Montserrat milenaria (4)

Mil años de Montserrat: de los milagros a la erudición

Montserrat milenaria (1) | Montserrat y el Barça: una Moreneta junto al túnel de vestuarios

Montserrat milenaria (2) | Montserrat y la ambigüedad política de un mito del catalanismo

Montserrat milenaria (3) | Montserrat y los nazis: Himmler, en busca del Santo Grial y cara a cara con la Moreneta

Visita del Papa Juan Pablo II a Montserrat el 7 de noviembre del 1982

Visita del Papa Juan Pablo II a Montserrat el 7 de noviembre del 1982 / Butlletí del Santuari

Ernest Alós

Ernest Alós

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Futbolistas subiendo en bicicleta a Montserrat para agradecer una Liga. Una habitación llena de piernas, brazos y cabezas de cera. Más cera, en forma de velas para pedir favores. Restaurantes, tiendas de souvenirs y ‘cel.les’ para los peregrinos. Esas muestras de religiosidad popular ante las que el catolicismo post-Vaticano II arruga la nariz, por un lado. Por el otro, una comunidad monástica dedicada al estudio y a la oración, una biblioteca y una imprenta prestigiosas, una tradición musical con la Escolania como gran estrella, una virgen patrona de Catalunya, un monasterio-museo que hasta tiene su Caravaggio. A punto de celebrar el milenario del monasterio de Montserrat (los festejos empiezan el próximo 7 de septiembre), ¿cuál de estas dos caras de Montserrat es ‘más milenaria’? Pues aunque suene a ‘boutade’, quizás más la primera.

Ciclistas de Granolleras encienden cirios votivos en Montserrat

Ciclistas de Granolleras encienden cirios votivos en Montserrat / Marc Vila

En las últimas semanas hemos escrito sobre la vertiente política de Montserrat, sobre su relación con el Barça, sobre la extravagante visita de Himmler buscando rastros del grial… pero estamos hablando de un monasterio y santuario benedictino, así que es necesario detenernos en su historia estrictamente religiosa. Y en ella, la demanda de intercesiones de la virgen o la acogida de peregrinos viene algunos siglos antes que la formación de una comunidad religiosa como la que hoy conocemos.

Santa Maria de Montserrat fue inicialmente solo una de las cuatro minúsculas ermitas que, tras conquistar el territorio, el conde de Barcelona cedió al monasterio de Ripoll allá por el 888 junto con media montaña (y de aquí que se vaya a celebrar por segunda vez su milenario, tras la conmemoración de 1880). El primer monasterio benedictino en Montserrat fue en realidad el de Santa Cecília, que intentó quedarse con toda la montaña hasta que el de Ripoll la recuperó definitivamente en 1023. Para que no hubiese dudas de quién era el señor de la montaña, el abad Oliba decidió convertir una de las ermitas en un cenobio satélite de Ripoll, del que hay noticia por primera vez en 1025. Satélite y minúsculo. Con una comunidad que durante siglos fue de seis monjes y luego de 12: nada que ver con los grandes monasterios, como Ripoll, que fueron centros de la vida intelectual y religiosa en la alta edad media.

Pero he aquí que en algún momento del siglo XII se erige una talla románica de la virgen y empieza a cundir la voz de que su intercesión obra milagros de todo tipo (como los de su hallazgo en la Santa Cova en 880 o la leyenda de Fra Garí, bastante posteriores). Y aquí nace Montserrat como monasterio-santuario mariano, una doble condición en la que la segunda parte de la fórmula en muchos momentos de su historia ha pesado más que la primera.

Visitantes de Montserrat, en el camarín de la virgen

Visitantes de Montserrat, en el camarín de la virgen / Julio Carbó

Así que tenemos a los catalanes, ya desde entonces, subiendo a la montaña para pedir favores o agradecer curaciones, rescates de cautivos, dejar exvotos, desde proas de galeras a cuatro cocodrilos disecados después de haberse salvado de ser devorados por ellos… A Alfonso X dedicando varias de sus cantigas a los milagros de Montserrat. Se instaura la costumbre de financiar cirios que quemen permanentemente ante la imagen, hasta 100 simultáneamente aún en la pequeña iglesia románica, lo que ennegreció una talla originalmente blanca, como demostró un estudio a fondo en 2001 (en restauraciones sucesivas había calado tanto la imagen de la virgen Moreneta que se decidió consolidarla primero con una capa marrón, después con una negra). Hay reinas que se llevan de recuerdo decenas de rosarios para sus damas. Jaume I sube al monasterio antes de conquistar Mallorca, Pere II antes de dirigirse a rechazar la invasión francesa, Pere III después de haberle birlado nada fraternalmente sus posesiones al rey de Mallorca. Porque aparte de la piedad popular, la relación de Montserrat con las sucesivas casas reinantes merece mención, en Aragón y en España, Carlos I y Felipe II mueren con una vela de Montserrat en las manos, Felipe III preside entre lágrimas el traslado de la imagen a la nueva basílica, el archiduque Carlos nombra a la virgen de Montserrat generalísima de su Ejército en la guerra de Sucesión (si, desde entonces Montserrat y la borbónica Virgen del Pilar juegan en distintos equipos).

