Crítica de 'Estación Rocafort': El metro y sus fantasmas

El metro, con sus andenes solitarios de noche, sus túneles y dependencias que nadie ha pisado durante décadas, es un espacio muy apropiado para relatos de terror o de misterio. Entre los dos conceptos, el horror y la intriga, se instala ‘Estación Rocafort’, una película curiosa en su planteamiento, pero limitada en sus resultados.

El argumento parte de la leyenda urbana según la cual esta estación del metro barcelonés correspondiente a la Línea 1, la roja –aunque en el filme pasa a ser de la Línea 4, la amarilla, quizá para erradicar cualquier aproximación verista–, ha sido históricamente el lugar escogido por muchos suicidas.

A partir de esta premisa, la de la gente que se arroja a las vías del metro para terminar con su existencia, los guionistas urden una trama protagonizada por una joven que tiene visiones relacionadas con el metro y sus víctimas, y un encallecido y alcoholizado ex inspector de policía cuya carrera se fue al garete al intentar salvar a una familia secuestrada por un demente.

El director Luis Prieto no termina de sacar partidos de los túneles y laberintos del metro en esta, en el fondo, sencilla historia de fantasmas que se orienta hacia una confusa explicación vinculada a leyendas y exorcismos en México. Más simpática que virtuosa, más tópica que inquietante.