Crítica de teatro

'Prima facie': Ensayo sobre la ceguera de la justicia

Protagonizado por una Victoria Luengo en estado de gracia, desembarca en el Poliorama todo un acontecimiento escénico sobre los abusos sexuales y las grietas morales del sistema judicial

Victoria Luengo en 'Prima Facie'

Victoria Luengo en 'Prima Facie' / OMAR ANTUÑA

Manuel Pérez i Muñoz

Manuel Pérez i Muñoz

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Pocos montajes han desatado tanto entusiasmo en el último año. Estamos ante todo un fenómeno desde su estreno en Madrid el pasado verano, ya antes con las versiones de Londres y Nueva York. La galardonada autora Suzie Miller puso sus amplios conocimientos en derecho al servicio de una pieza que bien podría etiquetarse como un melodrama judicial si no fuera por su afilado trasfondo que se clava en las grietas legales del sistema.

'Prima facie' (hasta el 22 de junio en el Poliorama) nos cuenta la transformación de Tessa, abogada londinense de éxito especializada en la defensa de agresores sexuales. La primera parte de la obra nos presenta su mundo, el de los “pura sangre”, arribistas sin escrúpulos formados para competir. El origen humilde del personaje marca el punto de fuga: ya no hay más conciencia de clase que el triunfo a cualquier precio. Pero un acontecimiento en su vida privada lo trastoca todo y, de repente, Tessa se ve abocada a enfrentarse en primera persona a la estructura social que le ha servido de podio.

Difícil no pensar en otro hito escénico reciente, 'Jauría', la pieza documental que a través del caso de La Manada ha sacado los colores a nuestro código penal. La ventaja de 'Prima facie' es el encaje tan preciso de su verosimilitud de obra de ficción, esa orfebrería que desgrana de forma práctica la relación entre el patriarcado y sus leyes, como la carga de prueba revictimiza a las mujeres y sirve para legitimar interpretaciones sesgadas en favor de los privilegiados.

Sobre una escenografía de blanco minimalista, el director Juan Carlos Fisher imprime velocidad y testosterona a una primera parte que trota tan voraz como ese mundo que retrata. En la segunda mitad todo se vuelve más denso y pegajoso, como la telaraña procesal que envuelve a la protagonista. Determinante y precisa la iluminación y espacio sonoro que dan forma tanto a los 'flashback' de thriller cinematográfico como a las escenas más íntimas. Eso sí, el recurso de dar la luz a sala para identificar al público con el tribunal comienza a estar ya un poco manido.

No hay que olvidar que todo este entramado es un dinámico monólogo de 100 minutos, que la función no sería nada sin la entrega absoluta de la actriz Victoria Luengo y el enorme arco que su personaje recorre hasta estremecer a toda la platea. Su despliegue de recursos y matices en cada rincón del texto consigue hacer creíble hasta la previsible arenga final, que no por bien argumentada deja de ser un recurso prescindible. Detalles que no consiguen deslucir el global de una pieza para debatir que da sentido a la etiqueta “necesaria”.

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