Teatro

Crítica de 'Qui som?': el arte del compromiso

La compañía Baró d'evel, capitaneada por Camille Decourtye y Blai Mateu, vuelve a demostrar su talento con un espectáculo de gran impacto visual y un toque de atención ecologista

Un momento del espectáculo ‘¿Qui som?’, de Baró d’Evel

Un momento del espectáculo ‘¿Qui som?’, de Baró d’Evel / RAYNAUD DE LAGE Christophe

Manuel Pérez i Muñoz

Manuel Pérez i Muñoz

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No se podría haber encontrado mejor espectáculo para cerrar el Grec y despedir la etapa de Francesc Casadesús en la dirección. Recordemos que Baró d'evel inauguró la complicada edición de 2020, la que mantuvo los teatros abiertos en plena pandemia para reclamar el derecho a la cultura. Es casi un acto de justicia que la nueva obra 'Qui som?' ponga el broche final al festival después de su estreno en Aviñón. Siempre esperamos lo mejor de la compañía de Camille Decourtye y Blai Mateu, y en esta ocasión han colmado con creces las altas expectativas.

Escenario de riguroso negro. En el centro una enorme masa de un material indefinido que, intuimos, va a generar sorpresas. En los primeros compases, los gags habituales del universo Baró, el viejo arte del payaso en contacto con el público. Sin casi darnos cuenta, aparece una docena de intérpretes de estricto luto. Su seriedad se va desencajando en una especie de festival del slapstick, tortazos y absurdo al por mayor. En pocos minutos, todo está cubierto de fango y pintura. Los actores caminan con un tiesto en la cabeza, alfarería en directo como en aquel emblemático 'Paso doble' de Miquel Barceló y Josef Nadj. Revelador.

Baró d’evel, cuya etiqueta de “circo” está sublimada en el camino hacia la obra de arte total, nos tiene acostumbrados a sus genialidades plásticas y visuales, pero esta vez hay algo más. Cuando Blai Mateu coge la palabra anticipamos una diatriba sin sentido, pero bajo unas orejas que recuerdan el siniestro Mickey Mouse de Banksy, su discurso copia ahora a la retórica trumpista, igual de disparatada pero con intención. El cambio es evidente: con algún detalle naíf, el montaje reclama en sus textos una identidad colectiva comprometida: “¿Hay alguien tan valiente como para decir sí a algo?”, ironiza Decourtye en uno de sus incisivos monólogos. Llamada a la acción entre la deriva ecologista de un conjunto de imágenes tan desconcertantes como hermosas. Aún hay tiempo para salvarlo todo.

Más sorpresas, la aportación del movimiento de otra formación en estado de gracia, Mal Pelo. Los de Celrà han sumado no solo las brillantes coreografías, también los mejores matices de su esencia barroca y otras piezas de talento como el bailarín Miquel Fiol, y el mismo Pep Ramis, director que con algo más que solvencia cubrió una baja en el reparto. A destacar también la voz impagable de Yolanda Sey, integrada en el magma de una compañía que respira al unísono para predicar con el ejemplo. La fiesta con música e instalaciones siguió en los jardines del Grec, el compromiso con el arte no acaba en el escenario. Brillante clausura. 

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