Opinión | Quemar después de leer

Laura Fernández

Laura Fernández

Escritora y periodista

¿A qué viene que tantos escritores viajen con su tía?

Rose Macaulay no es la única que firmó un clásico protagonizado por ese ente revolucionario que fue su tía Dot; Graham Greene y otros escritores utilizaron también a esa suerte de liberada madre alternativa para sacar a sus a menudo aburridos personajes masculinos de una rutina aplastante, ¿por qué?

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Rose Macaulay, autora de 'Las torres de Trebisonda'

Rose Macaulay, autora de 'Las torres de Trebisonda' / Sara Martínez

Siempre he admirado sobremanera a Rose Macaulay. Rose Macaulay nació en 1881. Y sin ella no habrían existido ni '1984', de George Orwell, ni 'Un mundo feliz', de Aldous Huxley. Porque fue su pequeña e irreverente, divertidísima 'Y todo eso' (Minúscula), una distopía en la que la burocracia manda, y existe un Ministerio de Cerebros que decide quién importa y quién no —en función de si su cerebro importa o no—, la que descubrió a Orwell y Huxley la existencia de un futuro moldeable que hablase del presente irónica, cruel y proféticamente. Pero, adivinen. Ese pequeño clásico detonante jamás se reeditó, mientras las novelas de Orwell y Huxley no han hecho otra cosa desde entonces. Aunque no es por eso por la que la he admirado siempre sobremanera.

El carácter rebelde de Macaulay —que lo hizo todo, y lo hizo sin ataduras; jamás se vio a sí misma como alguien que podía ser controlado por nadie, no se puso una sola barrera, y escribió y viajó y tuvo aventuras sin llegar jamás a casarse: su relación más larga, de casi tres décadas, la tuvo, de hecho, con un hombre casado— la convirtió en alguien tan admirable como temible en plena época posvictoriana en su Inglaterra natal. Su figura, valiosa y omnipresente en los círculos bohemios de los primeros años del siglo XX, permanece a día de hoy latente, aunque casi por completo borrada, de la historia. La biografía que escribió Jane Emery es un auténtico festín, casi la mejor de sus novelas, aunque su espíritu está concentrado, y sublimado en 'Las torres de Trebisonda'.

Un viaje delirante

'Las torres de Trebisonda' (Minúscula) es la razón por la que admiro sobremanera a Rose Macaulay. No existe una novela de viajes así. La contiene a la vez a ella —contiene su alocada y atrevidísima forma de estar en el mundo— y un viaje delirante —todo es pura comedia mordaz, crítica hasta el extremo con la manera en que los ingleses pretenden, torpemente, ser dueños de algo— a Oriente Medio. Un viaje que parte de Londres en camello. En realidad, no parte en camello, aunque sí con camello, porque su tía Dot, el alma de la novela, eso que tira de la protagonista, Laurie, hasta esa especie de místico fin del mundo, tiene un camello tontorrón y absurdo con el que va a todas partes, y con el que a veces, desaparece.

El personaje de la tía, esa figura materna liberada y empoderada, es una constante en la literatura inglesa de la época. Y no solo la inglesa. Patrick Dennis, en realidad, Edward Everett Tanner III, icono de la bohemia de Nueva York de mediados del siglo XX, publicó en 1958 una novela titulada 'La vuelta al mundo con la tía Mame' (Acantilado), secuela de 'La tía Mame', todo un 'best seller' en su momento —y su momento fue 1955—, protagonizado por un sobrino —el propio Patrick— y su excéntrica tía —basada en su propia tía, la hermana de su padre, Marion Tanner— que no se detiene ante nada ni nadie. La fascinación de Patrick por ella le llevó a imaginar una vuelta al mundo en la que describe el estado de ese mundo (incluida la Unión Soviética) entonces.

Fantasías homicidas

Pero volviendo a la inglesa, Richard Hull —publicado en España por Alba, en su siempre jugosa colección 'Rara Avis'—, buen amigo y socio de Agatha Christie —fue su asistente en la presidencia del Detection Club, una asociación de escritores de policiaco fundada en 1929—, debutó en 1934 con una novela titulada 'El asesinato de mi tía'. La novela la protagoniza Edward Powell, un tipo aborrecible que vive con su detestable tía Mildred en un pueblo de nombre impronunciable: Llwll. Mildred es caprichosa y autoritaria, y Edward fantasea con acabar con su poder. ¿Cómo? Asesinándola, claro. Pero ¿saben lo único que Edward se atreve a hacer? Llenar infinitos diarios con sus planes, y dejarse dominar por tan salvaje criatura.

Aunque de todos ellos, mi favorito, junto al de Macaulay, es 'Viajes con mi tía', del insigne —y aquí, más divertido que nunca— Graham Greene. Greene, el tipo que fue espía además de escritor, imagina a un aburrido sobrino, alguien llamado Henry Pulling, fascinado con la idea de su tía Augusta, un personaje imparable, con quien se reencuentra en el funeral de su madre. Henry vive dedicado a cuidar de sus dalias hasta que Augusta, una nonagenaria viajera y promiscua, entra en su vida y decide que van a coger el Orient Express camino de Estambul. ¿Para qué? ¡Quién sabe! ¿Vivir? Poco o nada se habla de la figura rebelde de la tía en la literatura, pero ahí ha estado, como un ente revolucionario oculto a simple vista, desde el principio.

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