El afamado escritor en catalán que dejó Nueva York para irse a una aldea de Asturias: "Puigdemont tiene algo que un asturiano puede entender..."

Ponç Puigdevall, que sufrió encontronazos con el independentismo, lo tiene claro: "El Procés no ha acabado, el nacionalismo es un monstruo insaciable"

Ponç Puigdevall, en Villagarcía.

Ponç Puigdevall, en Villagarcía. / Xavier Ríus

Luis Ángel Vega

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El escritor y crítico literario gerundense en catalán Ponç Puigdevall (Sant Felíu de Guíxols, 1963) decidió instalarse en una aldea de Grado, Villagarcía, (Asturias) tras pasar un tiempo en Nueva York. Autor de cuatro novelas –la última, "Una novel.la comercial" ("Una novela comercial")–, tres libros de relatos y dos de crítica literaria, alimenta una cierta fama de "maldito" en su tierra natal, agrandada por su acendrada oposición al nacionalismo, que le llevó a participar en la redacción del manifiesto que fue el germen de Ciudadanos, cuya trayectoria le ha decepcionado. Asegura que el Procés sigue: "Un nacionalista o un independentista es un monstruo insaciable que nunca tiene suficiente".

–De Nueva York a Villagarcía, en Grado, Asturias...

–Asturias la conocimos mi mujer y yo cuando estuvimos cerca de dos meses en Piloña, en Espinaréu, pero un poco más para arriba. Estuvimos muy bien y dijimos: cuando se pueda vivir en Asturias, se va a vivir a Asturias. Y hace ocho años, cuando al final se pudo, pues tuvimos la suerte de ver anunciada la casa donde estamos ahora en Villagarcía.

–¿Una huida de la civilización?

–No, no. Todo tiene sus etapas y sus ciclos. A mí no me hubiera molestado llegar a este sitio o cualquier sitio parecido, sin prácticamente población y sin ninguna especie de tentación social, pues, yo qué sé, con 40 años. Más difícil hubiera sido que mi mujer estuviera de acuerdo con esta decisión. Con los años, ya no me parece tan difícil y tan complicado.

–¿Le gustan Asturias y los asturianos?

–El clima me pareció perfecto desde el primer momento. A mí esto de la lluvia, el orbayu, no me molesta de ninguna manera. El carácter de los asturianos, bueno, pues, uno tiene que ir habituándose. Digamos que el sentido del humor asturiano no coincide con el mediterráneo. Eso no es ningún problema, porque también uno ya ha dado unas cuantas vueltas. A mí lo que me ha sorprendido quizá es la tendencia al arrebato, en el sentido bueno y en el malo. Pero, como mantener durante mucho tiempo un arrebato también es difícil, pues son arrebatos que enseguida desaparecen. Me he adaptado muy bien al carácter de los asturianos. Venir a Asturias es lo que mejor hemos hecho.

–Incluso alguna novela la ha ambientado aquí.

–La que saqué en 2018, "Il.luisons elementals" ("Ilusiones elementales"), que es la odisea de un indigente de Barcelona que por puro azar desembarca de un autobús en Gijón y vive la vida de la indigencia allí. Investigué un poco esa vida.

–Dicen que es su novela más dura.

–El mundo de la indigencia siempre es duro. No es aquello de que son libres y están contentos. Habrá alguno, pero, aun así, la dureza de su día a día es terrible.

–Cuenta una caída.

–Hay quien cae por mala suerte y luego quizá se habitúa a la mala suerte. Hay quien lucha con todos los medios disponibles en este bache para salir. Y luego también hay los que van directamente, como si sintieran la atracción del abismo. El personaje de la novela es un escritor que se encuentra ahí perdido, haciendo todo lo posible para que esta mala suerte aumente un poco más.

A mí me sacaron a gritos de una biblioteca en Cataluña; mezquindad es la palabra que define la conducta independentista

–¿Con qué anda?

–Estoy metido en el tercer libro de crítica, que es sobre literatura rusa del siglo XIX. Cuando lees a Tolstoi dices que es el mejor, pero cuando lees a Dostoyevski, te desdices, y lo mismo ocurre con Chekhov y Gogol. Surgió a raíz de cuando tuve el COVID. Después de la pandemia, me encontré tan y tan mal, supongo que por la manía esta de fumar, que bueno, era incapaz de subir, por ejemplo, la escalera. Y como tenía unas sensaciones muy raras, me dije: a ver si ahora tengo el mal gusto de morirme. Y me hubiera sabido mal morirme sin haber leído bien toda una serie de autores que había leído en mi juventud, que eran estos rusos. Y no sé por qué, cuando empecé a encontrarme bien, que tardé, dije: pues voy a ponerme a leer todo esto, y a partir de aquí, pues se fue organizando. Y llevó más de dos años leyendo solo rusos.

–A Dostoyevski le ve una vertiente política.

–De hecho, todos los rusos son unos escritores bastante políticos, pero en el sentido de la responsabilidad civil, no de la adscripción a una ideología o un partido. En la sociedad de los zares, el público confiaba mucho en la capacidad de los intelectuales de orientar el presente y el futuro e incluso de solucionar toda una serie de problemas inmediatos y cotidianos en la vida de la población.