De esa conexión hispánica, a veces discretamente olvidada, viene la transformación de ese santuario con monasterio anexo en lo que hoy conocemos. El rey Fernando pone a Montserrat bajo el control de los benedictinos de Valladolid. Y aunque desde entonces resentidos monjes catalanes y prepotentes castellanos estén a la greña (durante la guerra de los Segadors acompañan amablemente a los últimos hasta la frontera, por lo que fundan en el exilio un ‘Montserratico’ en Madrid), fueron los primeros abades vallisoletanos, García de Cisneros (1493), primo del cardenal Cisneros, y Pedro de Burgos, quienes convierten la comunidad benedictina de Montserrat en mucho más que huéspedes de romerías y señores feudales.

Se instala una imprenta pionera, se fundan escuelas de música y estudios de las escrituras (dos de las ‘especialidades’ de Montserrat, junto a la renovación litúrgica) y Cisneros introduce con su ‘Exercitatorio de vida espiritual’ la ‘devotio moderna’, basada en la oración sistemática. Y aquí llega un capítulo moderadamente polémico: la relación entre Montserrat y San Ignacio. El fundador de la Compañía de Jesús se detiene en Montserrat camino de Jerusalén pero allí cambia de planes y decide pasar un periodo de ascesis y formación en Manresa. El ‘team Montserrat’ y el ‘team jesuita’ no acaban de estar de acuerdo sobre la influencia de la obra de Cisneros (o de las derivadas de él) sobre los ‘Ejercicios’ de San Ignacio.

La iglesia de Montserrat, dibujada por Laborde, poco antes de ser volada por los franceses

La iglesia de Montserrat, dibujada por Laborde, poco antes de ser volada por los franceses / Alexandre de Laborde

Pero demos un salto. Como el que pegaron las piedras del monasterio cuando durante las guerras napoleónicas los franceses lo quemaron, biblioteca incluida, y después lo hicieron volar por los aires. Con el periodio liberal de 1820 y la supresión de las órdenes monacales y saqueo de conventos en 1835 como remates, Montserrat se convirtió en unas ruinas románticas, con la imagen de la virgen viajando de escondite en escondite (aunque por el camino perdió las manos y el niño originales, tras ser ahorcada).

Montserrat, en ruinas a principios del siglo XIX

Montserrat, en ruinas a principios del siglo XIX / El Museo Universal

Durante el siglo XIX se va reconstruyendo el monasterio pero la reinvención del Montserrat actual tiene su punto central en las fiestas del milenario de 1880. En torno a esa conmemoración llegan su entronización como patrona de Catalunya; la instauración de fiesta propia en el mes de abril y ya no el 8 de septiembre junto con el pelotón del resto de 'verges trobades'; la nueva basílica; el ‘Virolai’; su simbiosis con el naciente catalanismo (pero también con el rearme nacionalcatólico que acompaña la Restauración borbónica tras la República y los diversos periodos anticlericales); su florecimiento intelectual; su vínculo con un místico como Jacint Verdaguer, un liberal como Víctor Balaguer o un integrista como Sardà i Salvany.

Porque a pesar de la vertiente política de la montaña, numerosos abades han intentado deslindar lo espiritual de lo terrenal. Desde el abad Deás (uno de los tres protagonistas de la reconstrucción, tras Muntadas y Marcet), que rechazó la posibilidad de crear un panteón de catalanes ilustres y llenar la montaña de monumentos nacionales, para lo que se apresuró a promover las esculturas del Rosario Monumental, al abad Escarré, que separó a Montserrat de su adhesión al franquismo, o el abad Soler, que supo navegar durante el ‘procés’ desoyendo los llamamientos a que Montserrat se pusiera al frente de la procesión.

Y acabemos recordando a un Juan Pablo II mareado como una sopa tras subir a Montserrat en papamóvil en medio de un diluvio, delante de una Virgen tan negra como la de Czestochowa. Montserrat y Roma: aunque curiosamente logró su condición de abadía independiente gracias al cismático Papa Luna (y ya no la perdió), el monasterio tuvo un abad en modo remoto que construyó el claustro gótico aunque nunca lo pisó y que llegó a Papa (Julio II), fue visitado por Juan XXIII cuando aún era cardenal y cuando pudo buscó su dependencia directa del Vaticano para escapar de tutelas episcopales locales o foráneas.

Suscríbete para seguir leyendo