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Unos españoles liberaron París de la ocupación nazi

El 24 de agosto de 1944, el valenciano Amado Granell fue el primer oficial del Ejército de la Francia Libre en llegar al ayuntamiento parisino

El libro ‘El español de la foto de París’ narra aquella epopeya del militar español, obra del periodista y escritor Basilio Trilles

El teniente Granell conduce el vehículo que encabeza el desfile de la Liberación, presidido por De Gaulle.

El teniente Granell conduce el vehículo que encabeza el desfile de la Liberación, presidido por De Gaulle. / Archivo

Basilio Trilles

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En la mañana del jueves 24 de agosto de 1944, la punta de lanza de la 2ª División Blindada de la Francia Libre está integrada por dos secciones de la 9ª Compañía del III Batallón del Regimiento de Marcha del Chad, al mando del teniente español Amado Granell. Los dos suboficiales que encabezan ambas secciones son compatriotas de Granell: ayudante jefe Campos y sargento jefe Elías. La mayoría del resto de tropa tiene nacionalidad española. No en balde, la compañía es conocida como La Nueve, unidad admirada por los Aliados y temida por el Ejército nazi. El oficial que dirige la operación de avance hacia París tiene acreditada experiencia en combate.

Granell, nacido en Burriana, fue sargento del Tercio de Extranjeros y mayor del Ejército Popular de la República, llegando a mandar una división en los últimos días de la Guerra Civil española. Es un veterano militar que sabe lo que hace, por eso el general Leclerc le ha encomendado, una vez más, que vaya delante abriendo camino hasta llegar a la prisión de Fresnes, situada a tan solo dieciocho kilómetros de la capital de Francia. El teniente valenciano ha dirigido con acierto las operaciones y tras una serie de escaramuzas, sobre media tarde los alemanes se rinden. Entonces llega el general Leclerc, baja del vehículo de mando y advierte la presencia de Granell dando órdenes para la captura de prisioneros. El más fiel colaborador de Charles De Gaulle, impaciente, golpea el suelo con el bastón que lo acompaña desde que sufrió un accidente de equitación.

- ¡Teniente!

- ¡A sus órdenes, mi general!

-¿Dónde está su capitán?

- Viene detrás.

- Organice a su gente y acérquese a París, a ver qué pasa.

- ¿Con qué órdenes?

- Las de costumbre.

Leclerc acaba de dar carta blanca a Granell para entrar en la capital del Sena, pero sin comprometerse. Tiene que hacer un juego político de prestidigitación con los generales norteamericanos. Una cosa es acercarse a París y otra muy distinta entrar sin la autorización de su jefe directo, Leonard T. Gerow, comandante del V Ejército de los Estados Unidos y primer general en pisar Normandía el Día D.

Granell informa a su capitán sobre la marcha de las operaciones.

Granell informa a su capitán sobre la marcha de las operaciones. / Mediterráneo

Mientras Granell reagrupa a sus efectivos llega el capitán de La Nueve , Raymond Dronne, que es interpelado por Leclerc.

- ¿Qué hace usted aquí?

- Mi general, ejecuto la orden recibida: volver sobre el eje al punto donde estamos.

- ¡Es necesario no cumplir órdenes idiotas! -Leclerc alza el bastón indicando la dirección y en tono imperativo indica al capitán-.

- ¡Vaya usted derecho a París, entre en París!

- Enseguida, mi general. Pero tengo pocos efectivos.

- ¡Tome los que encuentre! ¡Deprisa!

- Si he entendido bien, mi general, evito las resistencias, no me ocupo de lo que tengo detrás de mí.

- ¡Eso es, directo a París! ¡Pase por donde quiera, es necesario entrar!

En esos momentos Dronne cuenta con las secciones de Elías y Campos, más el blindado de mando y el de reparaciones. Haciendo valer las imperativas órdenes de Leclerc, el capitán incorpora una sección de tanques medianos Sherman y una sección de ingenieros sobre blindados. La columna se prepara para salir cuando Granell informa a Dronne:

- No se lo va a creer, en nuestra documentación no aparece ningún plano de París.

