto para cineastas.

No es tanto la historia, como la forma en que ésta se cuenta -Faulkner fue un revolucionario, pero uno al que no se tiene en exceso como tal, extrañamente, pese a haber dado paso a una ingente cantidad de nuevas formas narrativas-, la que inspiró la primera película de Agnès Varda, 'La Pointe-Courte'. O eso cuenta ella misma en su autobiografía documental, 'Las Playas de Agnès'. La novela, que fue traducida al español por Jorge Luis Borges, se cita en 'Al final de la escapada', de Jean-Luc Godard, cuando Patricia dice que prefiere "el duelo a nada". John Hughes, en un claro homenaje a Godard, extrae la misma cita en 'Todo en un día'. También es 'Palmeras salvajes' lo que lee el protagonista de 'Ghost Dog', de Jim Jarmusch.

Aunque si hay un director que vuelve, una y otra vez, sobre la no tan conocida novela de Faulkner, es Wim Wenders. Aparece, por primera vez, en la película que rodó antes de 'El amigo americano', una 'road movie' titulada 'En el curso del tiempo'. Lo que ocurría en ella es que uno de los protagonistas, un camionero, siempre estaba leyendo una edición de bolsillo de la novela. Y ocurre lo mismo, 47 años después -aquella cinta es de 1976- en 'Perfect Days', su última película, en la que el protagonista, Hirayama, lee hasta caer rendido, una noche tras otra, 'Palmeras salvajes'. La huida imposible que se relata en la novela -el estar atrapado en esto que vemos: el mundo- refleja, a su vez, la única posibilidad real: la de quedar oculto a simple vista, o huir a otra dimensión.

Limpiador de retretes

Porque cuando se ha habla de 'Perfect Days', la historia de un limpiador de retretes públicos en Tokio, un hombre que claramente ha renunciado a quién sabe cuántas cosas para llevar la clase de vida apacible y aparentemente diminuta que lleva -la visita, en un momento determinado, de su sobrina y su hermana, evidencian que su camino es un camino elegido, y que él, como su hermana, podría estar moviéndose con chófer por la ciudad-, se habla de una oda a las pequeñas cosas de la vida y parece elogiarse cierto tipo de estoicismo. Pero la forma en que el cine de Wenders piensa el mundo va mucho más allá, y aquí no solo abraza el milagro de estar vivo en un planeta incomprensible sino, aún más interesante, la idea de la rutina como suerte de nirvana.

El personaje de Hirayama hace cada día exactamente lo mismo. Saca un café en lata de la máquina de 'vending' que tiene delante de casa, sube a su minifurgoneta, se pone una cinta de cassette, y emborrona la realidad -la eleva: como dejó dicho Nietzsche, "la vida sin música sería un error"- escuchando música de la época en la que aún todo era posible -los 60 y 70, los años de su adolescencia y juventud- trasladándose emocionalmente hasta ella por un rato. El que dura el trayecto. Luego da comienzo la jornada laboral, en la que solo aparece cuando alguien entra al cuarto de baño y puede dedicarse a contemplar el mundo a su alrededor unos minutos, y el resto del día, que casi siempre incluye la visita a unos baños públicos y a un restaurante subterráneo.

El milagro del mundo

Es curiosa la forma en que la rutina aleja al personaje de lo real, y lo coloca en un mundo propio, en el que nada va a romperse nunca. De alguna forma, lo eleva, apartándolo de aquello que los demás tienen por real, y llevándoselo a un mundo en el que la existencia es casi un estado mental. Nada sabemos del desvío que tomó en su momento Hirayama, lo único que sabemos es que existe en otra dimensión, y se vuelve visible solo cuando la rutina se rompe. Cuando un compañero de trabajo le pide dinero. Cuando aparece su sobrina. Todo lo que le distraiga de eso que hace a diario supone, para su universo controlado y feliz, un universo en el que puede detenerse a contemplar el milagro del mundo, un atraso. La imposibilidad de existir en otro mundo. Misterio resuelto.

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