Opinión | Política y moda

Patrycia Centeno

Patrycia Centeno

Experta en comunicación no verbal.

El otro golazo de Alexia Putellas

Putellas nos recuerda a todas las mujeres que no tenemos que callar (y mucho menos gestualmente) cuando ellos pretenden invisibilizarnos

El momento en el que Collboni y Laporta le quitan la camiseta a Putellas.

El momento en el que Collboni y Laporta le quitan la camiseta a Putellas. / EPC

Mucho se ha hablado del feo gesto de Jaume Collboni al arrancarle la camiseta de los dedos de Alexia Putellas cuando esta, como capitana, estaba participando en la foto tradicional junto al presidente del club y el alcalde de la ciudad en el consistorio. También se ha hecho constar como Joan Laporta da la espalda desde el segundo zero a Putellas. Sin embargo, poco o nada se ha puesto en valor la denuncia sutil (gestual) de Alexia Putellas ante una situación tan desagradable pero desgraciadamente tan habitual para tantas mujeres…

Joan Laporta entrega la camiseta a Jaume Collboni. Es cierto que lleva el nombre del socialista (propiedad), pero estaría bien que los políticos recordaran que son representantes públicos y, por lo tanto, si no estuvieran ocupando ese cargo seguramente no recibirían ningún obsequio. Por lo tanto, aunque esté bordado su apellido, ese regalo es para la ciudadanía. Mientras Laporta y Collboni posan sonrientes y orgullosos (dándose palmaditas) y mostrando la prenda como un trofeo, Alexia busca la manera de acercarse a aquellos señores que (por tradición machista) se están apoderando del logro de un grupo de mujeres.

Pese a ser la capitana del equipo (la protagonista de la escena), lo hace con cierta cautela. Alarga primero un brazo y los dedos y, luego, finalmente, da un paso hasta los dos. Cuando ya tiene sujeta la manga de la camiseta, Collboni le estrecha la mano y esta lo saluda. Laporta aprovecha para sacar más hombro por delante de la capitana y decide que es el momento de entregarle la camiseta al alcalde. Ambos hombres tiran de la camiseta hacia el lado contrario de la jugadora. Así que Putellas se queda con la mano colgando, suspendida, mientras los machotes se congratulan.

Lejos de disimular (que es a lo que nos han enseñado a hacer a las mujeres cuando un hombre nos veja públicamente con desplantes micromachistas), la capitana ladea la cabeza (niega que aquello esté sucediendo) y apunta con la mano la falta que aquellos dos tipos le acaban de hacer (¿pero habéis visto eso?). Sonríe irónica pero triunfante. Porque además de conseguir la Champions acaba de dejar en evidencia el comportamiento machista del presidente del club y del alcalde de Barcelona. Es decir, además de demostrarle a las niñas que pueden ser lo que ellas quieran; Putellas nos recuerda a todas las mujeres que no tenemos que callar (y mucho menos gestualmente) cuando ellos pretenden invisibilizarnos.

Tras años lidiando con líderes con masculinidades frágiles, Angela Merkel acabó desarrollando una estrategia no verbal para enfrentarse en público a muchos de sus homólogos varones que consciente (o inconscientemente) pretendían intimidarla, invalidarla o apartarla por el simple hecho de ser una mujer. Seguramente recuerden el día en que a Donald Trump se le antojó no estrecharle la mano en la Casa Blanca. Sentados en el Despacho Oval, los reporteros gráficos solicitaban el tradicional saludo diplomático entre mandatarios. Pese a la insistencia, Trump no daba su brazo a torcer y ocupaba su asiento con las piernas bien abiertas, echado hacia delante (aquí mando yo y hoy voy a ignorarte).

Merkel, en cambio, decidió hacerse pequeñita. Sí, sí, pequeñita. Encogida de hombros, recogió sus extremidades, se reclinó hacia atrás y redujo su presencia. Tampoco elevó el tono, apostó por susurrarle al presidente de EEUU la posibilidad de estrechar su mano. Y ante el silencio y comportamiento infantil de su anfitrión, hizo una mueca con las cejas y la boca para expresar su asombro e incredulidad. La actitud de Trump no sólo fue criticada aquella vez por los demócratas, también por los partidarios del magnate republicano.

Si bien es cierto que en comunicación no verbal quien ocupa más espacio es quien más poder tiene, Merkel optaba por hacerse chiquita para constatar delante de las cámaras el abuso de poder de hombres como Trump y lograr la complicidad y empatía de los espectadores.

Esta táctica ante el abuso, que sólo funciona cuando hay cámaras (o testigos), la aprendió Merkel el día que visitó a Putin en el Kremlin y este decidió soltar a su perro para recibirla. Se trataba de un inocente labrador (uno de los canes más bueno y amorosos del mundo); pero su tamaño y color (la gente teme más a los oscuros) podía impresionar fácil y comprensiblemente a una persona con fobia a los perros.Y este era el caso de la canciller alemana, quien prácticamente paralizada por el miedo no osó ni a pestañear mientras el peludo la merodeaba y olfateaba. Mientras, Putin contemplaba la escena divertido. Pero sin querer, la postura de Merkel señaló y puso el foco público y mediático sobre el acosador.

En muchos escenarios laborales (por no decir todos), recriminar verbalmente el comportamiento machista de un compañero o un superior todavía hoy acarrea problemas para la mujer. Por eso, hacerlo gestualmente, como Putellas o Merkel, puede parecer poca cosa pero es tan sutil como eficiente.

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