Ópera

Una ‘Adriana Lecouvreur’ para soñar regresó al Liceu

El Gran Teatre recuperó la detallista producción de David McVicar que recrea un teatro del siglo XVIII

‘Adriana Lecouvreur’, de Cilea, en el Liceu

‘Adriana Lecouvreur’, de Cilea, en el Liceu / SERGI PANIZO

Pablo Meléndez-Haddad

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Tras su estreno liceísta en 2012, regresó al Gran Teatre el espléndido montaje de 'Adriana Lecouvreur' del director de escena David McVicar, cuya primera función ha estado dedicada a la soprano Jodie Devos, fallecida hoy con tan solo 35 años; la joven cantante belga tenía que haber debutado en 'Un ballo in maschera' de febrero pasado.

La propuesta escénica de la ópera de Cilea, un prodigio de pasión teatral, utiliza elementos tradicionales y del metateatro para explicar esta historia de amor, celos y desencuentros gracias a un planteamiento inteligente y a una dirección de actores de lujo, ahora revivida por Justin Way, todo ello en un espacio poético muy conseguido por la escenografía de Charles Edwards, el vestuario de Brigitte Reiffenstuel y la iluminación de Adam Silverman. En todo caso, sigue sin funcionar la escena del encuentro de la Principessa con Adriana, inverosímil a pesar de lo oscura. Adecuada, por otra parte, la coreografía de Andrew George del tercer acto.

Esta es una ópera para un gran director de música teatral, ya que la tensión que emana de esta partitura plagada de colores es fundamental para dar ritmo a lo que sucede en el escenario. Y, claro, la obra exige también grandes voces lideradas por una soprano de agudos tan poderosos como sus graves, proyección considerable y un dominio absoluto de la expresividad al representar a una mujer enamorada y en apuros; una mezzo inmensa, de voz voluminosa y graves rotundos; y un tenor de línea elegante y dramáticamente efectivo. Este último ingrediente fue el único que pudo disfrutarse en plenitud gracias a un Freddie de Tommaso espectacular, con todo lo que debe poseer un gran Maurizio, sobre todo vocalmente.

Su Adriana, defendida por Aleksandra Kurzak, cantó bien y aplicó prodigiosos reguladores, pero su dicción algo nublada y sus graves discretos faltaron para acabar de delinear un personaje que debe alcanzar cotas excepcionales; su última escena, en todo caso, fue perfecta. Daniela Barcellona, anunciada enferma, es una excelente cantante, pero su Principessa no pasó de correcta ya que el rol requiere de inflexiones que la obligaban a forzar, y no siempre con éxito. A ellos se unió el devoto y fiel Michonnet de un sobrio Ambrogio Maestri, con algún agudo extremo inestable. De entre el amplio comprimariado no se puede dejar de citar la excelente labor de Carlos Daza como Quinault, de Marc Sala en el papel de Poisson y de Anaïs Masllorens como M. Dangeville.

La dirección musical de Patrick Summers no alcanzó a brindar todo el fulgor de una partitura excelsa y con momentos casi pictóricos, aunque contó con una Simfònica liceísta entregada y flexible junto a un Coro bien preparado por David-Huy Nguyen-Phung.

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