La caja de resonancia

¿Son tan distintos los fans de Taylor Swift y AC/DC?

Se suele ridiculizar al ‘fandom’ adolescente, sobre todo femenino, de los ídolos pop, pero el público adulto de los clásicos del rock también puede establecer vínculos apasionados y de racionalidad difusa

Seguidores de la banda australiana AC/DC durante el concierto de la banda australiana en Sevilla.

Seguidores de la banda australiana AC/DC durante el concierto de la banda australiana en Sevilla. / Francisco J. Olmo

Jordi Bianciotto

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Interesante contraste de imágenes, el de los últimos días, con las fans de Taylor Swift envueltas en sus vestidos brillantes (Madrid) y las de Lana del Rey con sus coronas de flores y diademas (Barcelona), y no solo ellas: ¿o no cuenta como ‘fandom’ el adulto hecho y derecho con camiseta negra que se coloca en la testa unos cuernos rojos luminosos, invocando a Belcebú (‘Hell ain’t a bad place to be’), listo para cantar e imitar a Angus Young y su paso del pato en un concierto (o dos) de AC/DC (Sevilla)?

La palabra ‘fan’ arrastra connotaciones negativas (aunque peor suena la versión latinoamericana, ‘fanático’, que se usa allí en la prensa sin manías). Se asocia a la devoción desmedida, poco cabal, aunque, ¿dónde ponemos la línea roja? Me temo que tendemos a moverla arriba y abajo para dejar extramuros de la respetabilidad a aquellos artistas e imaginarios que no son los nuestros. Y ahí, el blanco más fácil, objeto corriente de burlas, siempre son los productos (se les llama así, como si los otros no lo fueran) para público adolescente, propicio al comportamiento bobo.

Puede serlo a veces, pero estas chicas no están solas: los adultos también podemos establecer una relación con los artistas algo extraña. Tengo amigos, gente sensata y homologable, que se han montado a aviones y autocares para ver a Bruce Springsteen una y otra vez por medio mundo, y hablamos de un artista cuyas giras recalan casi siempre en Barcelona. He visto a probos admiradores de Leonard Cohen transfigurándose y llevando abrigos y sombreros como los suyos. ¿Hablamos del código ‘trooper’ (incluyendo el ‘merchandising’ de figuras decorativas de la mascota Eddie, juegos de vasos y hasta una cerveza propia) asentado en torno a Iron Maiden? ¿Y de aquellos ‘deadheads’, fans consagrados al culto a The Grateful Dead?

No pasa nada. Tenemos unas vidas muy pautadas, con presiones e imperativos, y es posible que necesitemos desesperadamente de algún que otro punto de fuga hacia el desvarío, el disparate, el exceso. Y está la gratificación de formar parte de algo más grande, de una pasión compartida. Hay un carril emocional a través del cual las dos niñas que, la otra noche, tenía un par de filas por delante en el Bernabéu llorando descompuestas y abrazándose ante la aparición de Taylor Swift se citan cordialmente con la cuadrilla de hombretones que sellan una lealtad eterna a AC/DC y que se conjuran para ir a verlos hasta el fin del mundo si es preciso la próxima vez. No, no están tan lejos. Y está bien.

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