Festivales

Jungle le gana una apretada partida a Arcade Fire en la última jornada del BBK Live

Slowdive, Alcalá Norte o El columpio asesino fueron otros de los protagonistas del día de clausura del festival

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Jungle durante el Festival BBK Live de Bilbao en su última jornada

Jungle durante el Festival BBK Live de Bilbao en su última jornada / EFE / Luis Tejido

Jacobo de Arce

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Quizá nadie se lo había planteado así, pero la última noche del BBK Live acabó siendo una pugna entre el rock alternativo hecho por blancos y la música de raíz negra, aunque en este caso interpretada también por blancos. Arcade Fire, insignes representantes de lo primero, son imposibles de batir en directo y parecían llamados a ser las grandes estrellas de la noche, pero Jungle, epítomes de lo segundo, no se lo iban a poner fácil. Los canadienses saben perfectamente cómo controlar la emoción del público y cuentan con un poderoso arsenal de canciones. Pero sus rivales en la noche de este sábado jugaban con un arma nuclear en su bolsillo: el baile. Y ahí lo bordaron: no se vio a lo largo del festival, ni siquiera en momentos álgidos como las actuaciones de The Prodigy o Underworld, dos marcas de renombre de la música electrónica, a tanta gente bailando tan feliz. Lo que Jungle planteó en un monte de Bilbao fue una utopía danzante, un camino hacia un mundo mejor en el que quienes lo pueblan bailan sin parar mientras hacen amigos.

Eran poco más de las 22:30 horas cuando el combo londinense salió a escena y sonaron los primeros acordes de 'Busy Earnin’', un tema de música disco a pocas revoluciones pero con gran aparato sónico. Miles de personas empezaron entonces a moverse para no parar hasta una hora larga después. La banda fue fundada por dos tipos blancos locos por la música negra, y todo el recorrido estilístico de sus canciones, que van del 'soul' al 'funk' y al 'new disco', dejan clara esa afición y el grado de dominio al que han llegado a la hora de componer e interpretar un sonido del que hoy ya son dueños y señores.

Al escenario de Jungle salen seis músicos que se reparten los instrumentos clásicos: guitarras, bajo, batería, percusión y teclados. Lo que tocan en directo se engarza perfectamente con algunos sonidos pregrabados, y el conjunto suena elegante, sofisticado, pero muy democrático: es una música en la que puede entrar cualquiera, incluso sin conocer sus canciones. Una cantante capaz de llegar a unas tonalidades altísimas, casi en falsete, es la protagonista en el apartado vocal.

Hay sacudidas importantes a lo largo del concierto: 'Dominoes', con ese 'riff' de guitarra reproducido en 'loop' sobre el que se construye toda la canción, podría ser un tema de The Avalanches, igual de bailable y festivo. 'The Heat' fue uno de sus primeros 'hits' hace ya una década, una de esas piezas de 'disco-funk' suave que hace que uno se mueva incluso sin querer hacerlo. Durante todo el primer tramo de su actuación no hay paradas entre canción y canción, como si fuera un DJ quien estuviera pinchando la sesión. 'I’ve Been in Love', con un recitado a cargo de un tipo que aparece en la pantalla, combina 'hip hop' y 'disco' de una forma magistral, uno de esos temas sexys que invitan al público a quererse y tocarse. Es música pensada para dejarse llevar y olvidarse de todo lo demás. Una música muy corpora, pero que apunta al alma, como si se tratara de una nueva metafísica en la que el baile forma parte inseparable del ser.

Arcade Fire, en cambio, llevan dos décadas buscando la trascendencia. No es que no quieran o no consigan que la gente baile, que lo hacen. Pero todo en ellos es buscadamente artístico, de los visuales a los infinitos quiebros de su música o a unas letras muy trabajadas, y la épica que imprimen a cada cosa que hacen le da una carga de profundidad que no permite ser frívolo como sí lo permiten Jungle y su música. Tras su desempeño este sábado en tierras bilbaínas volvió a quedar claro que pocas bandas transmiten la emoción que consiguen ellos, con el público equivalente a un estadio de fútbol mediano coreando cada una de sus canciones.

Para su actuación en el BBK escogieron un repertorio particular: arrancaron tocando seguidas tres de sus 'Neighbourhood' (tienen cuatro), como haciendo una apuesta conceptual clara y por una vuelta a sus orígenes, porque las tres son de su primer álbum y el que les dio a conocer. Saltaron a otra del mismo disco, 'Rebellion' ('Lies'), esa canción de piano persistente que es el mejor ejemplo de crescendo y explosión en el estribillo que jamás inventó alguien. Ahí el público ya empezó a volverse loco.

