Debut en España

Olivia Rodrigo, dulce y refrescante mala uva en el Palau Sant Jordi

La cantante californiana recorrió con una adorable sonrisa su cancionero cargado de versos ácidos, vengativos y catatónicos en la parada barcelonesa del ‘Guts world tour’

Jordi Bianciotto

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Ya sabemos que haber pasado por el Disney Channel no hace de ti necesariamente la más angelical de las criaturas (miren a Miley Cyrus), así que no debe sorprender el estado de protesta, contrariedad y cabreo que flota en el cancionero de la, pese a todo, dulce Olivia Rodrigo. Chica afortunada y risueña que comparte con la humanidad sus miserias íntimas, que al parecer las hay, y sus ramalazos catatónicos en canciones turbo-confesionales como las que este martes ocuparon el Palau Sant Jordi (entradas agotadas desde septiembre) en la gira que la ha traído por primera vez a España, ‘Guts world tour’.

Su segundo álbum, ‘Guts’, nos habla, en efecto, de ‘agallas’, y se percibe en las canciones unas ganas de decir las cosas por su nombre y de conectar con el ‘fandom’ (mucha adolescente, mucha minifalda con lentejuelas ‘Olivia style’) por el carril de la confidencia a corazón abierto, una tendencia de lo más contemporánea (hola, Taylor Swift). Pasar por las armas a antiguos ligues, fustigándote por tontita y débil de espíritu si hace falta, pero sobre todo sacando las uñas, forma parte del signo de los tiempos, y hacia ahí apuntaron canciones como ‘Bad idea right?’, la que abrió el concierto, donde ella se pregunta si es buena idea quedar con ese ex para cenar (quedó claro que no lo es).

Palabras para el vampiro

Hay un ‘revival’ pop-punk envolviendo muchas de sus canciones, y aunque sean resultonas (a través de la invocación de Avril Lavigne o No Doubt), hay más sustancia en otro tipo de material: ‘Vampire’, historia de un desengaño amoroso que comienza como balada y deriva en una montaña rusa regada por improperios hacia el susodicho (“vampiro”, “chupasangre”, “chupafama”) y que puso el listón alto en el primer tramo de concierto. También la repesca de ‘Drivers license’, el hito de su primer disco, que cantó al piano, con sus metáforas sobre el carnet de conducir y los atascos circulatorios para exorcizar una ruptura no deseada. Y ‘Making the bed’, pulso consigo misma que dejó un reguero de afirmaciones dislocadas: “otra cosa que arruiné y que solía hacer por diversión”, “otro día fingiendo que soy mayor de lo que soy”.

Tal vez Olivia Rodrigo defina un poco más su estilo en sus próximos álbumes, pero por ahora no le hacen falta muchos correctivos. En el Sant Jordi mostró una naturalidad cercana, sin asomo de divismo, luciendo siempre una sonrisa, aunque estuviera destripando al penúltimo cretino que pasó por su vida. Concierto ameno, que ya es mucho, y bonito, con su plataforma hidráulica, dos pasarelas, siete bailarinas y una media luna colgante a la que se subió para cantar sobre nuestras cabezas ‘Logical’ y ‘Enough for you’. Llamó la atención su puesta en valor de los músicos, bien visibles e incluso coprotagonistas de varias escenas: del intimismo acústico de ‘Happier’ al desparrame eléctrico que trajeron ‘Brutal’ y la arrolladora, enfurecida y ‘grungie’ ‘Obsessed’ (“estoy obsesionada con tu ex / Sé que ha dormido en mi lugar en tu cama”).

El registro rock más aparatoso dominó el desenlace de la noche, y ahí brilló ese vengativo número final, ‘Get him back’, flechazo con curare disparado hacia el enésimo ex, propulsado por ráfagas de rap y un coro femenino chulesco con reminiscencias de Joan Jett. Simpática, refrescante mala uva, la de Olivia Rodrigo.

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