Entre los efectivos disponibles no hay nadie familiarizado con la capital, eventualidad que es solucionada gracias a un voluntario civil y una guía Michelin. Los escasos kilómetros que separan Fresnes de París se van recorriendo despacio porque los resistentes han bloqueado las vías de acceso con troncos y grandes piedras, a fin de impedir las maniobras de escape del Ejército alemán. El hostigamiento es mínimo, algún disparo que no afecta a la marcha de la unidad de la 2ª División Blindada, sólo pendiente de llegar cuanto antes a su destino. En esa imparable marcha, con continuas paradas, los hombres de Leclerc comienzan a verse apabullados por la euforia de los parisienses de los arrabales, deseosos de abrazar a sus libertadores.

El héroe valenciano con algunos de sus soldados de La Nueve.

El héroe valenciano con algunos de sus soldados de La Nueve. / Mediterráneo

- ¡Qué diferencia con el recibimiento en Normandía! -exclama Amado Granell, dirigiéndose a su ayudante, el sargento jefe Valero, al volante de un turismo descapotado de fabricación alemana, requisado como botín de guerra. Estos episodios de efervescencia popular sirven para recabar información, aunque en muchos casos los datos resultan confusos, cuando no contradictorios-.

- ¡A este paso, mañana por la mañana aún no habremos llegado al ayuntamiento! -comenta Granell-. En ese momento, al girar una curva, el sargento jefe Valero frena en seco, deteniendo de golpe la columna.

- ¡Tiens, voilà la Tour Eiffel! -grita Granell, ante la sorpresa de Valero-.

- Mi teniente, ¿ahora ya me hablas en francés?

- Tengo la impresión -Granell casi no puede hablar -pero más tarde dejará escrito lo que dijo al ver desde aquí este grandioso monumento de hierro- para mí lleno de leyenda y de historia, que he alcanzado el objetivo final de mis esfuerzos y de mi vida.

Los dos compañeros de armas se dan un apretón de manos y acaban fundidos en un abrazo lleno de emoción, con lágrimas recorriendo los curtidos rostros. En el resto de los blindados la escena se repite, al tiempo que no dejan de oírse gritos de victoria y celebración. Ahí está, enfrente de ellos, el símbolo más universal de la ciudad ocupada, martirizada por la bestia nazi, aún coronada por la ignominia de la bandera con la cruz gamada ondeando al viento. Ya por poco tiempo.

Sin incidente alguno, los blindados de la Francia Libre llegan al puente de Sévres. Los informadores ocasionales han advertido de que la instalación está minada y protegida por piezas de artillería, emplazadas en un altozano situado a la derecha. La información, por suerte, es inexacta, y no se produce fuego artillero ni de ningún tipo. Ahora hay que comprobar si han colocado explosivos en el puente, así que Granell pone pie en tierra y realiza una inspección ocular que no convence a sus compañeros. Están detenidos, y las palabras de Leclerc resuenan en la cabeza del republicano español: "En avant, en avant" mientras vive una especie de éxtasis,

- ¡Está bien, haré la prueba! Aparta Valero, voy a pasar solo por el puente.

- ¡Te has vuelto loco, Amado!

- ¡No hay tiempo que perder, baja del coche, es una orden!

El Opel del teniente Granell pasa despacio sobre el puente de Sévres. Una vez en la otra orilla del Sena realiza señales con las manos, indicando que puede cruzar la columna. El sargento jefe, incorporado sobre el vehículo, no puede evitar reprender a su jefe:

- ¡A ver si ahora que falta poco, no llegamos! ¡Menudo susto nos has dado!

- Y vosotros a mí, porque cuando estabais cruzando pensaba en el hecho que de haber minas, estas podrían estar preparadas para explosionar bajo el peso de blindados y no de un simple turismo.

¡Es la División Leclerc!

Valero se limita a emitir un largo silbido, encaminando el coche en dirección al corazón de la ciudad. Durante el recorrido por las primeras calles de París cunde la confusión entre los vecinos que, inicialmente, relacionan a los efectivos de la 2ª División Blindada con tropas alemanas. Las puertas y ventanas de las casas permanecen cerradas, no se ve un alma, aunque cientos de ojos, vacilantes, observan el avance del destacamento. Granell ha ordenado las más estrictas precauciones: sus hombres mantienen posición de combate, atentos a las zonas altas de los edificios, ante la posibilidad de francotiradores, y pendientes de las esquinas, por donde en cualquier momento puede aparecer un tanque enemigo o un temible cañón del 88. La tensión es máxima cuando un anciano aparece en la acera. Percatado de los uniformes, aunque con cierta desconfianza, se acerca al coche de mando. Con recelo y voz trémula pregunta al teniente Granell.

