Indios de Barcelona

El vómito creativo de Diamante Negro: “Más que nunca, el dinero es hoy una barrera para la actividad artística”

El trío barcelonés publica su segundo elepé, 'La náusea', aferrado a la idea, cada vez más amenazada, de que los proyectos creativos que merecen la pena se construyen desde el 'underground'

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Diamante Negro. De izquierda a derecha, Benoît Garcia, Pol Folguera y Lucas Méndez

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Rafael Tapounet

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El segundo disco de larga duración del trío barcelonés Diamante Negro, publicado el pasado mayo, se llama ‘La náusea’, un título de reminiscencias sartrianas que tiene mucho que ver con la visceralidad con la que la banda afronta el proceso creativo. “Para nosotros, hacer canciones es como un vómito; sacar fuera el dolor y la insatisfacción que sentimos ante las cosas que nos pasan o que observamos en nuestro entorno”, comenta Benoît Garcia, cantante, guitarrista y bajista. Que nadie vaya a creer, sin embargo, que la música de Diamante Negro es un pozo sin fondo de angustia existencial, porque esas expresiones de rabia y desconcierto frente a un presente marcado por la precariedad laboral y la falta de horizontes vienen a menudo envueltas en unas melodías adictivas que invitan a la fiesta y el desparrame, como caramelos de pop envenenado.

Ese contraste singular es uno de los atractivos del grupo. Su emocionante empeño en hacer las cosas a su manera es otro. Y no es menor. “A base de ir chocando con la realidad, hemos aprendido más o menos cómo funciona la industria musical -dice Benoît-, pero siempre nos ha gustado tener nuestro propio juego”. Diamante Negro autoproducen sus discos (“aunque tampoco descartamos hacerlo de otra manera en el futuro”, advierte el bajista y guitarrista Lucas Méndez) y se aferran a la idea, cada vez más amenazada, de que los proyectos artísticos que merecen la pena se construyen desde la base, “desde el ‘underground’”, y no desde la expectativa del éxito o la viralización rápidos.

Un punto de inflexión

Tras un arranque prometedor (su primera canción, ‘Club Caribe’, se convirtió en un pequeño ‘hit’ subterráneo y grupos como Camellos y Mujeres los reclutaron para abrir sus conciertos), el momento de la pandemia supuso un punto de inflexión en la trayectoria de Diamante Negro. Especialmente para Lucas, que trabaja de enfermero: “Me quedé sin espacio mental ni energía para pensar en la música y estuve muy desconectado; hoy toda esa época me queda como emborronada”. De todos modos, el grupo salió de ahí con las canciones de su primer elepé, ‘Deseo querer’ (2021), y con el respaldo de un sello discográfico de cierta entidad, Intromúsica, que estaba con ellos “a muerte”. “Querían que fuésemos los nuevos Carolina Durante -apunta Benoît-. ‘Spoiler’: no funcionó”.

Como tantas otras bandas del espacio alternativo, no tardaron en comprender que en el mundo pospandémico las reglas del negocio musical habían cambiado. “Parece que el interés cultural o artístico de una propuesta no tiene ningún valor y todo ha quedado reducido a la búsqueda del interés económico”, señala Lucas. “Es como una infección que se ha ido extendiendo -añade Benoît-. Hasta los artistas han acabado asimilando que el objetivo es generar beneficios, cuando no debería ser así. Y la consecuencia es que las escenas minoritarias no tienen espacios donde explotar su creatividad y crecer. Más que nunca, el dinero es hoy una barrera para la actividad artística y eso es muy lamentable”.

Cuestión de expectativas

Pese a su condición de músicos obligados a desempeñar otros trabajos para subsistir, los componentes de Diamante Negro se consideran afortunados. “Disponemos de un local en Sabadell donde Pol [Folguera, batería y productor] tiene su estudio, y allí ensayamos y grabamos -comenta Benoît-. Y tenemos buena relación con gente de algunas salas que nos abren sus puertas si queremos presentar algo o montar una fiesta. Pero, claro, aquí todo depende de qué aspiraciones tengas. Cuando nosotros empezamos, lo que queríamos era tocar en salas de 150 personas a reventar y con la gente eufórica y con ganas. Y hoy ves a peña que acaban de salir y ya aspiran a tocar en Razzmatazz o en el Primavera porque solo piensan en los vídeos que colgarán después en las redes sociales. Yo creo que se están perdiendo algo”.

Los Diamante Negro, dicen, necesitan “sentir” las cosas que hacen. Y quizá por eso algunas de sus canciones tienen aspecto de potenciales ‘hits’ que en el último momento han decidido no esforzarse para serlo. “Es lo que hablábamos antes del vómito como método creativo. Hay un momento en el que ya no puedes vomitar más, porque entonces solo sale bilis. Si nos pides que forcemos una cosa, no lo sabremos hacer”.

Musicalmente situado en esa fértil encrucijada en la que se encuentran el pop de guitarras distorsionadas, el ‘indie rock’ noventero y la actitud punk, el trío barcelonés demuestra en su último disco una saludable falta de prejuicios a la hora de asimilar influencias, y lo mismo brinda una ración de power pop ultracoreable (‘Olvídate de mí’, en colaboración con sus camaradas Alavedra) que una balada etérea a lo Weyes Blood en formato de miniatura lo-fi (‘Lo entiendo’) y hasta una cruda versión de ‘Quedará en nuestra mente’ de Amaia que parece pasada por el filtro de… Rosendo (“¡no lo hemos escuchado nunca!”, exclaman Benoît y Lucas). Se llama ‘La náusea’, sí, pero, puestos a robar el título de una novela de Sartre, también habría valido ‘Los caminos de la libertad’.  

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