Madrid

Måneskin, dulce locura en Mad Cool: si esto es rock, que baje Kurt Cobain y lo vea

Damiano y los suyos no lograron levantar una jornada donde nada brilló y poco conquistó: ni siquiera Sum 41 convenció con un repertorio de viejas glorias

La banda Måneskin durante un concierto en el festival Mad Cool de Madrid

La banda Måneskin durante un concierto en el festival Mad Cool de Madrid / Ricardo Rubio / Europa Press

Pedro del Corral

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A provocativos no les gana nadie. Damiano, Victoria, Ethan y Thomas son pura dinamita, pero no necesariamente destructiva. Anoche, cuando tomaron el Mad Cool, demostraron el enorme magnetismo que despiertan. Tienen el brillo y el nervio. Y, ojo, su cancionero está a la altura. Ahora bien, hay que reconocer que su rock es más pose que actitud. Unos macarras, vaya. Porque, aunque abrieron alguna que otra grieta, la munición les falló. Måneskin sonó casi pop. Y, como todo as del género, se exhibió, se restregó y se chifló. ¿Poca cosa? Para nada. En esta aburrida jornada del festival, fue lo mejor. Que no es mucho, ojo. Faltó garra a raudales.

Empalmaron GossipZitti e buoniGasoline y Beggin’ frente a una masa que, tras una tarde sin sal, y demasiado calurosa, deseaba un mordisco que les llevase al éxtasis. Sin embargo, no llegó y, pasados cinco temas, ni se le esperó. A los ganadores de Eurovisión 2021 les hubiese sentado de maravilla un montaje que fulminase el tufillo mainstream que les rodea. No sólo se trata de parecer una estrella, sino de serlo. De hecho, hubo momentos tan fríos que les alejaron aún más de sus recurrentes Kiss y The Stripes. Una percepción que, al publicar Rush!, su tercer álbum, precisamente, destacó la prensa estadounidense.

No arriesgaron y no convencieron. No todo puede ser cuero y lengüita, qué lástima. Sobre todo, porque tiene el relato para conseguirlo: suya es la historia de cuatro amigos que tocaban en la calles de Roma y, en cuestión de tres años, Micrófono de Cristal mediante, se mudaron a Los Ángeles para codearse con Tom Morello e Iggy Pop. Una locura que no trasladaron al escenario madrileño. Quizá, confiaban demasiado en sí mismos como atractivo principal. Muy lindos, sí. Súper glam. Y en italiano. Pero ineficaces. Ya que no han inventado la pólvora, al menos debieron poner toda la carne en el asador. Si esto es rock, que baje Kurt Cobain y lo vea.

Muchas expectativas hubo también con Sum 41. A punto de retirarse, la banda está finiquitando una carrera de vértigo. Y, como suele ocurrir, en las últimas todo suena más tierno de la cuenta. Ay, la penita. Oh, la fatiguita. Eso sí, a complicidad no le gana nadie a Deryck Whibley. Saltó y gritó como si, en realidad, él fuese el mayor fan de este encuentro. A golpe de guitarras y palmadas, diseccionó un repertorio carente de sorpresas: viejas perlas de rabia Green Day y furor Blink-182. Obviamente, no faltaron Fat LipPieces y Walking Disaster. Tal vez las tres canciones que mejor supo exprimir pese a los cada vez menores recursos vocales.

En 2014, los graves problemas que Whibley tuvo con el alcohol casi le arrebataron la vida después de que un fallo en los riñones terminase en un coma inducido. 10 años después, resucitado en lo personal y lo profesional, sigue arrastrando en su garganta aquellos desajustes. Aunque, bueno, el grupo puede darse con un canto en los dientes dada la enorme popularidad que aún atesora. Entre el público había un buen puñado de treintañeros que, por su aspecto y efusividad, no estaban allí como meros acompañantes. Conocían de la primera a la última letra, desafiando a aquellos boomers que ya empezaban a confundirlas. O (carita triste) olvidarlas.

El cantante y compositor de la banda de soul psicodélico estadounidense Black Pumas, Eric Burton, durante su actuación en el Festival Mad Cool de Madrid

El cantante y compositor de la banda de soul psicodélico estadounidense Black Pumas, Eric Burton, durante su actuación en el Festival Mad Cool de Madrid / Kiko Huesca / EFE

El codazo de Depresión Sonora

Sin prestar demasiada atención a Jessie Ware y Benjamin Clementine, demasiado moñas para los 33 grados que achicharraron el espacio Iberdrola, el foco estaba puesto en Black Pumas y Alvvays. Con la energía en las antípodas, los primeros protagonizaron un concierto poderoso sin sobresaltos. Llegaron, tocaron y se fueron. Sin poso alguno. En cambio, los segundos, más burbujeantes, sacaron lustre al mejor pop de los 90 que tan bien sentó entre la multitud. Su directo marcó distancias con el resto del cartel, haciendo de cada corte una experiencia extrasensorial. O, quizá, fue el fuego que caía a la 19 horas lo que desató tal delirio.

El toque patrio lo puso Depresión Sonora. Marcos Crespo creó su alter ego durante la pandemia y, tras un meteórico ascenso en Latinoamérica, se convirtió en el único español del pasado Coachella. Lo logró en cuatro temporadas, impulsado por un puñado de temas que, entre punk y pop, han dado voz a una generación hastiada. Con sólo 26 primaveras ha escrito letras que, sin pretenderlo, se han convertido en el mejor testimonio de una era. Un saco de inquietudes que colgó en su Vallecas natal y que, desde entonces, zurran quienes vibran como él. Anoche, lo intentó una y otra vez. Por momentos, el golpe fue efectivo. Pero, en otras, se quedó en un codacito.

Un Alec Benjamin ñoño

Por suerte, el hacinamiento de la sexta edición desapareció. Se pudo respirar sin necesidad de tragarse el aliento cervecero del de al lado. Un acierto cuando las sombras concentraban a una mayoría sudada, pero feliz por poder ir a los baños sin jugarse la vida. De fondo, Alec Benjamin tocaba su aplaudido Let Me Down Slowly, el éxito que le ha colocado como una de las grandes promesas de la industria estadounidense. Sofisticado y delicado, a caballo entre Shawn Mendes y James Blunt, puso la nota ñoña que tanto necesitaba la cita. Un poquito de emoción nunca está de más. En especial, en un día tan poco memorable.

Al indie rock de Comandante Twin le patinó el horario. Su propuesta sonó grandilocuente, aunque desacompasada con el ánimo que reinaba en el recinto. Eduardo, Humber y Nicolás fueron a divertirse y, si bien lo consiguieron, dicha sensación se quedó en exclusiva sobre las tablas. Todo lo contrario que Stay Homas, que priorizó la excitación a la afinación. Detallitos que te diferencian. Para bien y para mal, claro. Lo suyo, aún así, no fue lo peor. Hubo cosas que no tuvieron perdón… Como que The Breeders tocasen a la 1 de la madrugada. Dios tenga en su gloria a los valientes que aguantaron hasta entonces. La bajona estaba justificada.