–¿Hemos perdido eso?

–Aunque parezca mentira, la Rusia de los zares era un tiempo más optimista para los intelectuales que el tiempo de ahora. Les hacían caso. Tanto que los mandaban a Siberia para que refrescaran las ideas. Pero yo creo que ahora no hay ninguna especie de recepción ni de buena voluntad por parte ni de los políticos ni de la sociedad para valorar cualquier idea o cualquier propuesta que nazca de la mente de aquella cosa, de aquella entelequia que se llama intelectual. Quizás porque también las ideas que pueden presentar los intelectuales o no tienen público o no tienen ningún ápice de razón o no tienen la más mínima importancia.

–Quizá es que la cultura letrada está en caída libre.

–No tengo ni idea. Lo que sí sé es que di clases muchos años atrás en Cataluña y el nivel era bastante desesperanzador. Por ejemplo, de las muchas anécdotas que uno tiene la desgracia de vivir cuando da clase, pues la que más persiste en el dolor del recuerdo es uno que hacía un máster y que se vanagloriaba de haber llegado hasta donde había llegado sin haber leído ni un solo libro. Luego lo suspendes y tienes problemas tú.

–¿Ha pasado el carro delante de los bueyes?

–El concepto de jerarquía se ha perdido no ya en la escuela, sino en toda la sociedad. Hay una especie de desorden moral que no creo que favorezca nada. Y además está también la cosa aquella de que todo tiene que ser fácil, y las cosas no son fáciles, no son nada fáciles. Se va reduciendo el nivel y al final se llega a un infantilismo cultural, infantilismo moral, infantilismo político, que no lleva a nada. Bueno, sí, a ese sitio a donde vamos que no se sabe cuál es, pero que tiene pinta de no ser nada bueno.

–Una sociedad naïf dominada por políticos listos.

–Sí, listos e incluso enterados.

El concepto de jerarquía se ha perdido, no ya en la escuela, en toda la sociedad; todo tiene que ser fácil, se va reduciendo el nivel y al final se llega a un infantilismo cultural, moral y político

–¿Tuvo relación con la política?

–Mi relación con la política se reduce a la redacción del manifiesto donde se pedía que en Cataluña existiera un partido político que no fuera nacionalista ni independentista.

–El germen de Ciudadanos.

–Sí, luego, cuando Ciudadanos empezó a tomar forma, yo me retiré como el gregario de un equipo ciclista que ya ha hecho trabajo. Entre otras cosas porque era el único de Girona y veía que se avecinaba toda una tarea que, si podía ahorrármela, mejor. Entre otras cosas porque el ejercicio de la política no me interesó nunca. Sí, la discusión política teórica.

–Tremendo final el de Ciudadanos.

–Tremendo, esa es la palabra. Mira que iban bien encaminados. Por primera vez en Cataluña ganó un partido que no era nacionalista. Y luego Arrimadas malversó todo el crédito y todo el capital político y humano que consiguió. No entendí por qué no presentó su candidatura, aun sabiendo que no sería la presidenta de la Generalitat. Prefirió aquello de ir al Congreso con pancartas, con camisetas. Entre ella y Carrizosa, vaya par.

–Nunca ha estado con los nacionalistas.

–Nunca, nunca. Y mira que todos mis amigos de Girona, de Barcelona, solían ser o nacionalistas, o independentistas, o comunistas independentistas... Pero yo nunca caí en la tentación, siempre me he sentido como un conservador.

–Uno de esos amigos era Puigdemont.

–Coincidimos en la universidad. Como es un buen tío, éramos amigos. Luego, cuando él dirigía la Casa de Cultura de Girona, me fichó, leía mis libros. Sabía perfectamente cuál era mi posición y yo sabía perfectamente cuál era la suya.

–¿Le maltrataron en Cataluña?

–Maltratarme, no. ¿Que me han insultado? Sí. ¿Que me han ridiculizado? Sí. ¿Que mis libros no se divulgan? También. Por ejemplo, la novela publiqué este año, “Una novela comercial”, pues la respuesta ha sido el silencio. Mucho tiempo atrás, José Ángel Valente, el poeta orensano, dijo que en España, la única crítica elocuente es el silencio. Pues eso, muchos años después, es lo que pasa en Cataluña, no solo conmigo, sino que también con muchos otros.

–O sea, que no es suficiente escribir en catalán, hay que tener determinado posicionamiento.

–Si formas parte del equipo nacionalista o independentista, pues sí, tienes bastante más posibilidad de..., no sé, cosas tan sencillas como, por ejemplo, recibir una beca. Sé que en “La Vanguardia” he estado censurado. Los tres últimos libros no han existido en La Vanguardia.

–¿Tiene un aura maldita quizá?

–Sí, y como tampoco soy simpático... Pero no sé, tampoco me preocupa. Por suerte estoy muy bien haciendo mi vida. Siempre he hecho lo que me ha dado la gana y siempre he vivido a margen de aquello que se puede llamar el poder o, más justamente, los aledaños del poder. Porque hay mucha gente que cree que vive en medio del poder y solo vive en los arrabales.

