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Anto Rodríguez, artista y activista LGTBI: "Soy fan de las travestis desde niño"

Anto Rodríguez en Ibi (Alicante), donde hace unos días presentó su libro.

Anto Rodríguez en Ibi (Alicante), donde hace unos días presentó su libro.

A. Rubiera / A. Teruel

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Anto Rodríguez (Mieres, Asturias, 1986) lleva una década afincado en Madrid donde combina su actividad investigadora en el campo de las Bellas Artes con su faceta como artista y activista LGTBI, en su caso a través de la divulgación que lleva a cabo con el podcast "Color Julay". Ahora acaba de ver la luz su libro '¡Eres tan travesti!'. Un auténtico manual del transformismo en España al que ha estado dedicado dos años.

–¿Cómo surge este libro?

–Soy fan de todas las travestis desde pequeño pero hace tres años empecé a investigar sobre los "cancioneros", que eran unos artistas, cantantes de la copla, tonadilleros, –los llamaban también los estilistas de la copla–, que cantaban luciendo su pluma por los escenarios de España en pleno franquismo. Me quedé loco con este tema y al ir descubriendo cosas de estos señores me iba encontrando que compartían escenario y vida con muchas travestis de nuestra historia. Empecé a tirar del hilo, necesitaba saber más, y acabó en todo esto.

–'¡Eres un travesti!' lleva por subtítulo 'Historia del transformismo en España'. Quizá lo tenemos asociado al franquismo, como una contracultura, ¿pero en realidad arranca ahí o es anterior?

–Es anterior, de hecho a finales del siglo XIX y principios del XX ya se empieza a hablar del transformismo como una disciplina autónoma. Antes ya había existido en el teatro o en el carnaval, pero entonces empezó a ser algo más cercano a lo que conocemos hoy en día.

–¿Qué rasgos presenta? ¿Hablamos de vestirse de mujer o de imitar a cantantes que eran iconos del momento, por ejemplo?

–No siempre, y de hecho eso es lo apasionante. No siempre han sido hombres disfrazándose de mujeres. Yo defino el transformismo como un juego escénico con el género, principalmente, con todo lo compleja que es esa idea. Al principio, muchas de las artistas eran mujeres que se travestían en lo que se supone que es un hombre, y también en lo que se supone que es una mujer: no es que interpretaran personajes femeninos, sino que jugaban con qué es un hombre o una mujer.

–Jugar a salirse de los roles establecidos, parodiándolos…

Sí, y no solo así, sino que había muchas herramientas: exagerándolos o llevándolos al mínimo. Pero al final son todo gestos para cuestionar que el género es una construcción, que se basa en el montaje de cosas: una falda y un gesto pícaro hacen una mujer, y un bigote y un gesto brusco hacen un hombre.

–Y se creó toda una cultura alrededor del transformismo…

–Así es. Empezaron a mover a muchísimo público; llamaba la atención que se travistieran porque era un gesto bastante escandaloso en la época. De hecho, hoy todavía es algo que sigue llamándonos la atención. Y por otro lado, era un público que se acerca a los y las transformistas por lo exótico, pero en escena proponen espectáculos muy novedosos.

Y divertidos, también.

–¡Sí! Muy divertidos, pícaros, arriesgados… Hacían cosas que otros no se atrevían.

La guerra civil debió suponer un corte a todo esto, un paréntesis. ¿Cómo empezó a despertar otra vez el transformismo durante la dictadura?

–La intención del franquismo era abolir el transformismo, no dejaban que se denominara así ni nada. La única esperanza que quedaba para las travestis era que se convirtieran en "cancioneros", al estilo de Miguel de Molina, y continuar por ahí. Pero en realidad lo que pasó es que la escena travesti se mantuvo, al principio quizá de una manera un poco más encubierta, pero poco a poco fue saliendo a la luz y en los años 60 ya había ciudades de "turismo rosa", donde las travestis actuaban. O sea, que siguió en movimiento, aunque la historia que nos han contado fuera otra. Y aunque en esa situación terrible vivieran una opresión terrorífica, con palizas, redadas, encarcelamientos…

–Así, se da la paradoja de que estos espectáculos eran conocidos por la población, se sabía que existían y tenían éxito, pero al mismo tiempo era algo denostado, ¿no?

Sí, porque siempre ha pasado esto con el colectivo LGTBI, y además era una puesta en escena muy frívola: tenía todos los ingredientes para que fuera denostada. Pero es verdad que se sabía, y que el poder lo utilizaba a su favor como le convenía. Los "cancioneros" sirvieron para construir una imagen del régimen durante mucho tiempo y luego los dejaron caer en el olvido.

–Figuras como Ocaña, Paco España o Violeta la Burra, tuvieron una destacada proyección pública sobre todo durante la transición a la democracia. ¿Qué representan estas personas para el transformismo?

–Hago mía la definición que hacen María Rosón y Rosa Doménech, teóricas del arte, que llaman "resistencias emocionales" a las maneras de vivir que encontraron todas estas personas dentro de un mundo opresor y terrorífico. En él consiguieron crear comunidades y redes de afecto y cuidado, proponer prácticas artísticas novedosas y arriesgadas, o incluso locas. Estas figuras, además, nos las presentan como que nacieron con la transición, pero ya estaban activas mucho antes.

–Pero en la transición encontraron el momento para tener esa visibilidad que no habían podido tener antes, ¿no?

Sí. Sobre todo para empezar a aparecer en los medios de comunicación, películas, teatro… Más presencia pública. Ya eran conocidas, pero esta visibilidad dio espacio a que se pudieran cuestionar los términos y hablar con más claridad de muchas cosas.

–Y a día de hoy, ¿el transformismo está más reconocido públicamente o continúa encasillado como algo en los márgenes?

–Está teniendo otra visibilidad, porque cada vez está más presente en redes sociales, o en televisión incluso, con Drag Race. Hay quien lo sigue viendo como una parodia, pero luego, esa misma gente también lo ve como algo que les provoca mucho miedo. Por algo será.

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