- ¿Americanos?

- No somos americanos, somos de la División Leclerc.

El anciano queda quieto, mudo, durante breves segundos, y una sacudida emocional yergue su encorvado cuerpo, cambiando el hilo de voz por unos sonoros gritos que resuenan en la calle. Enarbola los dos brazos y sacude las manos demandando mímicamente la presencia popular.

- ¡Franceses, franceses, salid! ¡Es la División Leclerc!

Como un poseso el hombre mayor grita con todas sus fuerzas, mientras puertas y ventanas comienzan a abrirse en sincronizado crepitar de madera y metal que en ese momento suena a salva de bienvenida. En breves instantes, las solitarias calles comienzan a poblarse. Los blindados de la Francia Libre son rodeados por un enjambre humano de todas las edades que intenta abrazar, besar, estrujar a los libertadores, exclamando al unísono una palabra que vibra con fuerza en esta histórica tarde del 24 de agosto de 1944: ¡Gracias, gracias, gracias! Botellas del mejor vino, licores y flores son los primeros detalles materiales de gratitud de los parisienses.

Portada del día 25 de agosto en la que aparece Granell junto al prefecto del Sena, en el Ayuntamiento de París.

Portada del día 25 de agosto en la que aparece Granell junto al prefecto del Sena, en el Ayuntamiento de París. / Mediterráneo

La emoción es incontenible, vecinos y soldados lloran de sentimiento, fundidos unos con otros. El momento es desbordante, único, y a punto están de poner en peligro la misión. París aún está en poder del Ejército nazi, que cuenta con una guarnición de doce mil hombres. Hay que superar las emociones y seguir, así que el teniente Granell, sobreponiéndose a la situación, emplea toda la energía militar para dispersar a la gente y poder seguir avanzando. El destacamento continúa en máxima alerta, y alcanza sin incidentes la plaza Marcel Sembat, desde donde se envía un mensaje de radio al estado mayor de la 2ª División Blindada: "Llegamos a París 20.45 horas. Envíen refuerzos". El mensaje de Granell no es contestado, así que el teniente decide dirigir sus efectivos hacia el ayuntamiento, objetivo de la misión.

La carrera hacia el Hôtel de Ville culmina en la rue de Rivoli cuando aparece, majestuosa la imponente figura del edificio municipal en el que ondea la bandera francesa y es, desde hace varios días, el símbolo más emblemático de la Resistencia en París. Testimonio de la magnificencia de la III República, los numerosos nichos y pilares de sus fachadas albergan ciento ocho personajes célebres de la historia de la capital y treinta estatuas que representan ciudades francesas.

- ¡Es grandioso! -exclama Granell, irguiéndose sobre el asiento del Opel descapotado-.

- Grandioso es lo que estamos haciendo nosotros -contesta el sargento jefe Valero-. Hay que tener pelotas o estar locos para tomar París con la quinta parte de un batallón.

El prefecto del Sena recibe a los libertadores en la puerta principal del ayuntamiento, acompañándolos al interior; franquean la Sala de Presbíteros y otras salas igualmente austeras. Al pasar junto a la estatua de Juana de Arco, Granell se detiene unos instantes admirado, pero el tiempo apremia, ya habrá momento para recrearse en el espléndido interior del edificio. Tras coronar la escalera monumental hasta la primera planta, que alberga una sucesión de salones suntuosamente decoradas, llegan a un pequeño despacho en el que los esperan Georges Bidault, presidente del Consejo Nacional de la Resistencia y el coronel comunista Henri Rol-Tanguy, jefe en París de las Fuerzas Francesas del Interior. El encuentro resulta especialmente emocionante para Amado Granell. Tiempo después dirá ante los micrófonos de Radio Francia que "la figura menuda y resuelta del señor Bidault produjo en mí un sentimiento emotivo parecido al de la visión de la Torre EiffelGeorges Bidault, con su pequeña estatura y su gran autoridad, simbolizaba en aquel instante, como lo simboliza hoy, la grandeza de la Francia herida y heroica". 

El momento de gloria de Granell y del resto de combatientes españoles que protagonizaron la liberación de París resultó efímero. El chovinismo francés hizo el trabajo, De Gaulle no podía permitir que un puñado de extranjeros protagonizara la liberación de París, un logro más político que militar. Pero esa es otra historia.

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