Hubo otra apuesta conceptual cuando tocaron seguidas las dos partes de 'The Suburbs' y después la segunda parte de 'Sprawl' de ese mismo disco, también titulado 'The Suburbs', concebido a modo de tesis sobre el estilo de vida suburbial norteamericano. Vendría mucho más: temas que son verdaderos hits de nuestro tiempo como la discotequera 'Reflektor', la ultraépica 'No Cars Go' o la también muy bailable 'Everything Now' fueron preparando el terreno para el estallido final que llegó con 'Wake Up' y el público desgañitándose para ayudar en los coros. Arcade Fire pueden tener buena parte de culpa de que el ''indie' de los útimos 20 años haya recurrido al 'lolololo' como eficiente cebo de pesca, pero hay que reconocerles a los de Montreal que en esto fueron los primeros, que en eso son únicos y lo hacen como nadie.

Luces y sombras

Los festivales están regidos por la tiranía de los horarios, que no siempre reparte justicia como debería. Este sábado a media tarde, cuando el sol lucía todavía alto, Los Bitchos, el grupo de chicas de Londres fans de la música latina, repartía simpatía y temas instrumentales de cumbia retro en ese escenario Beefeater que tiene forma de tienda de campaña canadiense. Era un sonido perfecto para esa hora, música soleada para una tarde que lo era también.

Lo mismo pasaba con Alcalá Norte en el Nagusia, el escenario principal: sus canciones de 'pop punk' golfo y caradura encajan en cualquier ambiente, y más cuando su cantante lleva una camiseta del Athletic de Bilbao, que por aquí es religión. Era la forma de abrazar a un público local que de todas formas se iba a entregar sin resistencia a un grupo que ha hecho 'La calle Elfo', 'Los chavales' o 'La vida cañón', el hit con el que cerraron y una de las canciones más destacadas de lo que llevamos de 2024. Ellos lo saben y se divierten sacando una arrogancia que es inofensiva y divertida.

Cuando El columpio asesino arrancó en el escenario Nagusia, la principal sensación, en cambio, fue otra. Un grupo que ha hecho de la oscuridad y algunas cosas que asociamos a esta (las drogas, por ejemplo) sus principales banderas no debería actuar de día. En el festival bbilbaínohicieron lo que pudieron y demostraron que tienen temas de alto voltaje como 'Ye ye yee', 'Floto' o la ravera 'Entre cactus y azulejos', pero el 'show' seguía pidiendo que alguien apagara la luz. En una banda que perdió a su bajista Dani Ulecia hace solo tres meses, los dos cantantes, Álvaro (también batería) y Cristina (guitarra) ponían toda la carne en el asador para demostrar ganas y actitud, pero sus voces no andaban muy finas. El público estaba igualmente entregado, y cuando entonaron ese 'hit' sin ambages que es 'Toro', con el estribillo que dice “te voy a hacer bailar toda la noche” y la batería marcando un ritmo casi de motor que no quieres que pare nunca, no quedaba casi nadie en la explanada principal de Kobetamendi que no se estuviera moviendo.

A los veteranos Slowdive les pasaba parecido. Sobraba todavía luz en un concierto de músicas que encajan mucho mejor en atmósferas nocturnas, aunque a ellos les acabó echando una mano el atardecer. El 'showgaze' de los británicos, con sus gotas de psicodelia y sus arranques puntuales más rítmicos y bailables, encajarían a la perfección en la típica habitación a oscuras en la que una lámpara proyecta colores y formas en el techo. A pesar de eso, los juegos armónicos entre las dos voces de la banda, Neil Halstead y Rachel Goswell, y el muro sónico que construye una banda engrasada con más de tres décadas de carrera juntos, seguían siendo tan efectivos como lo han sido siempre.

Hubo momento para el baile cuando interpretaron 'Star Roving', otros para apreciar los matices más delicados de una banda excelente en lo instrumental, como 'Sugar for the pill', y otros para dlsfrutar de unas melodías perfectas como 'Allison' o 'When the Sun Hits', las dos con más de treinta años a sus espaldas. No fue un concierto solo para el recuerdo, porque también sonaron temas de su último álbum, como 'Kisses'. Pero si para algo sirve ver un concierto de Slowdive es para recordar la magia que puede llegar a contener un sonido a priori tan hostil como el de una guitarra distorsionada.