–¿Está exiliado en Asturias?

–Bueno, exiliado... Los tiempos aquellos del Procés, no fueron agradables, ni fáciles. Porque vivir en un sitio donde parece que la locura colectiva se adueña de cada acto cotidiano, es muy duro. Hombre, a mí no me ha pasado lo que le ha pasado a otra gente. Que estés sentado en una terraza y que alguien que pase por allí te escupa, o te amenace. A mí me sacaron a gritos de una biblioteca. Y dices: qué raro, esto me suena a otras épocas. Tampoco me han pintado la fachada de casa. Mezquindad, es la palabra que define la conducta independentista. Y esa mezquindad, si es de alguien perteneciente a Esquerra Republicana, no sé por qué, pero se duplica. Mucho peor, moralmente hablando. Se siente más autorizado. Los desgraciados, los pobres de espíritu, los que lo han pasado mal, cuando acarician alguna plaza situada en los aledaños del poder se convierten en unos energúmenos muy orgullosos y muy vanidosos.

–¿Se veía venir?

–Pujol para Cataluña fue como el orbayu. Aquí, ¿por qué todo es verde? Pues porque son días y días de orbayu. Esto es lo que hizo Pujol con la mentalidad de Cataluña, ir alimentando como el orbayu este ánimo nacionalista.

–Cuando trataba con Puigdemont, ¿pensaba que iba a llegar tan lejos?

–No. Lo que pasa es que sí que es verdad que es una persona que políticamente está muy bien preparada. Y además tiene una cosa que forma parte de su carácter y que un asturiano podrá entender. Detrás de él hay muchas generaciones de gente dedicada al campo, es un payés, en el buen sentido de la palabra. Eso origina una capacidad de supervivencia que no lo enreda. Es un tío culto, a su manera. Siempre ha sido independentista. En eso no miente.

–¿Con desprecio a lo español?

–Pero es que el desprecio al español allí me parece que no es exclusivo del independentismo, del nacionalismo, sino que ya es una tradición que viene de mucho tiempo atrás. Una tradición política, una tradición histórica mejor.

–Y no ha terminado.

–No, no. Esto no termina. Es que no hay tregua. A Sánchez le interesa venderlo como uno de sus grandes éxitos. Pero poco conoce de Cataluña. Un nacionalista o un independentista es un monstruo insaciable que nunca tiene suficiente. No le importa una mierda la estabilidad de Sánchez y la estabilidad de su gobierno.

–¿Qué le pareció la amnistía?

–A ver, que unos pobres desgraciados se pudrieran no sé cuántos años en la cárcel, no me parece bien. Entre otras cosas porque uno de los privilegios de la vida es no ser rencoroso. Fuera de la cárcel, su importancia civil, su importancia política es muy baja. A mí me parece que la declaración de la independencia fue un tanto bufonesca, cómica, grotesca, igual que la visita express de Puigdemont. Es mucho más preocupante que ni el ministro de Interior ni Pedro Sánchez se hayan pronunciado aún sobre el cachondeo de esta visita, que de hecho, y aquí tienen razón Feijóo y Abascal, es una humillación.

–¿Tiene previsto hacer algún libro sobre Asturias?

–Primero tengo que terminar un par de cosas. Y luego, si tengo ánimo, quiero ir a una novela de aquí, porque es el escenario perfecto para un western. Hay de todo: los buscadores de oro, las vacas, el rollo entre agricultores y ganaderos, la vida, el pensamiento rural. Estuve leyendo otra vez uno de mis escritores preferidos, que es Faulkner. Y, vaya, ¿cómo puede ser que Faulkner, ahí en el Mississippi, describa tan bien a la sociedad asturiana? Curioso, ¿no? Pensamiento rural. Que eso mismo pasa con Josep Pla. Usted lee a Pla, y está hablando de Asturias. Veo un peligro en Asturias, que es la "costabravización". Hay que reaccionar ahora. Un amigo mío, Ignacio Vidal-Folch, se ha venido también a vivir aquí.

–Se está yendo mucha gente, como en el País Vasco.

–Pero, sin la épica del País Vasco, del que se iban para que no les matasen. En Cataluña solo quieren chincharte y fastidiarte. En Barcelona, una vecina muy simpática, una de estas que vivió una tercera juventud con el Procés, cuando nos encontrábamos por la escalera, decía: "Mira, el vecino facha". Al principio te hace gracia y todo. Es una enfermedad. Ignacio Vidal-Folch escribió en los ochenta una entrevista con Julio Caro Baroja, cuando el momento más bestia en el País Vasco. Y terminaba la entrevista preguntándole: "Bueno, ¿y qué soluciones hay en el País Vasco?". Y Caro Baroja le dijo: "Pues mire, trenes cargados de psiquiatras". La solución que proponía Caro Baroja para el País Vasco no estaría mal para Cataluña. Trenes cargados de psiquiatras.

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