La revolución contra la obesidad

El Ozempic, una amenaza al movimiento ‘body positive’ y un aliado contra la gordofobia

El próximo enero llegará a las librerías españolas el primer gran libro sobre el medicamento, ‘Magic pill’, donde Johann Hari reflexiona sobre los cambios culturales que implica ver el apetito como una cuestión biológica y no de fuerza de voluntad

Hari describe al Ozempic como una de las drogas “más icónicas de nuestro tiempo, a la par con la píldora anticonceptiva y el Prozac”

Johann Hari, periodista inglés autor de 'Conexiones Perdidas'.

Johann Hari, periodista inglés autor de 'Conexiones Perdidas'.

Leticia Blanco

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Los más escépticos hablan de que un nuevo “momento de locura” de la humanidad: incapaz de frenar la obesidad que afecta a una parte del mundo mientras la otra se muere de hambre, inventa una nueva droga para amputar el apetito. La fuerza de voluntad, opinan los más catastrofistas, se ha extinguido definitivamente. Pero lo cierto es que desde la popularización del Botox o la Viagra, ningún medicamento había tenido un impacto parecido al del Ozempic, que ya ha empezado a cambiar cómo nos relacionamos con la obesidad y la cultura del sacrificio y las dietas. El apetito ha empezado, por fin, a verse como algo biológico y no moral. 

El próximo enero llegará a las librerías españolas el primer gran libro sobre el Ozempic. Se titula ‘Magic pill’, lo publicará Península y lo ha escrito en primera persona el periodista británico Johann Hari, autor del superventas global ‘El valor de la atención’, un clásico contemporáneo sobre cómo el móvil y la hiperconectividad han destruido nuestra capacidad para concentrarnos. 

Gordofobia

"¿Son una solución mágica o una ilusión mágica?", se pregunta Hari sobre la nueva generación de fármacos contra la obesidad. En 'Magic pill' escribe sobre los riesgos (la existencia de un medicamento que inhibe el apetito no es una buena noticia para los que luchan contra un TCA), pero describe al Ozempic como una de las drogas “más icónicas de nuestro tiempo, a la par con la píldora anticonceptiva y el Prozac” por los cambios culturales que su uso traerá. El más inmediato es salvar la vida de millones de personas. Pero a una escala más ética, supone empezar a derribar el estigma que durante muchos años ha perseguido a las personas gordas, a las que se les suele acusar de no tener fuerza de voluntad y de ser vagos, perezosos, descuidados o torpes. La gordofobia va mucho más allá del juicio al cuerpo y asume prejuicios que tienen que ver con la personalidad de los individuos con sobrepeso. El rechazo, además, no solo es externo. El autoodio, la verguenza y la depresión suelen ser compañeros de viaje. 

En su libro Hari también es muy crítico con la cultura de la dieta, ligada al sacrificio, la abnegación y la renuncia, valores ensalzados por un sistema capitalista que premia la capacidad de esfuerzo y la autosuperación. Una especie de meritocracia del cuerpo que no tiene en cuenta otros factores, como que no todo el mundo tiene las mismas posibilidades económicas o metabólicas para adelgazar, por mucho que se lo proponga. El sobrepeso no es una elección 'libre'. La nueva generación de medicamentos podría cambiar la relación que a día de hoy existe entre el nivel socioeconómico y el índice de masa corporal.

El 'body positive', en crisis

La revolución de la semaglutida ya ha empezado también a impactar en el ‘body positive’, el movimiento que lleva décadas luchando contra la dictadura de la delgadez y a favor de la aceptación de todos los tipos de cuerpo. “Justo cuando habíamos llegado a un momento en el que habíamos aprendido a no castigar a nuestros cuerpos y a aceptarlos como son, incluso si están fuera del canon de belleza occidental, ¿esto va a revertirlo todo?”, se pregunta Hari. El británico cree que el lenguaje del ‘body positive’ enmascara en cierto modo la actual crisis global de obesidad (solo en Estados Unidos afecta a más del 40% de los adultos) y que aunque su uso “puede procurar cierto alivio psicológico temporal, a la larga no ayuda a nadie”. 

Cliente 'vip' en KFC

Hari tenía 44 años al empezar a escribir el libro, los mismos que tenía su abuelo cuando murió de un ataque al corazón. Su tío falleció por la misma causa a los 60 y su padre, diabético, tuvo que someterse a una operación de cuadruple bypass al cumplir los 70. El británico llevaba años lidiando con una adicción a la comida basura la primera vez que oyó hablar de un nuevo medicamento que prometía un antes y un después definitivo para sus problemas de sobrepeso. Empezó a tomarlo en enero de 2023.

En ‘Magic pill’ cuenta cómo era su vida antes, cuando los trabajadores del Kentucky Fried Chicken de su barrio le regalaban postales por Navidad por ser “el mejor cliente”. También le dedica un capítulo a una de sus mejores amigas, Hannah, que murió de asfixia, atragantada, por las complicaciones derivadas del sobrepeso que padecía. Ambos, orgullosos gordos que solían hacer sarcásticas bromas sobre sus kilos de más para protegerse del estigma social que acarrea el sobrepeso, habían fantaseado con ir algún día juntos a The Heart Attack Grill, un curioso restaurante de Las Vegas en el que hay una báscula a la entrada: si pesas más de 158 kilos comes gratis y si te dejas algo en el plato, las camareras te azotan. 

Hablar de la “pastilla mágica” es hablar de la obesidad y de qué ha llevado a Occidente a ella, también: comida procesada, ciudades (sobre todo en Estados Unidos) por las que resulta difícil caminar y trabajos estresantes que empujan al consumo de ‘comfort food’. La incorporación de la mujer al trabajo también ha influido en cómo nos alimentamos, recuerda Hari. Uno de los momentos más felices de la vida de su abuela, “una mujer que había trabajado hasta la extenuación desde los 13 años limpiando suelos”, fue el día que el microondas entró en su casa. Cocinar y comer fresco son más que nunca el nuevo lujo (sólo hace falta ver la invasión de reels de Instagram de personas picando vegetales, cuanto más crujientes mejor, el nuevo ASMR) porque son dos cosas que requieren tiempo y dinero. Algo de lo que las clases trabajadoras no suelen ir sobradas. Puede que eso esté empezando a cambiar.